Jorge y Adrián, ambos jóvenes internados en la Colonia Berro, están convencidos que ya se bajó la edad de imputabilidad. Lo saben porque lo vieron con sus ‘propios ojos’ en el informativo de la televisión.
Frente a esta nueva realidad, se plantearon la siguiente interrogante: por qué mejor, en vez de llevar a los menores al Comcar, no traían a los presos del Comcar a la Colonia Berro. De esta forma, ellos podrían estar acompañados por sus padres, hermanos, tíos y por un montón de conocidos. Estos adolescentes condensan en su historia lo más violento de este sistema. En sus comportamientos y subjetividades se alojan marcas de una identidad que emplea formas no institucionalizadas para alcanzar los fines que nuestra sociedad ordena.
Desde hace más de un siglo, se ha puesto al menor como amenaza contra la seguridad ciudadana. Las discusiones actuales sobre la minoridad son una versión reeditada de una situación que de manera cíclica se instala en los medios masivos de comunicación, en el debate parlamentario y en el sentir del colectivo social. En 1906, el abogado penalista, portavoz del sector patronal agropecuario, José Irureta Goyena, manifestaba en la revista Evolución: «La estadística a la vez que revela el aumento progresivo de los delitos, señala también un descenso concomitante en la edad de los delincuentes».
En el año 1933, como señala Luis Eduardo Morás, en su libro Los hijos del Estado, los medios masivos de comunicación alertaban sobre la precocidad de los amigos de lo ajeno. Un diario de la época ilustraba las reacciones violentas de estos nuevos niños: «En Salto, un chico de 12 años hirió de una puñalada a otro de la misma edad».
La prensa no ha variado. En la actualidad, la mayoría de los medios masivos uruguayos siguen siendo tan sensacionalistas como superficiales. Funcionales, reproductores fieles de los valores hegemónicos de una clase. Acérrimos cuestionadores de las violaciones al orden normativo. Vigilantes efectivos del deber ser. Su estrategia: ocultan mostrando.
El poder de la TV presenta dos filos: sus discursos por un lado, producen verdad y por otro, legitimidad.
es verdad, ¡lo vi en la tele!
La Encuesta Nacional de Adolescencia y Juventud realizada por el MIDES en el año 2010, preguntó a los jóvenes entre 12 y 29 años qué instituciones les parecían confiables. Ellos respondieron: la familia, las instituciones educativas y luego los medios de comunicación. En este sentido, los discursos mediáticos parecerían ser incuestionables. los saberes y la moral emitidas en la pantalla chica no merecerían someterse a reflexión.
Hoy, la televisión es el medio más consumido. Sus dueños son 3 familias devenidas en grupos económicos: Romay (Canal 4), De Feo-Fontaina (Canal 10) y Cardoso-Scheck (Canal 12). Ellos controlan el 95,5% del mercado de la televisión abierta nacional. Más allá de las ganancias multimillonarias que han percibido, lo más preocupante es que estas familias están al servicio de su clase y han elaborado y reproducido discursos hegemónicos durante más de 50 años.
La seguridad ciudadana, temática digna de ser tratada de manera integral, responsable y profunda se enfrenta a las crónicas policiales y a los programas autodenominados periodísticos, sobrecargados de opiniones y juicios valorativos.
Estas crónicas cumplen por lo menos 3 de los requisitos establecidos por Goebbels, para instalar una buena campaña de propaganda.
En primer lugar se debe elegir a un enemigo único, estereotipado. De esta manera la sociedad adopta la forma de dos bandos. Ellos contra nosotros. Nosotros los que pagamos impuestos, ellos los parásitos.
Otro de los principios: la repetición. Asegura que las ideas se fijen. Se reitera el mismo concepto presentado de distintas formas y es muy difícil no incorporarlo como real. Todos los medios, de distintas formas nos dicen lo mismo. ¿Cómo dudar de ellos?
El tercer elemento es la exageración. Cada cobertura mediática policial se ficciona. Se desfigura. Se usa música, recreaciones, los movileros impostan su voz, se entrevista a los familiares de las víctimas, generando un clima de tensión y dramatismo que refuerza el mensaje. La realidad es mostrada por la lupa informativa… Pero también por los registros de las cámaras de seguridad. ¿Quién puede alejarse de la situación cuando ésta se presenta directamente?, ¿cómo salir de los sentimientos reactivos?, ¿cómo escapar del horror y del miedo? Se hace imposible la abstracción o el análisis del contexto. Se hace imposible separarse del hecho. Es la cosa en sí. Sólo podemos sentir y creer. Nos basamos sobre el supuesto: lo que se nos muestra es la realidad. Por tanto, no se puede elaborar un procedimiento de distancia reflexiva sobre la misma.
¿Será por eso que el 69% de los uruguayos cree que la mayor cantidad de los delitos son cometidos por menores? Siendo que los datos registran que sólo 1 de cada 4 homicios lo realiza un menor de edad.
la legitimidad: ser vistos
Los adolescentes privados de libertad no sólo creen en las verdades emitidas por la TV, sino también ganan status apareciendo en ella. Yo soy fulanito, ¿no me viste en la tele? Esta pregunta es común y es utilizada como carta de presentación por algunos de los chiquilines que caen presos. La legitimidad obtenida a partir de que sus nombres sonaron en los noticieros fascina a sus pares y los posiciona en un lugar de poder dentro de la interna carcelaria. Los delitos más graves son los que mayor prestigio otorgan, internalizando esta práctica como una estrategia válida y exitosa para sobrevivir. De esta forma, dicho pensamiento se alimenta y se encuadra en el imaginario de los jóvenes como una pieza más, parte de la compleja red de sentidos que constituyen la cultura carcelaria, cultura que no puede delimitarse, sus márgenes son confusos ya que el adentro y el afuera se encuentran y reencuentran en la comunidad y el barrio.
La facilidad de entrar y la imposibilidad de salir
Se puede constatar en la publicación de UNICEF del año 2008, Privados de libertad. La voz de los adolescentes, que la mayoría de los adolescentes privados de libertad “residen en barrios como Piedras Blancas, La Paloma-Tomkimson, Casabó-Pajas Blancas , Cerro, Casavalle, La Teja, todos ellos con una alta incidencia de la pobreza entre niños y adolescentes».
En la actualidad esta tendencia no ha cambiado. Los adolescentes que han infringido la ley penal provienen de barrios pobres, son pobres. Entonces, a partir de esta observación se puede deducir que ser joven no es un delito. Pero quizá ser joven y pobre, sí. O mejor dicho… Ser pobre sí. Y vaya casualidad, un altísimo porcentaje de los delitos cometidos son contra la propiedad privada, no contra la persona física.
En el año 2011, en nuestro país, se cometieron 286 homicidios, 16.322 rapiñas y 97.573 hurtos. Estas cifras del Observatorio Nacional sobre Violencia y Criminalidad del Ministerio del Interior, evidencian que quienes transgreden la ley lo hacen, en su inmensa mayoría, para acceder a bienes materiales.
Esta línea argumental intenta buscar elementos comunes que atraviesan a los adolescentes presos, ahondar sobre sus causas. Pero es una falacia decir que todos los adolescentes pobres han infringido la ley o lo harán en algún momento. Los jóvenes que han tenido conflictos con la ley no son más de 1500. Sin embargo, ha sido una constante que la pobreza golpee más a las generaciones más jóvenes y en particular a los niños en edad escolar. Según datos del INE del año 2011, el 26,1% de los menores de 6 años, el 24,9% de los niños entre 6 a 12 años y el 22,8% de los adolescentes entre 13 a 17 años se encuentra en situación de pobreza.
También sabemos que ser pobre no es condición imprescindible para ser ladrón, para quedarse con lo ajeno. Aquellos acomodados que tienen desviaciones en su conducta tienen mecanismos, muchas veces legítimos, para justificar sus acciones.
Según estudios del Observatorio de los derechos de la infancia y la adolescencia en Uruguay, de UNICEF, realizado en 2007: “para el período 2003- 2005, “en los seis barrios con mayores índices de pobreza de la capital, ocho de cada diez personas menores de 18 años vivían en situación de pobreza, cuatro de cada diez en situación de pobreza extrema y dos de cada diez en situación de indigencia”. Estos barrios también concentraron “las mayores tasas de desnutrición, retraso de crecimiento, fracaso escolar y deserción educativa”.
Por tanto, los adolescentes presos hoy son los niños de esos días. Y cabría preguntarse, ¿de qué otra manera estos gurises nacidos y criados en contextos de extrema pobreza pueden acceder a las exigencias impuestas por la sociedad capitalista si no es utilizando métodos no institucionalizados? Estos adolescentes que fueron niños, son hijos de adultos que fueron niños y nietos de adultos que fueron niños. Son décadas de privaciones.
Tanto en las cárceles de menores de edad como en las de mayores pueden construirse árboles genealógicos de decenas de familias. Esto hace pensar que el deseo de algunos chiquilines de seguir robando aun siendo mayores, independientemente de las consecuencias que esto traiga para sus vidas, sirve de excusa para el encuentro físico. Excusa para compartir tiempo y espacio con sus referentes personales, que han estado ausentes justamente por estar presos.
La reproducción de este mundo simbólico encuentra su anclaje en una identidad delincuente. El espiral de sentidos se fija en los cuerpos como las cicatrices que la vida les ha dejado. Se convierte en un desafío para nosotros entender que para estos gurises acceder a un par de nike es realmente una necesidad. Como también se vuelve un desafío transmitirles que en su intento por satisfacer su necesidad, no deberían enfrentarse a un otro, un poco menos pobre, de manera violenta para arrancarles eso que quieren tener.
La diferencia entre mi abuelo, regalado a los 6 años porque su familia no podía mantenerlo, y estos adolescentes, radica en la forma de ver, entender y sentir el mundo. Lo que a mi abuelo lo llenaba de dignidad, a estos gurises los llena de vergüenza. Trabajar es pa’ los giles.
Si bien los gobiernos progresistas han implementado políticas como el Plan de Emergencia y el Plan de Equidad permitiendo de esta forma que muchos uruguayos pudieran mejorar su calidad de vida, no han sido suficientes. El desempleo general se ubica en sus niveles históricos más bajos (5,7%), pero el desempleo juvenil se ubica en el 17,2%, según datos del INE para el período enero- marzo 2012.
El trabajo además de tener escaso valor, no parece ser una tarea fácil. ¿Ser reciclador, cuidacoches, feriante? No son propuestas atractivas. ¿Qué caminos reales pueden tomar estos chicos para vivir dignamente?, ¿de qué forma pueden acceder a la movilidad social?
Las rejas… ¿o qué?
La imposibilidad de ver a un otro nace de la incapacidad de verse a sí mismos. ¿Qué es la vida para estos gurises?, ¿cuánto cuesta? Es la lucha obstinada por sobrevivir. Se han entrenado desde antes de nacer. Y en esta lucha por ser, por tener se enfrentan a un otro, a un par, a un vecino, sin poder reconocerlo. Se enfrentan por una cosa, un objeto, por lo que el otro tiene, por lo que el otro pudo conseguir, no importa cómo. Esa es la meta y para llegar a ella, no importa nada. En esa nada, en el vacío, en la ausencia y en el desencuentro con el mundo y con los otros, se funden años de violencias acumuladas. La lógica del mercado equipara el tener para ser. La vida misma se vuelve un valor de intercambio.
¿De qué forma integramos a estos jóvenes?, ¿cómo los educamos para que sean críticos con el sistema que los vulnera?, ¿debemos romper con su identidad, con su subjetividad?, ¿por qué?, ¿para qué? A cambio, ¿de qué?
Sentirse un pibe chorro; ser parte de ese colectivo; de ese territorio, con sus reglas propias y ajenas a las del resto y el vivir evitando morir son elementos constitutivos de su existencia.
Si te gusta lo dulce aguantá lo salado; la tranca acalambra pero no mata; no le hace; siempre hay más. Repiten hipnóticamente frases sobre las que sostienen sus días en prisión. La necesidad de autoconvencerse opera como calmante. Sobre estos aforismos que sintetizan su filosofía, sustentan su realidad y proyectan su futuro. La ausencia de otras palabras se llena de acciones. Su vida se debate entre la cárcel y la muerte. La realidad se presenta enorme, irrompible, sin posibilidad de ser transformada.
¿Qué va a pasar con los hijos de los delincuentes de hoy?, ¿qué va a pasar con esos niños que ya están incorporando que la vida es eso y que no hay más chances. En su casa, en la de sus vecinos y amigos, el robo está institucionalizado. Es la forma de salir, la estrategia solidificada. Robar no es un contra valor sino es el valor para la comunidad. ¿Cómo decirle a un niño que lo que le dice su padre está mal? Que no es así, que hay otras posibilidades… ¿Cuáles? ¿Trabajar para un patrón estafador? ¿Les pedimos que respeten el orden establecido que los condena?
Debemos despejar esta encrucijada. Debemos garantizarle otro mundo a los hijos y nietos de los actuales hijos y nietos privados de libertad. ¿Cómo lo hacemos?
Por: Leticia Benítez