El título del artículo plantea un dilema cotidiano para un pequeño país del Tercer Mundo, de la periferia, o como guste Ud. denominarlo. ¿Es necesario hacer ciencia, y sobre todo destinar recursos a ello en un país como el nuestro? ¿De qué sirve? ¿A quién le sirve? Cuando los recursos públicos escasean tales preguntas son pertinentes en cualquier caso. A pesar de que nuestro país ha experimentado un proceso acelerado de crecimiento económico en los últimos años, los recursos públicos disponibles distan mucho de los manejados en cualquier país similar del “centro”.
La respuesta más simple a todas estas preguntas surge razonando por analogía. ¿De qué sirve a un país como el nuestro tener industrias? El mundo industrializado tiene mayor y mejor capacidad de producción de todos los productos que se nos ocurra producir, por lo tanto, ¿por qué no les compramos a ellos? Seguro lo harán mejor, y sobre todo más barato. La alternativa en ese caso sería vender materias primas, y comprar bienes industrializados. Quien lee esta nota seguramente no necesite argumentos para ser convencido de que esta alternativa no lleva a un país con niveles aceptables de distribución de la riqueza, ni a procesos sostenidos de crecimiento económico, mucho menos al desarrollo. Y por encima de todo, un modelo con esas características ha generado -y continúa generando- dependencia y pérdida de soberanía.
Entonces, nuevamente: ¿por qué hacer y financiar ciencia? La respuesta, en la línea establecida en el párrafo anterior, cae de madura. Un país sin generación de conocimiento a nivel local es un país dependiente, que relega (y delega) soberanía, que compra conocimiento de las más diversas formas. Conocimiento incorporado a los bienes que importa, conocimiento incorporado a la maquinaria, conocimiento sobre cómo usar lo que compra. No tendría, asimismo, conocimiento sobre sí (su geología, geografía, composición demográfica, situación de salud, historia, cultura solo por citar algunos ejemplos).
Todos los procesos de desarrollo (desarrollo, con todos los adjetivos que se le quiera poner, no crecimiento económico) en las últimas décadas tienen en mayor o menor medida un vínculo fuerte con el conocimiento. Esto no quiere decir que una apuesta a la generación de más y mejor conocimiento lleve a la senda del desarrollo. Quiere decir que sin esta apuesta, entre otros diversos factores, no existe experiencia reciente de desarrollo, y todo indica que difícilmente la pueda haber. Con esto no se argumenta a favor de un modelo de industrialización por sustitución de importaciones llevado a la esfera de la producción de conocimiento. Sería temerario plantearse una estrategia de ese estilo, además de inviable a nivel de recursos monetarios y humanos.
¿Qué ciencia es mejor en un país como el nuestro? La tentación a responder: “aquella que se vincule directamente con los intereses nacionales (productivos)” es grande. Pero, ¿quién define los intereses nacionales? ¿Alguien es capaz de definirlos todos? La filosofía, solo por poner un ejemplo, ¿estaría ligada a los intereses nacionales? ¿Y la matemática? ¿La nanotecnología? ¿Es posible ser fuerte en nanotecnología sin ser fuerte en otras áreas del conocimiento? ¿Alguien pensaba hace 20 años que la nanotecnología era importante? La fortaleza nacional en nanotecnología depende de otras “fortalezas” (incluida la filosofía) que son fruto, o deberían haber sido fruto, de desarrollos de larga data.
Un país como el nuestro, si apuesta al fortalecimiento de su ciencia fundamental o básica, en todas las áreas del conocimiento, está apostando a debilitar lazos de dependencia, a fortalecer su soberanía. ¿De qué forma? Generando capacidades que permitan dar respuesta a los problemas actuales (productivos, sociales, de gobierno, de gestión, etc.), a los que puedan aparecer en el corto y mediano plazo, y sobre todo, ampliando las perspectivas de respuesta en el largo plazo. Un país con ciencia fundamental de calidad, en todas las áreas del conocimiento sin distinción, es un país que puede afrontar casi cualquier situación a la que se enfrente.
Pero, ¿sólo con buena ciencia básica alcanza? En un país como el nuestro la ciencia no debería estar únicamente enfocada al avance del conocimiento en cada disciplina o área temática. La capacidad y necesidad de aporte a la resolución de problemas nacionales debe estar siempre presente, tanto en quienes hacen ciencia como en quienes definen la asignación de fondos. Esta ciencia orientada a los problemas nacionales debe nutrirse, estar sustentada, en una ciencia básica de calidad y sólo así puede ser posible. En suma, la ciencia en un país como este debe desarrollarse en un delicado equilibrio entre ciencia básica y ciencia que atienda problemas nacionales, sin inclinar la balanza peligrosamente a ninguno de estos extremos.
Existen enormes oportunidades para el desarrollo de buena ciencia orientada a problemas nacionales, por ejemplo, desde las empresas públicas. Laboratorios de investigación instalados en estas empresas, e investigando para resolver problemas en ellas generados podrían multiplicar exponencialmente las capacidades científicas nacionales, a la vez que potenciarían enormemente las posibilidades de desarrollo (tanto de las empresas como del país). La orientación de líneas de investigación, y la financiación de las mismas por parte de algunos ministerios y organismos públicos (Mides, MSP) podría también generar beneficios significativos para la población en general, directa (resolución de problemas) e indirectamente (generación de capacidades nacionales). El fomento de la generación de unidades de investigación en empresas privadas podría tener efectos similares.
Queremos hacer especial énfasis, dado el tema de esta edición, en la posibilidad de la orientación de parte de la producción de conocimiento nacional al apoyo, fomento y desarrollo de procesos colectivos de autogestión. Estos procesos, a nivel productivo, potenciarían en gran forma sus capacidades de supervivencia y expansión estableciendo un vínculo fuerte con el conocimiento. La traducción de problemas productivos, organizativos, de mercado, etc. en problemas de investigación puede ayudar a la consolidación y propagación de este tipo de fenómeno.
La traducción de problemas cotidianos en problemas de investigación es una tarea por demás compleja, que requiere por sobre todo del diálogo entre partes. Una definición a nivel estatal de favorecer este tipo de vínculo y de financiar agendas de investigación en este sentido podría significar una diferencia sustancial en el desarrollo de procesos asociativos. El diseño y financiación de laboratorios públicos para acompañar procesos de este tipo, investigando a demanda de estos, puede ser un camino. La financiación de proyectos de investigación surgidos del diálogo entre participantes de procesos asociativos y científicos puede ser otro, complementario con el anterior.
Entender a la producción de conocimiento como un aliado necesario para cualquier tipo de proceso que apunte a una mayor distribución del ingreso, a la generación de mayores libertades individuales, a generar soberanía y cortar lazos de dependencia, y sobre todo sostener estos procesos en el tiempo, es condición excluyente para caminar en ese sentido. Incluir la planificación de estos procesos en una perspectiva regional es otra condición casi excluyente.
El tren que perdimos antes de ser país independiente (Revolución Industrial, primera y segunda) no lo vamos a alcanzar. Los trenes que llevaron a procesos de desarrollo más recientes, si bien únicos en cada caso, tienen componentes en común: el vínculo con el conocimiento. La generación de estrategias nacionales, vinculadas a nuestras características como país (y como región) tendientes a la generación de conocimiento fundamental de calidad, y a la aplicación de éste a problemas nacionales productivos y sociales puede llevar a la construcción de nuestro propio tren. Reconocer este vínculo entre generación de conocimiento y posibilidades de cambio hacia una sociedad mejor es atornillar su primer bulón.
Por: Santiago Alzugaray