La llegada de organizaciones de izquierda a los gobiernos en América Latina, ha tenido una expansión poco imaginable hace unas décadas. La ola progresista se extendió con distintos resultados por toda la región. El propio MERCOSUR, creado por las derechas neoliberales, hoy posee en tres de los países fundadores, presidentes comprometidos con las causas progresistas.
Este escenario que lleva ya más de una década, posiblemente esté alcanzando su meseta. Es significativo que se haya producido un golpe en Honduras y que el mismo haya perdurado en el poder. El reciente golpe en Paraguay y su antesala, la masacre de Curuguaty son hechos del hoy y no de las décadas del 60 o 70. También se notan señales de reorganización de las viejas oligarquías de la región, las cuales se recuestan a sus clásicas herramientas de poder (las fuerzas represivas, los medios de comunicación de masas).
Entre los gobiernos de izquierda se van manifestando algunas diferencias, unos que proponen y están haciendo cambios estructurales y otros que parecen conformarse con ser buenos administradores del gobierno y sus pasos van en el sentido socialdemócrata. En varios de estos países, aparece un cansancio o desgaste que se evidencia cuando no se logra la acumulación de fuerzas necesaria para continuar al frente de los gobiernos. Las organizaciones quedan asimiladas o confundidas con el gobierno, siendo difícil verles su autonomía. En nuestro país podemos ver como aumentan los votos en blanco, expresión del desencanto de mucha gente de izquierda. Surgen indicios de que se podría estar llegando a una etapa de agotamiento de los gobiernos progresistas, dando inicio a las alternancias pendulares, típicas de las democracias europeas.
El acceso al gobierno de las organizaciones de izquierda parece haber tenido también un alto costo. Se ganaron los gobiernos pero se estancó o retrocedió en el desarrollo de las organizaciones políticas y de las organizaciones del frente de masas. Y éstas son la base y la puerta de entrada de cualquier proceso de acumulación estratégica de fuerzas populares. Seguramente son varias las causas que se han dado para producir este efecto no deseado. El drenaje de los mejores cuadros hacia la estructura de gobierno y el abandono casi total de la formación política está debilitando a las organizaciones de izquierda. Y si hay algo que distingue a éstas, es su capacidad de debatir ideas hacia fuera y dentro de las fuerzas progresistas. En estos tiempos se hipotecó la posibilidad de la lucha de ideas en aras de que supuestamente se dañaba al gobierno. El resultado es el abandono de la crítica y autocrítica, con el consiguiente retroceso ideológico. La necesidad de crear pensamiento crítico quedó aletargada. Es necesario investigar y discutir las posibles razones de este nuevo escenario.
Parece evidente la necesidad de avanzar hacia gobiernos de izquierda de “segunda generación”. Entendiendo a estos como los responsables de profundizar los cambios en sentido de la justicia social. No podemos continuar ni en una etapa de aprendizaje ni de buenos administradores. Y si se están sentando las bases para los cambios, es hora de anunciarlos, sino corremos el riesgo de quedarnos inmovilizados al no cambiar nada. Las nuevas formas institucionalizadas se fortalecen en función de destruir las estructuras anteriores, ya obsoletas creadas por las administraciones neoliberales y así y solo así, usarlas y desarrollarlas a pleno. O avanzamos hacia el socialismo que entendemos y queremos o volverá la derecha.
La mística que casi era patrimonio de las fuerzas de izquierda hoy casi no aparece. Los pueblos no se ven encantados por las causas de sus gobernantes. Las grandes movilizaciones populares cuestan que se realicen. Algunas definiciones programáticas como el antiimperialismo, socialismo o reforma agraria son desplazadas de las campañas electorales y sustituidas por conceptos como “País de Primera”, seguridad para los capitales, necesidad de inversión extranjera, entre otros.
Como organización política no llegamos al gobierno solo para ser buenos y honrados administradores. Nos planteamos realizar cambios estructurales que sienten las bases de una nueva sociedad. Es cierto que hacer estos cambios trae riesgos, como perder el gobierno, enfrentamientos con sectores que detentan privilegios, que es necesario modificar en el camino hacia una mejora en la distribución de la riqueza como nos habíamos planteado. Pero no podemos tener como objetivo sólo el mantenernos en un gobierno sacrificando los cambios, pues el resultado será tarde o temprano el mismo: perder. La experiencia de Chile está como ejemplo. Los verdaderos cambios hacia una sociedad más justa, tienen que ser realizados y defendidos por el pueblo organizado y movilizado.
Las organizaciones políticas de la izquierda tienen que tomar la iniciativa para el debate de ideas y un componente básico tienen que ser los valores históricos. El humanismo, la solidaridad, la fraternidad son parte de un conjunto de valores y principios que jamás se tendrían que haber guardado. Hay que sacarlos a la luz, para que sean base de la utopía del hombre nuevo. Con esto se podrá forjar una segunda generación de gobiernos de izquierda, que avancen hacia la estrategia definida en las bases programáticas de la fuerza política.
Por: Antonio Vadell