“Es más fácil ser conformista, que revelarse con conocimiento de causa” Karl Gunnar Myrdal.
Si hay algo que identifica a las organizaciones de izquierda es la constancia en elaborar su estrategia para cambiar el sistema capitalista. Esta construcción de un plan de largo plazo ha llevado años de discusión, lecturas, debates, congresos, disputas y fracturas. Pero nunca nadie reniega de luchar por construir esa estrategia. Otro tanto podríamos hablar sobre las distintas vías para alcanzar los objetivos, y las enormes luchas populares realizadas siempre dentro del marco estratégico.
Toda América Latina muestra hoy los frutos de la constancia de mantener los principios de lucha por sociedades mejores y justas. Este largo camino ha llevado a que decenas de organizaciones de izquierda estén hoy siendo parte mayoritaria de los actuales gobiernos latinoamericanos. Estamos en un período de experiencias inéditas. Este nuevo escenario lo debemos recorrer sabiendo que vinimos a generar cambios, pero que el sistema también nos puede cambiar a nosotros. Y este es un tema común en la izquierda del continente.
En Uruguay han pasado décadas de lucha que han permitido avanzar en la acumulación de fuerzas del campo popular, que logran la victoria electoral en el 2004, dando paso al primer gobierno nacional del Frente Amplio en el 2005. Hoy, luego de 7 años de gobierno, todo parece indicar que nos vamos quedando sin estrategia. Y este es el tema que queremos tratar.
Existen distintas posibilidades: a) nos quedamos sin estrategia, b) se la cambió y no se asume, c) mantenemos la misma pero no se aplica. Estas tres posibilidades o sus combinaciones, permiten ordenar el análisis pero creemos que es mucho más complicado.
Una organización política posee y mantiene su estrategia, por ejemplo en el Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros), la misma se puede resumir en La lucha por la Liberación Nacional y el Socialismo. Por medio de distintos documentos se la ha mantenido y mejorado, siendo respaldada por distintas instancias convencionales.
La estrategia permite identificar claramente los objetivos y esto, a su vez, abre la posibilidad de trazar planes, los cuales contienen algo muy importante para todos los compañeros de la organización, estén donde estén: conocen cuales son las tareas militantes que hay que hacer. Una síntesis de todo esto fue la estrategia de “la pinza”, la cual identificaba un movimiento de coordinación de fuerzas que permitirían aproximarnos a los objetivos. Estas dos “patas de la pinza” son las organizaciones populares por un lado y la capacidad de cambio generada desde la institucionalidad por los compañeros en el gobierno. Y todos sabíamos en que dos grandes áreas podíamos ubicarnos como militantes. Hoy, todos sabemos que no se cumplió lo planificado, pero no estudiamos el porqué.
Existen varias posibles causas de esta nueva situación, creada a partir de que organizaciones de izquierda asumen los gobiernos. Una puede ser la vertiginosa participación (directa o indirecta en los temas de gestión del gobierno), error que provoca una fuerte distracción en los niveles de dirección.
Cuando se asumen los temas de gestión, éstos compiten y anulan los temas políticos, exigiendo respuestas siempre de apuro y las definiciones de corto plazo son el pan de todos los días. Creemos que se pueden y deben abordar temas de gestión, pero siempre como vehículo de lo político, sin este contexto, corremos el riesgo de que se esté constituyendo una burocracia rentada que vive a expensas de que la organización continúe con cierto porcentaje de cargos que sustenta sus salarios. Esa dependencia de la estructura de dirección a los cargos gubernamentales es muy antigua en el mundo. Tan antigua esta desviación que provocó en buena parte, el fracaso de la mayor revolución realizada hasta ahora (la URSS).
Pero existe otra situación que merece nuestro análisis. Los militantes que pasan a trabajar en la institucionalidad, propuestos por la organización para que lleven adelante la línea política, no siempre son parte de un plan estratégico. Estos compañeros, que llegan seguramente para dar lo mejor de ellos, se encuentran en muchos casos, desamparados de un encuadre político y orgánico.
En cierta manera, se los abandona y comienzan a actuar según su parecer. Y la gran pregunta es: ¿para qué los compañeros ocupan esos cargos si no pueden llevar adelante la línea? Y aquí viene la respuesta muy común en estos casos: “pero algo se puede hacer”. Se genera así, el peligroso camino de cambiar toda una estrategia por un algo se puede hacer. Ese “algo” lo define cada uno de manera independiente y trata de afirmarse a los argumentos de que es lo que puede hacer
Se encuentran compañeros que incluso, cuando ya no quedan argumentos y razones para seguir en un cargo, lanzan esta frase para ponerle punto final a la discusión: “…si no ocupamos nosotros el cargo, lo ocupará otro, mejor que seamos nosotros”. En el “nosotros” por supuesto pasa de lo individual a lo colectivo, tratando que con el plural se involucre a la organización. Esa organización que peca de omisión al no proveer el encuadre político necesario.
La democracia burguesa tiene esa enorme capacidad de involucrar en su funcionamiento a los militantes que la abordan. El primer argumento es que tenemos que conocerla por dentro para saber cambiarla. Luego ya cuando se la conoce bien, ya se es parte de ella y a partir de ahí ejerce el poder cautivante que le lleva al militante comprometido con los cambios a convertirse en funcional del sistema, sin reconocerlo explícitamente.
Luego de 7 años muchos compañeros han estado lo suficiente en la institucionalidad como para sentirse desorientados por este modelo capitalista. Son los que dicen que “aún no es el momento para hacer tal cambio”, “el pueblo no está pronto, sino lo reclamaría”, olvidando que antes éramos nosotros mismos los que impulsábamos y agitábamos esos cambios.
En estos años la coyuntura económica y social es muy buena, casi excepcional y poco prevista hace unos años atrás. En contraparte el debate público ha quedado mutilado, el debate interno y la formación política, siempre tirados para más adelante. La crítica y autocrítica olvidadas.
Transitamos entre el lamento quejoso de mayor austeridad del gasto por parte de la derecha y el pragmatismo del gobierno progresista de que así vamos bien: los indicadores macro-económicos lo muestran. Frente a esto, se distrae a la opinión pública navegando lejos de las transformaciones reales y estratégicas. Las viejas propuestas de la izquierda van quedando en el olvido, (reforma agraria, anulación del secreto bancario, condicionamientos a los capitales trasnacionales, poder popular etc.), el “dios mercado” por Uruguay parece que está tranquilo y respetado.
Como cada uno ve el mundo desde donde está y una buena parte de los miembros de las direcciones políticas de izquierda está en la pata gubernamental, comienza a molestar la otra pata de la pinza, a pesar de su atrofia. Es evidente que la izquierda uruguaya perdió las calles y las movilizaciones populares. En los últimos 7 años, aparte de las “Marcha del Silencio” de los 20 de mayo, solo hubo dos grandes movilizaciones del pueblo: el entierro del compañero Ubagésner Chávez y el repudio a la visita de Bush (paradojalmente invitado por el gobierno). Pareciera que la movilización del pueblo ya no tiene la importancia de antes, que no acumula en conciencia.
Pero hay un tipo de movilización que no se abandona, es la electoral. Cada pocos años las viejas estructuras militantes se reconvierten en grandes barredoras de votos, so pena que gane la derecha y el mundo se nos venga abajo. Podemos abandonar la estrategia original sin decirlo ni reconocerlo. Se genera un nuevo “escenario institucional” donde puede pasar que el objetivo principal ya no sean los cambios, sino mantenerse en el gobierno, aún a expensas de flotar administrando el capitalismo. Y por supuesto…”por la liberación nacional y el socialismo”.
Esta situación nos plantea la imperiosa urgencia del debate de ideas. Impulsar en el marco de la confianza política, el intercambio de opiniones, puede ser el inicio de retomar una estrategia. Y tenemos que juntar la experiencia tanto nacional como continental para enriquecer este debate.
Por: Antonio Vadell