La contundente victoria de Chávez y del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) es merecedora de conclusiones. No idealizamos ningún gobierno o régimen, incluyendo al venezolano.
En el sistema-mundo capitalista cada vez más entrelazado, en crisis civilizatoria y retrocesos de los pueblos en diversas regiones del orbe, es una idealización absurda pretender la perfección y la pureza de las construcciones nacionales. Ni un solo país dependiente puede por sí solo abolir el hambre, la miseria, el analfabetismo, preservar el medio ambiente, lograr la igualdad de género, gozar de la plenitud de los derechos humanos y convertirse en un “país de primera”. Ni siquiera esos logros los pueden obtener Estados poderosos (la República Popular China) o Uniones supranacionales (como podría llegar a ser la UNASUR), en tiempos en que deben destinar ingentes sumas a los presupuestos militares contra el intervencionismo imperialista, o enfrentar los efectos del calentamiento global, acelerado por la apetencia de ganancia de los capitalistas.
Cuando Chávez y el PSUV proponen la transición al socialismo y apuntan a la construcción del socialismo del siglo XXI –al igual que Rafael Correa o Evo Morales- saben que su construcción se levanta en un espacio nacional y estatal limitado, reconocen que las economías de sus países son capitalistas dependientes y los nuevos Estados populares mantienen fuertes rémoras del pasado burgués. Son muy críticos del modelo rentista petrolero, de la incapacidad productiva hasta para alimentar a su población, del atraso cultural, de la burocratización, con el consiguiente despilfarro y corrupción.
En tiempos no muy lejanos había quienes sostenían que criticar al régimen soviético era demencial y por ende que no había más opción que encerrar a esos críticos en manicomios o en campos de concentración. Mucho se ha avanzado desde ese ayer a la apertura ideológica y política actual. Los promotores del “socialismo del siglo XXI” se orientan a superar al capitalismo mediante una prolongada transición socialista, que implica necesariamente activa participación democrática de los pueblos y que sólo se sostendrá y afirmará en mega-naciones a edificar, hasta que el espacio constructor del socialismo se vuelva mundial, con aportes mutuos de los pueblos por la vía de complementación productiva, de cooperación científica, de defensa militar, etc. De allí la apuesta a la integración de Nuestra América, y a contribuir a un mundo multipolar.
Este proceso revolucionario venezolano es inédito. La Revolución es la transformación radical de las estructuras (económicas, sociales, políticas, culturales) generalmente por vía violenta. No obstante, esa transformación no siempre es inmediata, sino que puede ser antecedida por un proceso moderado de reformas y de transición pacífica relativa. Porque tampoco la violencia de uno u otro bando siempre está en el comienzo del proceso y bien se puede manifestar tardíamente.
Para que Chávez accediera a la presidencia (1999) hubo de darse una situación revolucionaria, caracterizada por sus tres signos distintivos: 1) la imposibilidad para las clases dominantes de mantener inmutable su dominación; 2) la agravación, superior a la habitual, de la miseria y de los sufrimientos de las clases oprimidas; 3) la intensificación considerable de la actividad de las masas empujadas a una acción independiente. Pero entonces, aún no había una crisis revolucionaria, ese cambio subjetivo que se traduce en la capacidad revolucionaria del pueblo para quebrantar el viejo orden, para el fue necesario el golpe de Estado (2002). Entonces sí, hay un salto cualitativo, en tanto las fuerzas populares y Chávez comprenden que es imperioso profundizar las transformaciones, una de las cuales es asumir la efectiva dirección de PDVSA. Sin embargo, aún en esas circunstancias golpistas, Chávez tiene la visión de no cerrar la legalidad para la oposición (Carriles apoyó el golpe de Estado), de conservar la democracia liberal, y a la vez de modificarla, por la vía de una reforma constitucional, que apunta a un Estado democrático de nuevo tipo.
En eso radica una de las originalidades del “socialismo del siglo XXI”. En el siglo XIX Marx no había descartado la posibilidad de una transición pacífica en Inglaterra, pero no la hubo y la principal experiencia proletaria y popular de su tiempo es la Comuna de París (1871), un proceso de ruptura del orden legal. Hasta 1920 durante la Revolución de Octubre, en los órganos del nuevo poder (los Soviets) participan diversos partidos políticos, lo que es admitido por los bolcheviques. La agudización de la contrarrevolución y diversos acontecimientos, termina con el funcionamiento democrático de los Soviets. En otras revoluciones (la china, la vietnamita, la cubana) tras guerras civiles duras y enfrentamientos con una oposición que nunca renuncia a la vía armada para reconquistar el poder, se vuelve inviable la legalización de la oposición contrarrevolucionaria. En ese sentido, el proceso venezolano es atípico porque sí hay una oposición legal que ha participado de todos los procesos electorales, menos en uno, auto-excluida. Pero, sin la visión conciliadora de nuestro pago que desea la inviable “unidad nacional”, o de la socialdemocracia que juzga positiva la “alternancia” de partidos en el gobierno al tiempo que se ciñe a las pautas del sistema capitalista, Chávez ahonda el proceso de transformaciones. Así, la clásica estructura liberal de la división en tres poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) ha devenido en la creación de otros poderes (Electoral y Ciudadano) y a estructurar diversos mecanismos de participación del pueblo en la conducción del proceso. Lo que pudo haber sido en Uruguay el tercer grado de poder (Municipios y Alcaldías) de haberse promovido con una concepción participativa, sin permitir su burocratización.
Como apuntara el Dr. Lacalle, Chávez tiene a su favor “una impecable legitimidad de origen electoral en la base de su poder” (“Búsqueda”, 15/9/2005). Y –agregamos- la visión marxista y de estudioso de Mao Tse Tung, que comprende que para dirigir la vanguardia partidaria (PSUV) debe ganarse a la masa avanzada, atraerse a la intermedia y arrastrar a la atrasada. Por esas y otras razones, el “chavismo” es muy diferente del “populismo” burgués de Perón o Vargas.
Por: Julio A. Louis