El contexto político latinoamericano bascula entre los extremos de la amenaza y la promesa.Las circunstancias pueden estar pautadas por algunos avances en procesos populares de transformación, o por el recrudecimiento de la agenda neoliberal
Sería muy distinto hoy el escenario hemisférico si se hubiera concretado la estrategia del ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas), que impulsó Estados Unidos desde mediados de la década de los noventa. Dicha estrategia suponía una nueva constitución económica para América Latina, en función de asegurar para la economía de Estados Unidos, acceso sin trabas a nuevos mercados, acceso ilimitado a materias primas, fuentes de energía y recursos naturales, y oportunidades de negocios para sus empresas en áreas clave como Servicios, Compras Gubernamentales y Propiedad Intelectual. A través de las disposiciones relativas a Inversiones, el ALCA hubiera instalado toda una nueva estructura jurídica supranacional para beneficio de las empresas y en detrimento de las capacidades de los estados para aplicar modelos de desarrollo nacional.
Pero el ALCA naufragó finalmente en la Cumbre de Mar del Plata, en el 2005. Luego de eso, el contexto latinoamericano se fragmentó entre los países que decidieron anexar sus economías a la de Estados Unidos a través de negociaciones similares a las del ALCA pero en formato bilateral, por la vía de los Tratados de Libre Comercio, y aquellos países que optaron por fortalecer procesos de integración sub regional no subordinada.
Entre los primeros se cuentan Chile, Perú y Colombia, México a través del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, vigente de 1994), y toda América Central (CAFTA, vigente desde 2008). Entre los segundos, se encuentran los países del Cono Sur, además de Bolivia, Ecuador, Venezuela y Cuba.
Además, los países que suscribieron TLC con Estados Unidos, posteriormente avanzaron en la misma dirección con la Unión Europea, concretando los llamados “Acuerdos de Asociación”, profundizando así su permanencia en el modelo económico aperturista neoliberal.
Por otra parte, es imprescindible no perder de vista que esta matriz del libre comercio para la región, diseñada en función de las necesidades de la economía estadounidense, es solo una cara de la moneda. La otra cara es que la hegemonía en el terreno del poderío militar continúa siendo una reserva con la cual Estados Unidos determina los grados de incidencia que necesita para garantizar el control de los territorios.
Ante este contexto regional, se van desarrollando tres proyectos políticos en América Latina, que a un mismo nivel de importancia, inciden sobre las posibilidades de concretar transformaciones y de recuperar soberanía. Estos tres procesos no son los únicos que están incidiendo sobre la agenda de las transformaciones, ni tampoco involucran a los mismos actores políticos. Se trata de los proyectos de la integración regional, la articulación política y la resistencia.
Integración regional
En el presente estadio del contexto regional, y bajo el accionar de los diferentes gobiernos de izquierda, ha quedado bastante claro que a nivel nacional de cada país, es posible avanzar hasta cierto punto con la agenda de las transformaciones. Pero a determinado punto, no es posible avanzar a nivel de cada país si no se verifican cambios en el contexto regional, inducidos por la articulación política de los gobiernos en marcos más o menos institucionalizados de integración regional.
Esto se explica porque la inserción de la región en el sistema-mundo, sigue estando determinada por la función de abastecer materias primas y recursos naturales a los negocios capitalistas de los países desarrollados y sus empresas transnacionales.
Los diferentes procesos de integración regional, llámense UNASUR, ALBA o Mercosur, con sus diferentes niveles, lógicas de funcionamiento y potencialidades, buscan recrear un espacio regional que en los hechos ha estado perforado por años de políticas neoliberales y aperturas comerciales indiscriminadas producto de los TLC.
En ese sentido, reconociendo los diferentes sentidos y potencialidades que tienen estos procesos de integración regional, resulta importante no hacer competir de manera ficticia uno con otro, u otros. En el terreno del comercio regional, es necesario ir dando las batallas del sentido de que se trata de cambiar la competencia por la complementariedad y la articulación de políticas que apunten en la dirección de crear cadenas productivas regionales. Desmontar la lógica de los TLC, como ha ido planteándose con la propuesta de Tratado de Comercio de los Pueblos que impulsa Bolivia en el marco del ALBA, es una estrategia de largo aliento que implica canalizar flujos de comercio intraregional, en condiciones justas y en conexión con experiencias concretas de complementariedad.
Por otra parte, la búsqueda de concertación política regional que caracteriza al funcionamiento de UNASUR, instala en ciertos temas como el financiamiento para el desarrollo, infraestructura regional, salud y políticas sociales, una dinámica nueva para procurar acuerdos estratégicos.
Estos procesos regionales van a tener avances y retrocesos, así como áreas donde será muy poco posible registrar logros concretos. Existen no pocas contradicciones al interior de estos procesos, ligadas entre otras cosas a la profundización de matrices de producción neo-extractivistas que refuerzan la reprimarización de las economías de la región. En tanto estén en juego intereses sectoriales pesados a nivel de cada país, será difícil que este tipo de procesos avancen en la línea de grandes logros, sino más bien en aspectos más puntuales de las agendas nacionales y subregionales.
A nivel político, los procesos de integración regional también tienen la particularidad de que se insertan en un escenario global donde la multipolaridad incipiente ya ha detectado las fallas y lagunas de los mecanismos multilaterales existentes. América Latina está jugando un papel en la emergencia de nuevos bloques de poder a nivel global, sin ir más lejos muy claramente en el caso de Brasil, que requiere de una región cohesionada para consolidar su propio proyecto de actor global.
Por eso, es que se entiende que ciertos cambios a nivel de cada país, solo serán posibles si existen acuerdos a nivel de bloques subregionales o de la región en su conjunto.
La articulación política
Al esquema de la integración regional hay que enfocarlo no sólo como resultado de las políticas de los gobiernos, sino también como parte de un objetivo de más largo aliento que requiere de las relaciones internacionales que van de la mano de la acción de los movimientos y organizaciones sociales, las organizaciones políticas, los sindicatos y las articulaciones regionales de los sectores populares y de izquierda.
En el contexto actual, continúan funcionando las articulaciones regionales a nivel estudiantil (OCLAE), campesino y de agricultura familiar (CLOC-Vía Campesina), indígena (CAOI), partidos de izquierda (Foro de Sao Paulo), sindical, de gobiernos locales, derechos humanos, etc. Continúan en el sentido de que fueron articulaciones que participaron en las campañas de resistencia al ALCA y las políticas neoliberales de la década de los 90.
Estos espacios de articulación y coordinación política generaron campañas y acciones continentales de masas para enfrentar al neoliberalismo, y de hecho tiene que reconocerse su cuota parte fundamental en la derrota del proyecto del ALCA. En el contexto actual, estos espacios perduran organizando al interior de sus respectivos sectores pero no están organizando aún la profundización de otro tipo de economía a nivel regional.
El principal obstáculo para generar acciones continentales de masas se vincula con la dificultad en identificar objetivos comunes para la acción coordinada del campo popular. No existe el consenso necesario para pensar que el proyecto de la integración regional sea el campo claro donde trabajar la continentalidad de la lucha por los cambios políticos y sociales, seguramente por la hipótesis de que ese terreno es solamente un espacio para la acción institucional de los gobiernos.
Pero tampoco es consenso que otros grandes campos -como la disputa contra el modelo neo-extractivista reprimarizador- sea el objetivo de la acción regional. O la lucha contra las corporaciones transnacionales, o el cambio climático, o contra la mercantilización de la educación. No existe actualmente tal eje vertebrador. En cambio, otros intentos de articulación con objetivos más puntuales pueden ir generando nuevas condiciones para actuar sobre los respectivos procesos nacionales.
Resistencia
Las luchas de resistencia en la región perduran y se desarrollan por lo bajo y por sobre la realidad de un modelo que está siendo controlado en sus grandes variables por las empresas transnacionales. Este hecho es constatable objetivamente. La lectura de que bajo gobiernos progresistas o de izquierda, se había terminado el ciclo de la resistencia no resistió el paso del tiempo. La resistencia continúa en países como Colombia, Chile y América Central, pero también en algunos países que han dado pasos para abandonar el modelo neoliberal.
Este punto es muy influyente para el análisis del contexto regional. Reconocer que la resistencia es hoy uno de los proyectos estratégicos para América Latina, implica profundizar en la perspectiva histórica a la hora de analizar la realidad. Sobre todo implica mirar de manera histórica los propios avances que algunas sociedades han logrado en materia de reconocimiento de derechos y recuperación de soberanía. Para cierta doxa progresista la resistencia es parte del pasado pero porque se asume que la historia culmina con su llegada al gobierno. Cualquier derrota de un proceso de resistencia genuina en algún punto de la región es una mala noticia para el campo popular en su conjunto.
En primer término la resistencia contra la privatización de la educación en Chile, o contra la privatización de los territorios en Colombia, contra la dictadura en Honduras, contra la expansión del agronegocio, contra las transnacionales mineras en América Central y América del Sur, están identificando claramente los puntos de apoyo que todavía tiene el neoliberalismo en la región.
Por otro lado, en los países con gobiernos progresistas o de izquierda, la resistencia está indicando claramente los enclaves sobre los cuales es necesario avanzar para revertir la correlación de fuerzas para llevar adelante transformaciones políticas y sociales. En Brasil y Paraguay, la lucha por la profundización de la reforma agraria implica resistir el avance del agronegocio y el control de mayores cantidades de tierras por parte de la lógica de las empresas transnacionales.
Los proyectos de la integración regional, la articulación política y la resistencia tienen el mismo nivel de importancia estratégica para esta etapa. No son los únicos, ni tal vez sean los más importantes considerados aisladamente. Por el contrario, se relacionan y refuerzan entre ellos, presentan ciertamente contradicciones en su desarrollo, y no son independientes de las posibilidades de avances para el campo popular. En América Latina las posibilidades de que se registren retrocesos son enormes, pero se vuelven más manejables en tanto se pueda avanzar en estos proyectos de manera conjunta. No hay ningún fin de la historia en el futuro próximo.
Por: Sebastián Valdomir