De la imprenta a las tecnologías 2.0

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Detrás de la historia de los medios está la historia del país, y las luchas que en su seno se han gestado.

Este es el primero de una serie de artículos vinculados al desarrollo histórico de los soportes tecnológicos relacionados a los medios de difusión masiva y su papel en la sociedad.

La prensa es el vocero de las aspiraciones de quienes la editan; sirve a la difusión de sus ideas y es el arma para la controversia con sus circunstanciales opositores. Su discurso tiene una intencionalidad explícita, pero también un mensaje que subyace, a veces sin que cronistas y editores tengan en cuenta su trascendencia.

En la prensa aparecen recogidos, día a día, valiosos indicadores de la mentalidad de una época, ya sea por lo que informa o deja de informar, por lo que aprueba o por lo que rechaza.

Aquellos tiempos de “La Estrella del Sur”

En el verano de 1807, los ingleses volvieron al Río de la Plata trayendo consigo ideas novedosas acerca de la libertad de comercio, y un sinnúmero de mercaderías desconocidas en la pequeña plaza montevideana. Entre ellas, una imprenta que no tardaron en instalar para poder editar el primer periódico bilingüe del Río de la Plata: el más que conocido “Southern Star”. Apenas se publicó durante dos meses; el tiempo que duró la ocupación británica de Montevideo.Más de setenta años debieron transcurrir, para que la pequeña pero influyente comunidad británica contara con periódicos editados en su propio idioma: “The Montevideo Times”, o “The Sun”, entre otros.

Pero, volviendo a los comienzos de nuestra historia oficial, cuando se fueron los ingleses, la imprenta de «La Estrella del Sur» fue desmontada y trasladada a Buenos Aires a la Casa de los Niños Expósitos.

Los funcionarios españoles pensaban que así ya no podría imprimirse material revolucionario con esa máquina endemoniada. Sin embargo, fue precisamente allí que se elaboraron las octavillas inspiradas en las Nuevas Ideas que cruzaron el Plata para sacudir la siesta montevideana. Luego vinieron tiempos difíciles. La precariedad política y económica de la nueva República, postergó la inversión en tecnología, imprescindible para la edición de un periódico. Pero la voluntad de comunicar informaciones y opiniones, superó en muchos casos la traba material: durante la Guerra Grande, el editor de “El Comercio marítimo” llegó a copiar a mano las informaciones que traían los barcos venidos de ultramar y que eran ávidamente leídas por la elite local.

Entre quiebras financieras y golpes militares fuimos dejando atrás al Uruguay de los caudillos, para encontrarnos en un nuevo país, que por cierto, necesitaba de una nueva prensa.

Entre el principismo y la empresa

El Uruguay de fines del siglo XIX era un país en construcción. Se habían sentado las bases políticas que permitían gobernar todo el territorio desde Montevideo, y la ciudadanía “bien pensante” estaba decidida a hacer suyos los valores que la civilización europea proclamaba como fundamento de su superioridad. Modernizar y moralizar eran sinónimos en el ideario de los sectores dirigentes, que se convirtieron en abanderados de esta cruzada renovadora, convencidos de que podían y debían integrar al resto de la población a su proyecto de país. Contaban, por cierto, con las mejores herramientas: poder económico, formación intelectual, prestigio social. Factores que dinámicamente combinados les permitían moldear la opinión pública. La prensa ciudadana fue el medio idóneo para alcanzar este fin.

La primera imprenta a vapor fue inaugurada por “El Siglo” en 1863. Era el periódico de los principistas. Allí escribieron: José Pedro Ramírez, Elbio Fernández, Fermín Ferreira, Carlos María Ramírez, entre otros. En 1878 apareció “La Razón”, el diario liberal dirigido por Daniel Muñoz y, casi simultáneamente, “El Bien Público”, católico, dirigido por Juan Zorrilla de San Martín, que duró casi un siglo, hasta fines de la década del 1950.

Hacia fines del siglo XIX, Montevideo, así como muchas de las capitales del Interior contaban con periódicos que en algunos casos llegaron a publicar hasta dos ediciones diarias, con tiradas significativas en relación al número de habitantes: “De un diario cada 11 habitantes editado en la prensa montevideana de 1870, pasamos en 1916 al diario cada cuatro. Cien mil ejemplares cotidianos informaban a los 400 mil montevideanos del Novecientos. El mayor tiraje (…) correspondía a El Día: 25000. Le seguía el diario de la oposición, populista y blanco, La Tribuna Popular, escandaloso y muy leído con 19000 ejemplares.” (J.P.Barrán, B.Nahúm, 1990)

La prensa cotidiana se distribuía principalmente por suscripción. Los diarios eran repartidos como “impresos” por el Correo Nacional, que en la última década del siglo tuvo que duplicar el servicio. La excepción lo constituyó “El Día”, fundado en 1886 por José Batlle y Ordóñez, ofrecido por vendedores callejeros a dos centésimos (un vintén), a mitad de precio que los otros diarios. La reforma vareliana llevaba ya más de veinte años de implementada -el decreto ley que recoge las principales líneas expuestas en La legislación escolar, fue aprobado el 24 de agosto de 1877- y su aplicación incrementó progresivamente, y sin pausa, el número de los potenciales lectores provenientes de todos los sectores sociales.

La alfabetización masiva cumplió un papel fundamental en la expansión de la prensa escrita y también en la difusión de la cultura dominante. “Aprender a leer significaba la posibilidad de acceder a la prensa y a una cultura literaria impresa e incorporar a grupos más numerosos en redes de comunicación e intercambio de ideas(…)” (L.M. Morás, 2000)

Cultura dominante, como la que difundía la llamada “prensa de opinión” cuyos directores pertenecían a los Partidos Blanco o Colorado, pero también aquella otra cultura, la contestataria, representada por la prensa anarquista: “Solidaridad”, el órgano de la FORU, “Tribuna Libertaria”, o “El Derecho a la Vida” que se publicó sin interrupción desde 1893 a 1900. Con el nuevo siglo, la empresa periodística se consolidó. En 1914, se fundaron “El Plata” y “La Mañana”; y en 1917, “El País”. El diario de la mañana o de la tarde ya no era el soporte de las columnas de opinión política, sino el referente informativo y cultural de la mayoría de la población. Ese espacio sería sólo suyo hasta que un nuevo medio, invasor y omnipresente -la radio- se lo disputara.

Referencias:

J. P. BARRÁN, B. NAHUM, Batlle, los estancieros y el Imperio Británico, Montevideo, 1990, Tomo I, p. 159.
Luis Eduardo MORÁS, De la tierra purpúrea al laboratorio social, Montevideo, 2000, p. 104.

Por: Magela Fein

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