Escribo estas líneas en la mañana de un día realmente glorioso. Es el 24 de julio, aniversario 229 del natalicio del Libertador Simón Bolívar. La fecha está siendo recordada en toda Nuestra América con respeto y alegría, sobre todo porque no se trata de desempolvar libros viejos o convocar a la nostalgia, sino de festejar a un Bolívar presente y renovado, absolutamente pertinente y cargado de energía. Es el Bolívar del siglo XXI, lleno de esperanzas y grandes promesas, obstinado en convertir las utopías en realidades, a partir de su propia patria bolivariana de Venezuela hasta cada uno de nuestros pueblos.
Mañana…mañana es otro día para los puertorriqueños y por extensión para América Latina y el Caribe. Un día desgraciado. Es el 25 de julio, fecha en que se recuerda el 114 aniversario de la invasión militar de la que fue objeto Puerto Rico a manos de las tropa estadounidenses, en el marco de la Guerra Hispano-cubano-americana. Era el año 1898, y aquella república surgida de la primera guerra anticolonial de América, devenida en potencia expansionista e imperialista, se lanzó con toda su fuerza contra los remanentes del imperio español para apoderarse así de sus colonia en el Caribe—Cuba y Puerto Rico— así como de Guam y Filipinas.
De esa forma Puerto Rico pasó de unas manos imperiales a otras. El balance en el tiempo es escalofriante: 405 años de colonialismo español, 114 años de colonialismo yanqui; en total, más de medio milenio en que otros, y no nosotros, han mandado y decidido en todo.
Dejar de ser colonia de una monarquía absoluta decadente y comenzar a ser colonia de una pujante república capitalista ha tenido numerosas consecuencias políticas, económicas, sociales, culturales, lingüísticas, demográficas, militares, en fin, de todo tipo. Una de ellas ha sido la pretensión de Washington de legitimar su dominación sobre Puerto Rico, como si se tratara de un entusiasta ejercicio democrático y participativo, en el que la brutal invasión militar del 98 se disipe en la memoria histórica colectiva, de nuestro pueblo y de otros pueblos hermanos.
Por eso los colonialistas se esmeraron en producir una fachada política que, esa era su intención, diera la impresión de que el colonialismo había sido superado y en su lugar nacía una relación entre socios, entre iguales. A esa fachada la bautizaron Estado Libre Asociado (ELA). Su acta de nacimiento fue una ley estadounidense aprobada por su Congreso en el año 1950, Ley 600/8212, que era una suerte de guía de instrucciones para la ocasión. El ELA habría de tener forma republicana, de manera que Puerto Rico comenzaría a ser una colonia organizada a la manera de una república, pero sin los poderes soberanos inherentes a una república.
Ni siquiera la fecha de la presentación en sociedad del ELA se dejó al azar. Entre los 365 días del año se seleccionó, qué casualidad, el 25 de julio de 1952; exactamente 54 años después de la invasión militar. De manera que mañana, 25 de julio, se cumplen sesenta años de la fundación del Estado Libre Asociado. Hubo un cambio de forma, pero la esencia colonial se mantuvo intacta, hasta el presente.
Esa fecha tiene una notable significación histórica adicional. El 25 de julio de 1978 fueron asesinados dos jóvenes independentistas— Carlos Soto Arriví y Arnaldo Darío Rosado¬ en un entrampamiento ejecutado por el gobierno colonial-anexionista de esos años en una zona montañosa conocida como el Cerro Maravilla. Esos asesinatos fueron concebidos como parte de una campaña represiva mayor, que se vio frustrada por la indignación del pueblo al conocerse los detalles de aquel acto brutal.
Ciento catorce años después de la invasión militar, 60 años después de la fundación del ELA y 34 años después de los asesinatos del Cerro Maravilla, prevalece el colonialismo en Puerto Rico como problema central de nuestras vidas. Ni por un instante ha cesado la lucha por la autodeterminación e independencia que se libra, tengámoslo presente, contra la potencia imperialista más poderosa y violenta de la historia.
Nuestra gran victoria ha sido prevalecer como pueblo y nación, caribeña y latinoamericana. El objetivo de los yanquis no se ha limitado a beneficiarse económica, política y militarmente. Han querido destruirnos como sociedad y cultura, como pueblo diferenciado, como nación. Hoy podemos afirmar categóricamente que, a pesar de todo, Puerto Rico es Caribe y América Latina.
Dentro de unos meses, el próximo 6 de noviembre, se celebrarán en Puerto Rico elecciones generales. Las mismas están diseñadas sólo para la organización interna de la colonia. Es decir, son elecciones coloniales.
Ahora bien, aunque se suponía que en 1952, con la creación del ELA, se había dado fin al colonialismo en Puerto Rico, lo cierto es que esa farsa no se la creyó nadie. Lo más grave, la condición colonial se ha manifestado en todos los órdenes de nuestras vidas, tanto como para obligar a los más encontrados sectores políticos del país, incluyendo a los defensores del ELA, a reconocer que el problema colonial prevalece y que debe resolverse para poder avanzar como sociedad.
En ese contexto, y en actitud pusilánime, han sucedido dos cosas importantes: primero, Estados Unidos no reconoce que haya aquí un problema colonial que resolver; segundo, desde Puerto Rico y a conveniencia de cada cual, los partidos políticos coloniales y anexionistas han celebrado farsas plebiscitarias en 1967, 1993 y 1998, dirigidas a dar la falsa impresión de que el problema colonial sería resuelto y que Estados Unidos acataría la voluntad «democrática» del pueblo puertorriqueño.
Precisamente, el partido anexionista que controla la administración colonial (Partido Nuevo Progresista, PNP) ha convocado a otra farsa plebiscitaria que deberá realizarse el mismo día de las elecciones generales. Una vez más se pretende engañar al pueblo y al mundo de que en la colonia le están reconocidas al pueblo prerrogativas soberanas para decidir su destino político.
Hemos denunciado ante nuestro pueblo y a nivel internacional esa farsa. Hemos insistido en que debe aplicarse en Puerto Rico el derecho internacional vigente en materia de descolonización—resolución 1514 (XV). Que este no es un asunto interno de Estados Unidos sino un problema internacional, donde la comunidad internacional y sobre todo los pueblos hermanos de Nuestra América, tienen jurisdicción. Nadie debe confundirse con los cantos de sirena de las farsas plebiscitarias, diseñadas sólo para que prevalezca el colonialismo, y peor aún, para adelantar la intención nefasta de anexar a Puerto Rico a Estados Unidos, como estado de ese país.
En ese contexto complejo, desigual y a la vez esperanzador, damos la batalla por el fortalecimiento de nuestro derecho a existir, pero no sólo a existir. También nuestro derecho a alcanzar la independencia y la libertad plenas, a construir una sociedad superior en la que cese toda dominación foránea.
El pueblo puertorriqueño no se merece menos. Por eso adquiere hoy una importancia tan grande, la solidaridad de los hermanos y hermanas del Caribe y América Latina con esta causa libertaria, en el más alto espíritu bolivariano. Con la seguridad y confianza en la victoria.
Por: Julio Muriente