El 13 de octubre de 1994, el comandante Hugo Chávez visitaba Uruguay. Un Uruguay que desconocía el proyecto polítco revolucionario que estaba detrás de este militar. Resistido por algunos en aquella época. Hoy sin duda es una referencia en la construcción de un nuevo modelo de sociedad. Este 7 de octubre, el pueblo venezolano, da un batalla más en la profundización del proyecto bolivariano. Transcribimos a continuación la entrevista que le realizara mateamargo en aquella oportunidad.
El 4 de febrero de 1992 una terrible insurrección militar sacudía la República de Venezuela. El 27 de noviembre del mismo año otro levantamiento -esta vez con foco en la Fuerza Aérea- hacía tambalear de nuevo al gobierno de Carlos Andrés Pérez. Al otro día del pronunciamiento de febrero, el teniente general Hugo Chávez Frías, -líder de los sublevados- se había convertido en la figura más popular de su patria, encarnando, junto a sus compañeros, un nuevo tipo de militar latinoamericano, vinculado a su pueblo y a las claves más dramáticas de su condición, inspirado en ejemplos extraídos del fondo de la historia, cuando los ejércitos latinoamericanos se formaron como herramientas para la efectiva independencia de nuestras repúblicas. De paso por Montevideo y próximo a partir hacia Santiago de Chile, el comandante Chávez habló con Mate Amargo. Junto a él estaban el teniente coronel José Luis Dávila y el economista Manuel Quijada, también integrantes del Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR 200), agrupamiento político de proyección nacional cuyo germen surgió hacia 1982, cuando una pequeña logia de militares jóvenes, se juramentaron para retomar el rumbo histórico seguido por Simón Bolívar. Ya por entonces se les conocía como «los bolivarianos».
Nos recibió enfundado en el «liqui-liqui» uniforme de los legendarios llaneros de Páez. Una diminuta condecoración -la Orden del Libertador- luce en la zurda de su casaca y todo su aspecto es militar. Tiene 40 años que no aparenta y el impecable estado de un físico trabajado -venía de correr por la rambla-. Mulato, franco y expansivo, natural de Barinas, y por lo tanto llanero, comenzó a hablar de lo que es su idea obsesiva, el nuevo militar latinoamericano, del que -junto a sus compañeros- se considera una prefiguración.
El péndulo y su equilibrio
—¿Por qué esa idea central comandante?
—Tal vez por la necesidad que tenemos de detener el movimiento de péndulo que caracteriza la condición de los militares latinoamericanos. O gorilas y dictadores o robots, especie de eunucos incapaces de reaccionar a la vista del drama terrible que viven nuestros pueblos. Es necesario encontrar un punto de equilibrio para esa oscilación trágica que sufren los militares latinoamericanos. Ese equilibrio solo se puede lograr vinculándonos a nuestros respectivos pueblos, luchando con ellos brazo con brazo, hombro con hombro. Fue ese sentimiento el que nos llevó a rebelarnos contra un gobierno llamado democrático, pero que en los hechos había degenerado en una tiranía, no solo de partidos sino unipersonal. Su representante, el señor Carlos Andrés Pérez hoy está preso por corrupto y quien le había transferido el mando anteriormente, Jaime Lusinchi, anda prófugo por el mundo con dos autos de procesamiento que pesan sobre su persona. Esto de por sí dice algo acerca de que tipo de democracia teníamos en Venezuela y también sobre las razones por las que elegimos el camino de la insurrección cívico- militar.
«El viaje a la catacumba»
—Comandante, el 10 de abril de este año usted fue liberado. En lugar de salir de prisión denigrado se transformó en el más popular de los venezolanos. Considerando que no ha abandonado las razones que lo llevaron a la insurrección ¿qué forma ha adoptado hoy por hoy la causa de los insurrectos de febrero? ¿Qué es lo que lo ha movido a recorrer América Latina?
—Nuestra primera necesidad al salir de prisión fue tomar contacto directo con ese drama del que apenas teníamos trazos ligeros. Es necesario comprender que yo venía de pasar 23 años en los cuarteles del ejército venezolano, luego la cárcel. Fue así que al recobrar la libertad, durante cien días recorrí junto a mis compañeros el llano, los caminos, los barrios de mi patria. Lo llamamos «el viaje a la catacumba», allí donde el pueblo llora, gime, siente y espera un mundo mejor. Después de palpar esa realidad nos impregnamos aún más del pensamiento bolivariano de que la patria es nuestra América y por eso decidimos aceptar invitaciones -en algunos casos- o aventurarnos sin tener mucho contacto -como en Uruguay- a conocer otras realidades y a procurar hablar con militares uruguayos. Ellos también son una referencia para ese nuevo militar latinoamericano que precisan nuestras patrias.
—Teniendo en cuenta la nueva proyección de su movimiento ¿hoy el comandante Chávez se considera un político?
——Estando en la cárcel leí una entrevista a Eduardo Galeano en que él, ante la pregunta de si se consideraba un escritor político, respondía que sí, si se entiende por político a quién se preocupa de la vida de sus semejantes. En ese sentido yo también me considero un político desde mi adolescencia, cuando comencé a sentir algo que me inducía a preocuparme por mi gente. En 1982, cuando ya éramos capitanes y teníamos diez años en el ejército, nos sentíamos parte de una nueva generación de militares, que comenzó a forjarse ya en 1971, cuando empieza una reestructura a fondo de los programas de estudio y la formación de los oficiales se implanta a nivel universitario. Había terminado la guerra de guerrillas, habíamos dejado de ir a la escuela de la Armada y mi generación no conoció qué cosa era una misión militar antiguerrilla ni participó en misiones fuera del país. Nos integramos de lleno al trabajo diario dentro de lo que considerábamos un módulo democrático. La guerrilla había bajado de las montañas y se respiraba un ambiente de pacificación. Sin embargo, por entonces comenzamos a apreciar un mundo político degenerado. Veíamos cómo nuestros jefes superiores llegaban a altos cargos aliados a la clase política y cómo eran postergados los mejores por resistirse a eso, o peor aún, cómo debían irse de la institución por no aceptar esas transas. Esa crisis moral iría tomando forma concreta en el cuerpo de la nación venezolana. Vimos cómo aquella explosión que llevó el precio del petróleo de 4 a 36 dólares por barril no fue utilizada para levantar al país sino para alimentar el despilfarro y la corrupción. Con ese cuadro en incremento llegamos al año 1982.
Del «viernes negro» al «caracazo»
—Ese año coinciden dos cosas en Venezuela. Por un lado se hizo evidente la crisis económica. Hubo un «viernes negro» que llevó a la aplicación del control de cambios, hubo un frenazo en la economía, se elevaron las tasas de interés, la inflación se desbordó y por primera vez en el siglo se entró en recesión. La crisis se comenzaba a manifestar en toda su profundidad.
Al mismo tiempo se celebraba el bicentenario del nacimiento de Simón Bolívar, nuestro inspirador ideológico y filosófico Eramos ya capitanes, con diez años de vida militar y creamos dentro del ejército – a partir de un núcleo muy pequeño- una organización bolivariana que, con el tiempo, fue extendiéndose. Realizábamos un trabajo muy abierto y hasta teníamos boletines bolivarianos donde se planteaba la recuperación de la moral de las FFAA, conjuntamente con el llamado a construir una doctrina propia, latinoamericana y venezolana y no una doctrina importada, ajena a nosotros e impuesta desde los grandes centros de poder.
—¿Ya era el germen del MBR 200?
—Lo era, al punto que lo denominamos Ejército Bolivariano 200. Con ese grupo nos juramentamos en un sitio histórico y decidimos dedicar la vida entera a un proyecto transformador cívico militar. Por supuesto, ni imaginábamos por entonces que doce años después marcharíamos a la insurrección.
Para que esa idea entrara a incubarse en nosotros debería llegar 1989, el fin de la década perdida, momento en el que en Venezuela, a la crisis moral se suma la crisis política y social, la que se hace evidente durante el segundo gobierno de Pérez. Apenas 20 días después de asumir por segunda vez Pérez, el pueblo venezolano se alza. Fue una expresión social espontánea motivada por el hambre y la miseria. Allí nos enfrentamos a circunstancias dramáticas. «Los militares deben empuñar su espada en defensa de las garantías sociales» había dicho Simón Bolívar el 10 de diciembre de 1830, cuando estaba ya al borde del sepulcro. El 8 de julio de 1975 yo había jurado, sable en alto, defender la patria y las instituciones, y me lo había tomado en serio. Y nos encontramos que cuando el 27 de febrero de 1989 el pueblo de Caracas sale a saquear movido por el hambre, Carlos Andrés Pérez imparte a los generales la orden de matar, la misma orden infame que impartió cuando nuestra insurrección. Entonces muchos de mis soldados fueron muertos, ya rendidos, por francotiradores de la policía política. Era el mismo Pérez que en los sesenta, como Ministro del Interior de Rómulo Bentancur, ordenaba tirar al mar desde helicópteros a los guerrilleros previamente acuchillados, el mismo Carlos Andrés Pérez al que saludó mediante una carta, como a un líder del Tercer Mundo, un presidenciable uruguayo.
«Bolivarianos»
—Antes del 27 de febrero yo estaba trabajando en el Palacio de Gobierno, en carácter de ayudante de un general de División. Por la gracia de Dios, por buena o mala suerte, había caído con rubeola pocos días antes, una enfermedad que a mis años era peligrosa. Por eso pude presenciar la tragedia desde mi casa. Un ejercito lanzado a parar como fuera a la gente, con la orden de disparar a mansalva contra compatriotas desarmados. Vi niños con cuatro tiros en la espalda, muertos con un trozo de carne en la mano, con una bolsa de comida. Después de la masacre, aquellos militares a los que ya nos llamaban «bolivarianos», los que veníamos de abajo, de hogares de campesinos, de obreros, de gente del pueblo, revisamos la tragedia y decidimos alzarnos en armas contra Carlos Andrés Pérez. Diseñamos el plan de operaciones «Ezequiel Zamora» y estuvimos a punto de activarlo antes de lo pensado, en especial cuando se preparaba la invasión a Haití. Yo estaba en un batallón de paracaidistas cuando recibí la orden de aprestarme a saltar sobre Puerto Príncipe mientras otro batallón lo haría en otro punto. Todo estaba dispuesto para reponer a Arístide, que estaba en Caracas bajo protección de Pérez. Se lo había llevado a Caracas y se lo instaló en la Casa Militar, con guardia de honor y todo. En ese momento, los comandantes de paracaidistas nos reunimos en secreto y decidimos alzarnos en armas cuando se impartiera la orden de invasión. Los aviones saldrían para Haití pero pegarían la vuelta. El ejercito bolivariano, como el artiguista, nació para dar independencia a nuestros pueblos y no para invadirnos unos a otros. Ya el tema militar había pasado a ser otro componente de la crisis Luego de la insurrección fuimos percibidos como la expresión de un clamor de las mayorías, tanto que al otro día de la misma, entre el 92 y el 94 por ciento de los venezolanos aprobaban nuestro alzamiento. Por ese clamor fue que tuvieron que sacarnos de la prisión de Caracas para enviarnos a un campo de concentración alambrado, donde para entrar -incluso la prensa- se requería permiso del Ministerio de Defensa. El pueblo había rodeado la prisión de San Carlos, en el centro de Caracas, una prisión militar de más de 200 años. Hasta se decía que había dos centros de poder en Caracas: Miraflores y el cuartel San Carlos. Por esa razón Pérez decidió nuestro traslado.
El árbol de las «tres raíces»
—Comandante, resulta sugestiva la elección del nombre de Ezequiel Zamora para designar el plan operativo. Se trata de una de las figuras más radicales de la historia venezolana.
—Sí. Ezequiel Zamora es algo así como el Emiliano Zapata venezolano, un líder agrario. Nosotros buscamos nuestra inspiración ideológica en componentes autóctonos, propios, y en ese sentido hablamos del «árbol de las tres raíces». Una raíz bolivariana, una robinsoniana -en referencia a Simón Rodríguez- y otra raíz menos conocida, más vinculada a las luchas locales venezolanas que nos viene de Ezequiel Zamora y su plan agrario.
-Eso en lo referido a las raíces que vienen del siglo XIX. Sin embargo, me gustaría saber que electo tuvieran en vuestra generación hechos mucho más recientes, que tuvieron como protagonistas a soldados del pueblo luchando junto al pueblo. Me refiero a las insurrecciones de Carúpano y Puerto Cabello a comienzos de los ’60, poco después del llamado «Pacto del Punto Fijo», que establecía la repartija del poder entre «adecos» y «copeianos».
—Manolo, Manolo, -ríe el comandante dirigiéndose a Manuel Guiada- escucha esta pregunta. Creí haber cometido algún equivoco imperdonable. Al final todo se me aclaró. Manuel Quijada era un veterano del alzamiento de Puerto Cabello, -el «porteñazo»- y en voz queda lo rememora: «Contra lo que se quiso hacer creer inicialmente fue un levantamiento de militares más bien de derecha, luego se sumó el resto y la población civil. Rómulo Bentancur tomó presos y soltó a los más conservadores alimentando la leyenda de que fue un levantamiento promovido por la izquierda. Yo tenía 28 años por entonces y fue muy duro. Hubieron miles de muertos y se combatió durante varios días».
La dimensión de la patria
—Sorprendió el levantamiento de febrero en un continente que en la década del ’70 había vivido inmerso en el militarismo. ¿Cuál es la diferencia de fondo entre el movimiento de febrero y los golpes militares de aquella década?
—La diferencia fundamental radica en el tipo de militares que dirigieron esta insurrección y en el contenido ideológico de la misma. Del ’82 al ’92 sembramos la idea bolivariana que hizo carne en la mayoría de los militares venezolanos. Se hicieron encuestas en el seno de las FFAA y tenemos un porcentaje de apoyo similar al que poseemos entre la población civil, el 80 por ciento. Eso, por supuesto, tiene aterrado al sistema venezolano. Es el producto de un trabajo a conciencia en el alma de los hombres. Un mensaje que no pretende formar gorilitas con vocación de dictadores. El mensaje es otro, le decimos al cadete y a los oficiales jóvenes: «Ese campesino que está allí es nuestro pueblo y a él nos debemos más que a las cúpulas que nos dan órdenes arbitrarias. Ese tanque. ese helicóptero, ese caballo, esa patrulla en las montañas son la patria tanto como cada árbol, cada hombre, cada niño de esta tierra, esta es tu patria. La patria no es algo abstracto que no se ve, tócala, duélela, siente su hambre y comparte con ella tu ración de combate». Esa percepción es el resultado de una década de trabajo profundo, duro, de un grupo de hombres muy jóvenes. Entonces, yo no creo que entre ese núcleo se estén formando gorilas.
En segundo lugar, nuestros planes políticos siguen basándose en cambios revolucionarios, atentos a un cambio en las estructuras y ajenos al maquiavelismo gattopardesco. Nuestro movimiento es bolivariano y revolucionario y esa R de revolucionario inserta en nuestro nombre es parte de más de un año de discusiones en asambleas clandestinas de 20, 30 o 40 oficiales, no es un capricho.
«Los amos del valle»
—Comandante ¿por qué sobre esa base no formaron desde el vamos un movimiento político para salir a buscar el apoyo de la gente?
—Porque eso era imposible en Venezuela y sigue siendo muy difícil aún hoy. Existen ejemplos de partidos políticos que surgieron con mucha fuerza para luego ser absorbidos por el sistema. En primer lugar es preciso tener fortunas para la publicidad porque los grandes medios de comunicación están en manos de una élite a la que llamamos «los doce amos del valle».
—Acá son tres.
—¿Nada más? Son menos, entonces todo es más fácil. Pero siguiendo con el tema, muchos militares que nos antecedieron eligieron el camino de la política. Hubo casos célebres, como el de un Ministro de Defensa honesto, un hombre particularmente honrado que salió a la calle a formar un partido político. No solo no tenía prensa sino que era ridiculizado por ella. Era patético verlo ir de pueblo en pueblo en un carrito con altavoces, luchando contra aviones privados y canales de TV. No hay reglas de juego justas que permitan formar un movimiento político que crezca desde abajo. Por eso decidimos alzamos en armas. Esas armas no eran para ir a la guerra contra Colombia o para invadir Haití, son para garantizar nuestra soberanía y la seguridad y el futuro de nuestra gente.
—¿De qué manera van a funcionar los bolivarianos de aquí en adelante?
—No queremos más insurrecciones, ya protagonizamos dos y ha muerto un grupo importante de compañeros. El 4 de febrero murieron catorce personas.
—Y en noviembre muchas más…
—Sí, pero fue el gobierno el que aumentó la cuota de sangre derramada. Por ejemplo, en una cárcel caraqueña, en una de esas embajadas del infierno que allá tenemos, en la cárcel de Catia, el día de la insurrección abrieron las rejas para facilitar la fuga a 200 presos. Los mataron a todos, en las calles, dentro de los pabellones. Después Carlos Andrés Pérez alegó que nosotros los habíamos armado. El 27 de noviembre de 1992 fué la Fuerza Aérea la que mayoritariamente se levantó. Tenían aviones F16, Mirage, Bronco, helicópteros de combate. Poseían un enorme poder de destrucción, pero el general Visconti y los oficiales que encabezaron esa rebelión tenían también la conciencia de que no operaban sobre una ciudad enemiga. Por eso no utilizaron una sola bomba de alto poder, con la que hubieran hecho desaparecer a Miraflores con Carlos Andrés Pérez y todo lo que lo rodeaba. Lanzaron bombas pequeñas a la Policía Política y se empeñaron en un combate aéreo donde murieron pilotos pero no lanzaron ninguna bomba de alto poder a tierra. Se lanzaron sí bombas disuasivas que no explotaron porque deliberadamente se les había quitado el percutor para evitar la masacre de compatriotas. Lo más lejos que se llegó fue a romper la barrera del sonido para aterrorizar a las fuerzas del gobierno. Veinte generales estuvieron en poder de nuestra gente y a ninguno se le causó daño. Nunca tuvimos ánimos de masacre y lo demostramos. No queremos volver a la rebelión armada pero no podemos garantizar que no se repitan o que no se reiteren explosiones similares a la del ’89. Eso es casi inevitable con un 60 por ciento de pobreza crítica, con un 12 por ciento de indigentes, con 600 mil niños abandonados en las calles de Caracas, durmiendo bajo los puentes, en las calles…
Nuevas bases
—¿Y ante la eventualidad de otro «caracazo» los bolivarianos permanecerían neutrales?
—Yo me voy con mi pueblo, mi compromiso es con ese pueblo. Y si los militares jóvenes se vuelven a alzar, no buscando establecer una dictadura, sino para apoyar a ese pueblo, vamos a estar con ellos. Podemos predecir que si el pueblo vuelve a alzarse de nuevo, en las FFAA se formarán dos bandos, los que saldrán a reprimir y los que se pondrán del lado del pueblo.
Estamos haciendo lo posible para que no se llegue a ese enfrentamiento fratricida. Pedimos que se le dé una oportunidad a los cambios pacíficos y concretamente proponemos el llamado a una Asamblea Constituyente, ya que consideramos que es la única salida que puede garantizar la paz necesaria para transitar hacia otra situación. Es decir, es necesario cambiar esta Constitución nacida del pacto de «Punto Fijo». Una democracia que solo tiene algunos rasgos de democracia, que no prevé -por ejemplo- el recurso revocatorio. Y así sucedió que Carlos Andrés Pérez resultaba inamovible aunque todo el mundo -incluido su propio partido- pedía que se fuera.
Queremos abrir el cauce a una real democracia. Nosotros tenemos el apoyo del 80 por ciento de la población para nuestra propuesta de Asamblea Constituyente y más del 60 para nuestro Movimiento. El año entrante habrá elecciones para gobernador, sin embargo hemos decidido no participar en ellas y exigir en cambio Asamblea Constituyente, ley de partidos políticos, un marco jurídico-político para la nación. La Constitución debe apelar a la soberanía popular, que como decía Jacobo Rousseau, «es o no es», no existen términos medios al respecto. De los 20 millones de habitantes de Venezuela, entre 10 y 12 deberán decidir cuál es el modelo político que nos va a regir en adelante. Es decir, fundar las bases de la República de Venezuela le corresponde al pueblo venezolano y no a pequeños poderes particulares.
—Comandante, hablamos de la problemática social y política de Venezuela. Quisiera que se refiriera también a la problemática militar. En estos momentos en nuestros países se sienten los efectos de propuestas supuestamente «modernizadoras» que vienen del Norte y que pretenden desmantelar las FFAA nacionales, dejando en su lugar cuerpos de élite con funciones de policía interna. ¿Qué opinión tiene al respecto?
—En primer lugar no hablemos de propuestas sino de imposiciones. Del Norte no nos llegan propuestas. ¿Qué tiene de propuesta la invasión a Panamá? Precisamente vengo de allá. Invadieron de madrugada y se llevaron en sus barcos 120 mil fusiles, los viejos tanques de guerra que tenía el Ejército de Panamá y los camiones militares. Hasta la vestimenta del Ejército panameño cambió, ahora visten como la Policía. Podríamos hablar de «propuesta» si se limitaran a decir que los militares deben cumplir con la Constitución, pero ahora lo que pretenden es organizar las fuerzas de defensa de nuestras patrias. El ejemplo de Panamá es ilustrativo ya que el texto del Tratado que prevé que los Estados Unidos deben retirarse de la zona del Canal en 1999, agrega que Panamá deberá tomar el control del Canal con su ejército. Mientras tanto, los Estados Unidos se ocupan de que Panamá se quede sin Ejército por lo que el Tratado no puede cumplirse. Yo me niego a discutir si debe haber o no ejércitos en América Latina. Por supuesto que deben existir. Lo que debemos discutir -respetando las particularidades de cada país, y en eso deben de participar los militares junto a la sociedad civil- es ¿qué tipo de Ejército necesitamos?
No se pueden repetir los estereotipos del gorila ni del autómata ciego y sordo a los reclamos de su gente. En nuestro continente existen más de 300 millones de seres humanos en el ojo del huracán, es decir, en el más completo abandono. Vamos hacia la africanización de América Latina. Frente a esto los militares bolivarianos preconizamos un modelo de fusión civil y militar, de manera que nuestras FFAA participen de la regeneración de nuestras naciones. En esa práctica se formó nuestra generación. Pongo un ejemplo: oficiales de mi generación vivieron durante dos años en una isla del Arauca, compartiendo trabajos y necesidades con campesinos en el último estado de la pobreza. Posteriormente estuve destacado en las cercanías con un escuadrón de caballería y pude experimentar todo lo que allí se aportó. En esa línea de trabajo deberíamos formar un equipo de alta estrategia para la Amazonia. Hay temas continentales que superan la capacidad de resolución de cada ejército tomado por separado y ya en el mundo desarrollado están diciendo que ni Argentina, ni Brasil ni los países de la cuenca del Amazonas -y Uruguay también tiene que ver con el tema- tenemos capacidad para garantizar la Amazonia. Por lo tanto, según estos voceros, Estados Unidos, Inglaterra y los que llaman los «siete grandes» deberían ocuparla.
—Ya el Ejército brasileño ha denunciado esa movida y se ha pronunciado en contra.
—Y tendríamos que preocuparnos todos por esto. También los militares uruguayos, aunque no he tenido mucha oportunidad de hablar con ellos.
—Esté seguro que muchos deben tener ganas de cambiar ideas con usted.
—Por el momento los que más se han preocupado son los que me tomaron fotos en cuanto llegué al Aeropuerto. No le hago caso a la inteligencia, pero sí me importa la opinión de los militares uruguayos. Espero que puedan leer lo que ustedes digan, es una forma de comunicación que, aunque indirecta, igualmente sirve.
El poder moral
—José Artigas hablaba de impedir el despotismo militar a través de «expresas trabas constitucionales». Precisamente la articulación de los poderes del Estado y el lugar bien preciso que se les asigna a los militares tiende a impedir el desborde de quienes manejan las armas. ¿Cómo se expresaría, de acuerdo a esto, la integración de los militares a la vida de la nación?
—Yo hablaba de detener el péndulo para avanzar en un modelo democrático. Y en ese sentido, a los tres poderes clásicos de los que hablaba Montesquieu habría que incorporar el poder moral bolivariano y el poder electoral, electos por el pueblo. ¿Qué sucede en Venezuela y en casi todos los países de América Latina? El Fiscal General de la República -por ejemplo- es el hombre encargado de fiscalizar el cumplimiento de las leyes, pero lo nombran los cogollos de los partidos políticos y así lo amarran. El Contador General de la República, el encargado de chequear las cuentas y la administración de los gobernadores, es nombrado por el gobierno. Allí debe intervenir el poder moral, que debe ser electo por el mismo pueblo. Y en lo que respecta al poder electoral lo mismo. En Venezuela, los encargados de organizar las elecciones, el Consejo Supremo Electoral, en todos sus niveles, es nombrado por los partidos políticos a través del Congreso Nacional. Así se abren las puertas al fraude, al reparto de votos, a las múltiples trabas impuestas a los nuevos movimientos. Eso lleva directamente a crear una clase política degradada y corrompida. Ante eso hay que interponer el poder electoral, poder que funcione permanentemente y no en coyunturas, encargado de constatar si efectivamente se gobierna, si se cumple o no por cada funcionario la función de gobierno. Si no es así, el Poder Electoral, nombrado por el pueblo, puede llamar a referéndum revocatorio. Por supuesto, estamos hablando de poderes autónomos, electos por el pueblo y no amarrados al poder político y económico.
—¿Por eso la Constituyente?
—Sí, y por algo más, si no todo en Venezuela va a terminar en violencia sin que medie nuestra voluntad y entonces ustedes se van a acordar de mí. Hay un proverbio chino que asemeja la historia a un molino, que muele los hechos al margen de nuestra voluntad… Estamos de acuerdo, los militares no pueden estar en el Poder Ejecutivo, no es su función, y el que tenga esa ambición, pues que abandone la institución. La insurrección de febrero y también la de noviembre fueron medidas de desesperación, lo que se llama en términos jurídicos una manifestación del estado de necesidad. No es conveniente tampoco que en el Poder Legislativo intervengan militares en actividad y mucho menos en el Poder Judicial, pero si en el poder moral. Si cuenta con el cariño del pueblo y éste le ve condiciones de honorabilidad y capacidad ¿por qué este no puede ser electo como miembro del poder moral de ese municipio? El hecho de fiscalizar que se cumplan las leyes no contradice la función constitucional universal de las FFAA. Se puede argumentar que los militares tienen las armas y yo preguntaría; ¿dónde hay más poder, en un fusil o en un banco?
La Coordinadora Bolivariana
—¿Cómo funciona el Movimiento Bolivariano Revolucionario (MBR) al día de hoy?
—El reclamo de Asamblea Constituyente se ubica en el corto plazo. Pero nada significaría sin un planteo a largo plazo. Es lo que llamamos el Proyecto Nacional «Simón Bolívar» que apunta a la transformación de nuestra patria. Para eso hemos formado lo que llamamos la Coordinadora Bolivariana en cada estado de la República. No queremos participar en alianzas de pequeños partidos, sino estar allí donde está el poder de base de los pueblos, donde están los obreros, estudiantes, campesinos, amas de casa, militares retirados, eso que llamamos el «huracán bolivariano». Aspiramos que para el 4 de febrero de 1995, cuando se cumplan tres años de la rebelión, podamos convocara una Asamblea Nacional Bolivariana. Hace poco hicimos una convocatoria local en una región central de Venezuela. La reunión la formalizamos en un liceo y el local desbordó. Aspiramos a que se junten entre diez a quince mil personas. Pero queremos un movimiento de masas y no de cúpulas vinculadas al poder económico. Que ese movimiento se base en la fuerza transformadora del hombre y la mujer del pueblo. Ya hemos formado equipos multidisciplinarios que trabajan en el diseño de un proyecto nacional de transformación a largo plazo, el Proyecto Nacional «Simón Bolivar». Manuel Quijada, que fue Ministro de Fomento interviene en eso, junto a un equipo de economistas está trabajando en el diseño de un modelo alternativo justo, soberano y productivo. Recalco lo de productivo, nuestra patria sigue aportando materia prima que no se procesa en su seno, producimos dos millones y medio de barriles de petróleo por día, pero se exporta en crudo, quitando trabajo y riqueza a nuestra gente. Se perpetúa la historia de los 500 años. Eduardo Galeano habló de Las venas abiertas de América Latina, gracias a Dios o a la naturaleza seguimos teniendo mucha sangre en las venas, pero cuidado con que nos sequen el continente y nos quedemos con la miseria y las guerras intestinas.
El poder de lo profundo
—¿Cómo surgió ese viraje desde las concepciones insurreccionales de febrero y noviembre de 1992 a este paulatino crecer desde abajo? ¿Hay implícito en ello una definición acerca de la naturaleza del poder?
—Esa concepción del poder siempre la hemos tenido. La idea del poder naciendo y creciendo desde lo más hondo de nuestra patria siempre fue manejada por nosotros. Pero el hecho de que no pudiéramos trascender el ámbito de los cuarteles impedía su desarrollo. Yo estuve destacado en la frontera entre los indígenas, en una población de la gente más autóctona de nuestra tierra. Vi cómo vivian a orillas de los ríos, cómo comían la placenta de las parturientas a causa de la desesperación del hambre. Y cuando hablé en la plaza Bolívar en los actos patrios, hablé de su hambre, de la riqueza de los terratenientes, fui a vivir con ellos y me escucharon como a uno de los suyos. Esa fuerza estaba represada y hoy está en movimiento. No me extrañó que a causa de eso se elaborara un informe diciendo que yo estaba incitando a la violencia a los indígenas.
—Por último, quisiera que aprovechara este medio para enviar un mensaje a los militares uruguayos.
—A los militares uruguayos mi saludo bolivariano y nuestra mejor disposición al diálogo para la búsqueda conjunta de un nuevo soldado latinoamericano, que también es la recuperación de los viejos militares bolivarianos y artiguistas, aquellos que trajeron la independencia a este continente. Hoy como nunca es preciso recuperar ese signo integracionista y liberador de las FFAA latinoamericanas, por eso andamos por el continente buscando lo que se perdió en el rumbo histórico. En particular, queremos invitar, no a las personalidades ni a las fuerzas políticas, sino a todo latinoamericano que se sienta convocado por esta causa, a juntarnos en el Congreso de Panamá, convocado hace 170 años por Bolívar. Simón Bolívar decía que el istmo de Panamá debía ser para los latinoamericanos lo que el de Corinto para los griegos: un punto de encuentro, de fortalecimiento moral, social y económico. Es tan obvio el carácter estratégico de ese punto que los norteamericanos no se han ido de allí en lo que va del siglo, por eso es vital que en 1999 el canal de Panamá vuelva a manos panameñas. El 17 de diciembre nos encontraremos en Santa Marta con militares retirados, cooperativistas, sindicalistas, universitarios, prensa, con todos, para hacer una Convención que planifique, diseñe los ejes de trabajo para considerar los modelos de integración para la Latinoamérica del siglo XXI, y para proponérselos a toda la sociedad civil. En 1996 se conmemoran los 170 años del l Congreso anfictiónico de Panamá. Para entonces pensamos celebrar el ll Congreso anfictiónico, con el propósito de que sea un organismo permanente al servicio de nuestros pueblos latinoamericanos.
Por: Colectivo Mate Amargo