Por: Gustavo Codas*
Atravesamos una coyuntura singular en América Latina. En varios países gobernados por fuerzas progresistas una combinación de crisis políticas y económicas parece poner en cuestión las conquistas del ciclo post neoliberal iniciado con el presente siglo.
Sin embargo, para tener una justa dimensión del presente, sería interesante echar una mirada hacia atrás. Hace 10 años, en noviembre de 2005, en la Cumbre de las Américas en Mar del Plata, a iniciativa de los primeros gobiernos progresistas de la región se truncaba el proyecto de hegemonía estadounidense del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Si retrocedemos una década más, veríamos que hacia mediados de los 90 el proyecto del ALCA fue la principal iniciativa lanzada por el gobierno de los EEUU para consolidar su dominación económica regional en un contexto donde ese país había vencido la Guerra Fría y buscaba imponer un mundo unipolar. Veinte años atrás estábamos en el auge de la globalización neoliberal con los Estados retrocediendo en la economía, el desempleo creciendo, los mercados de trabajo siendo precarizados, los salarios reales reducidos y la pobreza avanzando.
Los negociadores del ALCA esperaban firmar el tratado en diez años. De hecho, todavía en abril de 2001 en Quebec, Canadá, en la Cumbre de las Américas apenas un gobierno de la región presentaba cuestionamientos (bastante tímidos aún) a la negociación del ALCA, el de Venezuela del presidente Hugo Chávez. Es decir, a esa altura los negociadores norteamericanos podían estar optimistas.
Sin embargo, la convergencia de dos procesos abrió espacios para un cambio de época. En 1990, en plena crisis de la izquierda en el mundo con el derrumbe del socialismo burocratizado de la URSS y el Este Europeo y la crisis de la socialdemocracia europea, el PT del Brasil y el PC de Cuba convocaron una reunión abierta de las fuerzas políticas progresistas y de izquierda de América Latina que resultó en la constitución del Foro de São Paulo, una articulación para enfrentar el ciclo conservador y neoliberal que estaba en su auge. En simultáneo, diversos movimientos sociales de todo el continente organizaron y desarrollaron la Campaña contra los 500 años de colonización, poniendo en destaque a movimientos indígenas, campesinos, de afrodescendientes, populares, entre otros.
El ciclo abierto por la elección de candidatos progresistas, comenzando por Hugo Chávez en 1998 y reforzado con Lula en 2002, es heredero de esas dos iniciativas de resistencia y relanzamiento de las fuerzas políticas a comienzos de los ´90. Y tuvo importantes repercusiones en nuestras sociedades: hubo una recuperación del papel del Estado en la economía, se desplegaron políticas sociales que redundaron en una reducción de la pobreza, en números absolutos y porcentajes. En varios países hubo mejoras en el terreno laboral que resultaron en aumentos de los salarios reales (incluso del salario mínimo), volvió a crecer el mercado formal de trabajo, se fortaleció la negociación colectiva y la actividad sindical, en algunos casos se llegó a niveles cercanos al pleno empleo, hubo recuperación de la economía campesina con apoyo de políticas públicas. Las diferencias son obvias y marcantes en relación a la década neoliberal.
Si miramos esos 20 años de historia, veremos tres etapas muy claras: auge neoliberal y defensiva popular en mediados de los años 1990, despegue del ciclo progresista y derrota del imperialismo norteamericano en su principal estrategia continental en mediados de la década del 2000, y ahora, 2015, un momento en que el progresismo está bajo fuego en varios países.
Venezuela, Brasil y Ecuador, cada uno con especificidades propias, enfrentan una combinación de problemas económicos con gran movilización de las derechas locales que sienten haber llegado el momento de voltear a esos gobiernos progresistas articulando poderes fácticos y forzando los límites de la institucionalidad (en lo que el Golpe de Estado parlamentario en Paraguay en 2012 fue precursor). Argentina se dirige a elecciones con una solución electoral de compromiso entre el progresismo K y la centro-derecha peronista de Scioli, donde la «lapicera» del poder estará por primera vez desde 2003 con el componente conservador de la alianza.
La derecha latinoamericana caracteriza ese escenario como el «fin del ciclo progresista» y afirma que están creadas las condiciones para la vuelta de los tiempos conservadores como en los ´80 y ´90 del siglo pasado. Pero donde consiguió avanzar derrotando al progresismo en las urnas, como con Sebastián Piñera en Chile en 2010, o por un Golpe de Estado, como con Federico Franco en 2012 seguido de la elección de Horacio Cartes en Paraguay, sin embargo, ha fracasado en sus resultados políticos. El chileno entregó cuatro años después el gobierno a una propuesta política liderada por Bachelet encabezando la coalición Nueva Mayoría, más progresista que la alianza con la que fue electa para su primer gobierno con la Concertación; y los dos gobernantes neoliberales paraguayos cuyos mandatos fueron obtenidos con el golpe parlamentario están entre los políticos más rechazados por la opinión pública de ese país. La «oferta» conservadora y neoliberal no parece entusiasmar a la gente cuando llega al gobierno.
Sin embargo, hay un sentimiento cada vez más extendido entre los sectores progresistas y de izquierda de que el impulso y la orientación con que fue lanzado el ciclo progresista y los programas y estrategias con los que se obtuvieron aquellas conquistas económicas, políticas y sociales en nuestros países no son suficientes para continuar, avanzar, profundizar el ciclo, y que en ausencia de esa actualización y renovación, pueden ocurrir retrocesos.
Hay por lo menos tres cuestiones que lanzan interrogantes sobre los proyectos progresistas.
Primera, hemos avanzado en un contexto de convivencia con muchos elementos clave de la globalización neoliberal. Ésta tiene como una de sus características echar mano de los peores estándares salariales y laborales del mundo (por ej. los asiáticos) para presionar las conquistas de la clase obrera en aquellos países con estado de bienestar y rebajar derechos y salarios. Sin embargo, nuestros gobiernos han realizado la hazaña opuesta, han propiciado mejoras salariales y sociales, manteniendo a nuestros países insertos en la globalización neoliberal. Aquí hay una contradicción a enfrentar.
Segunda cuestión. El ciclo progresista derrotó al neoliberalismo en varios aspectos. Pero no lo enfrentó en uno que es clave: el legado consumista del «modo de vida americano» y la industria cultural que lo promueve. Es así que el aumento de los niveles de vida de amplios sectores sociales impulsado por el progresismo se ha traducido en más consumo «globalizado», presionando para que aquello que está siendo lanzado en el centro capitalista esté disponible para su consumo inmediato en nuestros países. La presión por financiar importaciones de manufacturados está liderada por los consumidores que serán los electores en la próxima elección presidencial y no deben ser contrariados por el gobierno si quiere la continuidad del proyecto. Es una presión más que se junta a la de los empresarios que prefieren transformarse en representantes comerciales de productos importados de Asia.
Hay mucho a discutir en relación a estos dos primeros aspectos críticos, pero lo que queremos preliminarmente plantear aquí es que el progresismo si quiere avanzar y profundizar no lo podrá hacer fuera de una estrategia de integración regional que le de condiciones de mercados mayores, de constituir «cadenas de valor regionales», obtener financiamiento para la producción y acceso a tecnologías para hacer frente al mercado mundial. En ausencia de esa vía, con un proceso de integración regional aletargado, hoy se recurre a financiamientos chinos, lo que al alivio del momento, agrega nuevos problemas a mediano y largo plazo (ya que tiende a subordinar exclusivamente a los intereses de ese país que están muy enfocados a obtener a cambio productos primarios del extractivismo minero o petrolero o del agronegocio).
Pero hay un tercer aspecto. Uno de los resultados del progresismo en los gobiernos ha sido un fortalecimiento de una cierta burguesía «nacional» tanto en sectores productivos y en servicios. Pero, ¿cuál es la relación de esas diversas fracciones de la burguesía con el proyecto progresista? Este no es un tema nuevo en América Latina. El abandono de veleidades nacionales de las burguesías latinoamericanas fue uno de los escollos en que pararon los proyectos desarrollistas a mediados del siglo pasado. ¿Estará políticamente dispuesta a integrar una alianza que impulse un proyecto de contestación del orden mundial impuesto por los Estados Unidos o integra las conspiraciones para “cerrar” el ciclo progresista? Y ese problema es parte de una cuestión mayor: ¿qué sectores sociales componen el sujeto histórico que impulsará la continuidad de nuestro proyecto?
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(*) Texto redactado a partir de la ponencia presentada por el autor en la 3a Conferencia Internacional “Dilemas de la Humanidad” organizada por el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST) de Brasil en los días 28 a 31 de julio pasado en la Escuela Nacional Florestan Fernandes.
* Economista paraguayo.
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