Impunidad discursiva, pasividad peligrosa

0

La televisión se presenta como el reflejo fiel de la realidad. Este medio asegura mostrarnos la verdad tal cual es, sin embargo no se hace responsable ni por ello ni por ella.

Históricamente, los medios de comunicación han tenido un lugar en la vida política y en la construcción cultural de las épocas.

Desde las formas escritas de la prensa, pasando por los sonidos y la palabra hablada de las producciones radiofónicas, hasta llegar a la predominancia y el poder totalitario de la imagen televisiva, las sociedades han recibido e incorporado los discursos establecidos por estos medios masivos.

Si bien dan cuenta de los momentos históricos, de las concepciones manejadas y de las problemáticas y avances de cada época, sus aforismos refuerzan y reforzaron determinadas posturas, legitimándolas y exponiéndolas como las únicas posibles.

En 1956, el Canal 10 Saeta Televisión emitió por primera vez. De esta forma inauguró la televisión abierta en nuestro país, dándole paso a una nueva era en telecomunicaciones. Este novedoso medio instaló una nueva forma de discurso.

En ella, se nos presentan voces naturalizadas, supuestas convenciones que determinan lo bueno, lo bello, lo necesario y esconden o exhiben de manera obscena lo malo, lo feo, lo imprescindible. En este vínculo de denotación-connotación podemos ver cuáles son los niños “normales”, cuáles son adolescentes peligrosos y cuáles los peligros, lógicos y justificados, al que se enfrentan si intentan romper el orden. Esta puesta en escena perfectamente ordenada, acumulada y persistente, ¿cuánto pesa en nuestra subjetividad?

La doble moral de la lógica televisiva se evidencia cuando concibe a ese gran público infantil y juvenil como un potencial consumidor. Pero al mismo tiempo, los estigmatiza fuertemente cuando provocan un accidente conduciendo un carro tirado por caballos o cuando consiguen por medios no institucionalizados, violando la ley, los objetos de consumo ofrecidos en su pantalla. Aunque en ocasiones utiliza la palabra solidaridad cuando canjea publicidad por donaciones que luego serán entregadas a los niños pobres y a los enfermos.

La repetida persistencia de la neutralidad del discurso televisivo esconde el volumen de negocios que sostiene a cada uno de estos canales-empresas. La constante propuesta de diversos objetos y servicios de consumo no cesa de generar múltiples formas de adicción, instalando necesidades, es decir, vendiendo. La lógica del mercado cuida celosamente la propiedad privada, y para lograr sus fines, oculta el origen y las estrategias de reproducción de este sistema desigual. Por tanto, para ellos no es conveniente informar ni usar sus mensajes como recursos para difundir la existencia de los DDHH o propagar valores que vayan más allá de lo comercial; para ellos es mejor vender su espacio publicitario.

Si bien, este planteo no significa adherir a la teoría de la aguja hipodérmica, que refiere a que los medios le inyectan información a las personas, sabemos que cuanto menos insumos tengan los receptores para interpretar, analizar y complejizar el planteo mediático, menor será su tendencia a cuestionar. La capacidad de cada receptor de dudar de las construcciones televisivas emitidas depende de diversas características: el nivel educativo y socioeconómico, como también de la posibilidad de recurrir a otros discursos (mediáticos o no) que puedan relativizar lo hegemónico, o de reconocer las implicaciones y efectos psicológicos que marcan las tendencias hacia determinados hábitos de pensamiento (pasividad, indiferencia, resignación, pesimismo) en la relación diaria con el medio.

Cuando los hermanos Lumiére, en 1895 estrenaron su novedoso aparato, el cinematógrafo, exhibieron la llegada de un tren a la estación. Muchos de los espectadores, al ver el documental venir, saltaron de sus sillas. No pudieron entender la representación. Desconocían los elementos constitutivos del nuevo lenguaje y las condiciones de recepción que la nueva forma-imagen imponía. Esto es la no distancia con el hecho mostrado, la incapacidad de traducirlo simbólicamente en el espacio del pensamiento social. Se habla de lo que se ve, se cree lo que se ve como evidencia de lo verdadero.

En 1938, Orson Welles, representó por la cadena de radio CBS, una adaptación de la obra de H. G. Wells La guerra de los mundos, bajo el formato de boletín de noticias. La emisión causó pánico en Nueva York y Nueva Yersey causando una verdadera conmoción en ambas ciudades. Los oyentes no pusieron en duda ni la invasión extraterrestre ni la veracidad del informativo, ni de la fuente emisora.

El hecho de asumir como real lo dado en la TV refiere al desconocimiento de su lenguaje.

Derecho a la Convención

La Convención sobre los derechos del niño, en su Art. 17 establece que: “Los Estados Partes reconocen la importante función que desempeñan los medios de comunicación y velarán porque el niño tenga acceso a información y material procedentes de diversas fuentes nacionales e internacionales, en especial la información y el material que tengan por finalidad promover su estado de bienestar social, espiritual y moral y su salud física y mental.”

La legislación de nuestro país, cumpliendo con lo dictado por el tratado internacional, establece en la Ley 17.832, el Código de la Niñez y la Adolescencia (CNA), una serie de disposiciones referentes a los medios de comunicación.

El artículo 96 refiere a la reserva de la identidad de los menores de edad. Sin embargo, en diversas oportunidades se han publicado los datos personales de adolescentes que han infringido la ley, como también hemos vistos sus rostros. La prohibición de la emisión de imágenes, mensajes u objetos que puedan vulnerar los derechos del niño, queda establecida en el Art. 181.

Mientras que la ley por un lado determina los supuestos en los que deberían basarse los contenidos mediáticos, por otro, no trasciende la mera enunciación.

La redacción del Art. 182 es clara: “Los programas de radio y televisión en las franjas horarias más susceptibles de audiencia de niños y adolescentes, deben favorecer los objetivos educativos que dichos medios de comunicación permiten desarrollar y deben potenciar los valores humanos y los principios del Estado democrático de derecho…”

Aunque el Código fue votado en nuestro Parlamento en el año 1994, la disparidad entre lo jurídico y el escenario mediático despierta una serie de observaciones. En primera instancia, evidencia la pasividad de un Estado que no encuentra mecanismos para obligar a los medios masivos a cumplir lo aprobado por nuestros legisladores o a sancionar a aquellos que violen la ley.

En segundo lugar, si se contempla la programación de radios y canales, cualquier informativo o la prensa gráfica, se percibe la imposibilidad por parte de los medios de “autorregularse”, es decir, de cumplir con lo dispuesto jurídicamente sin imposiciones externas.

El marco normativo no encuentra una herramienta válida de presión. La Unidad Reguladora de Servicio de Comunicación (URSEC) controla que la señal de las emisoras llegue al usuario final. Se encarga de que el mensaje llegue bien técnicamente a los receptores, pero no de los contenidos que la señal transmite. El INAU no cuenta con dispositivos eficaces para presionar a los canales a cumplir con la legislación, tal es así, que Espectáculos Públicos del INAU, tiene un área específica dedicada a la televisión que carece de personal. La situación se complejiza aún más, cuando frente a cualquier intento de regulación estatal, el argumento utilizado por los dueños de los canales es que cualquier acción orientada en ese sentido, va en contra de la libertad de expresión y la libertad de información.

La escasez de programas destinados a niños, niñas y adolescentes se desprende de la falta de interés de estos empresarios por cualificar su programación, pero también por la falta de incentivo y promoción por parte del Estado para que estos contenidos puedan ser producidos, tanto por iniciativas públicas como privadas. En América Latina existen distintas experiencias sobre televisión educativa. En Brasil, por ejemplo, hay un canal exclusivamente educativo: TV Escola; cuya finalidad es utilizar la herramienta televisiva con un uso pedagógico, con programas especialmente pensados para niños, niñas y adolescentes como sujetos de derechos. Argentina tiene unmultimedio público llamado Pakapaka. En él integra juegos, radio y canal de televisión; este tiene una propuesta pedagógica y de entretenimiento con una programación de alta calidad que respeta los DDHH, estimula la creatividad, promueve la diversidad y la inclusión, y al mismo tiempo pone a disposición de docentes y familias materiales audiovisuales educativos.Estamos muy lejos de nuestros vecinos. Esta situación posiciona a Uruguay como uno de los países más retrasados en la materia.

La repetida omisión

Lo no concretado de la construcción mediática es la estimulación a la crítica, a la deconstrucción y revisión de los mensajes. La ausencia de educación para desmontar los discursos de los medios nos hace vulnerables a los intereses creados y maleables a sus efectos de pensamiento conservador y prejuicioso.

Se hace imprescindible, implementar instancias educativas que le permitan a los espectadores deconstruir los discursos de los medios masivos, mostrados como los únicos naturalmente veraces. La formación de receptores más críticos se convierte en una prioridad. La tarea de relativizar las posiciones mediáticas no persigue una lógica de mero enfrentamiento, sino que apunta a la necesidad de construir colectivamente espacios legitimados donde se refleje con respeto la diversidad de personas y grupos que componen nuestra sociedad. Para ello, será necesario multiplicar las voces y así garantizar la diversidad de miradas. Mientras exista una masa receptora meramente consumidora, funcional, no veremos programas televisivos generadores de discusión donde se construyan otros discursos de verdad.

Esta demanda es producto de la necesidad de problematizar y concientizar sobre las relaciones que el hombre mantiene con las tecnologías que creó, sobre las formas de discursos y representación que impregnan al cuerpo social y los efectos de verdad que producen, sobre las posiciones discursivas hegemónicas y los espacios habilitados para cuestionar, colectivamente, políticamente, la racionalidad del sentido social de tal o cual medio.

Así mismo, el Estado deberá asegurarle a los niños, niñas y adolescentes de nuestro país el goce de sus derechos. Por tanto, deberá promover la producción de programas pensados para ellos, sancionar los excesos cometidos por los medios, encontrar mecanismos de presión, redactar Códigos de ética para evitar los atentados que los canales-empresas cometen a diario vulnerando los derechos de cientos de uruguayos. Si bien, recientemente se han realizado modificaciones legislativas que avanzan en esta línea y se ha mejorado sensiblemente nuestro canal estatal, los cambios son muy tímidos y no adoptan la forma de política pública. Debemos velar por el cuidado de la imagen mediática, creada y transmitida, que pone a nuestros niños y jóvenes en el centro de la mirada, con su doble juego de ver y ser visto, porque pensando seriamente en ella se podrá proyectar una sociedad más conciente, integrada y responsable.

Por: Leticia Benítez

Comments are closed.