Por: Hekatherina Delgado
Premio Florencio a Mejor Texto de Autor Nacional 2013, otorgado por la Asociación de Críticos Teatrales del Uruguay.
Tomé asiento en la tercera fila a la espera de la ficción. El título de la obra era atrayente: Argumento en contra de la existencia de vida inteligente en el Conosur. Quizá llamó mi atención porque estoy acostumbrada a títulos rimbombantes de artículos académicos, quizá porque las cosas pretensiosas me dan curiosidad, quizá porque el Conosur es algo preocupante.
En el escenario de un apartamento pequeño burgués, cuatro estudiantes de clase media letrada se exponen ante la seducción del complot. ¿Para qué? Para tratar de cambiar el mundo cual episodio de Pinky y Cerebro (cartoon que merece el mayor de mis respetos).
Con un buen manejo de los símbolos y excesivas referencias autorales como marcas de clase, se conforma una elección estética que mezcla una escenografía dispuesta para integrarnos al dispositivo hogareño en tonos de medianía. Esto demuestra un buen equilibrio entre el diseño de arte y el trabajo de dramaturgia y dirección por parte de Santiago Sanguinetti. También es destacable el trabajo actoral de Alejandro Gayvoronsky.
Con un énfasis importante en la hipocresía y la discriminación propias del conservadurismo uruguayo, el contraste entre la crítica a las huellas de la dictadura, en el marco de una musicalización a base de Calle 13, comienza a involucrarnos en las múltiples cuestiones por las que transita la obra.
Desde una lógica de pensamiento lineal, la pieza nos introduce en la vida de cuatro personajes estereotípicos, clichés de clichés que referencian al sincretismo propio de lo latinoamericano (¿lo latinoamericano?), al tiempo que exponen juegos de manipulación, consumismo y seducción histérica como forma para saciar la angustia.
La circularidad de la obra es planteada mediante un distanciamiento casi cinematográfico, donde presenciamos un recordatorio del rol voyeur mirando la masacre por TV, aquel cómplice hastiado en la distancia del hogar burgués aterrado de culpa por su deseo neurótico de matar al Otro, ese Otro que viene a ser dictadura, postdictadura y década de los noventa, ese Otro que acecha.
El miedo a crecer, la pregunta respecto a la madurez y el conservadurismo, la construcción del parentesco como mandato social y la desconsideración cotidiana, son tópicos que se encarnan en el vínculo que los personajes tienen con sus hijos que, fantasmáticamente, exponen el silencio más tenebroso: la sospecha del abandono inminente.
De esta forma, en un juego constante de contrastes, la banalidad del mal, como sustento de la ausencia de metanarrativas, convive con hijxs que presentifican la posibilidad del cambio, el milagro de la vida y la necesidad de que la historia sea reescrita de alguna manera. Al tiempo que esto se articula en la desilusión del haber cumplido con los mandatos hetenormativos y el peso de la culpa. Esto es lo que hace de la obra una comedia negra, pesimista.
Un manifiesto al miedo que conlleva romper los límites, el trabajo contra uno mismo, romper con: mi historia que la escriban los que vengan, yo hice lo que quise, que ellos reconstruyan algo con eso y hagan lo que puedan. Una fuerte crítica a la mistificación de la militancia formato años sesenta, mística que aún ocupa gran espacio en gran parte de la dirigencia de izquierda devenida progresismo institucionalista.
El juego del complot, tan shakesperiano, el teatro adentro del teatro y el panfleto absurdo filmado para medios de comunicación que construyen la agenda política. La vida ante la cámara y paradójicamente la pregunta ¿cuál es el rol de lo revolucionario en la contemporaneidad?, ¿qué significa la inteligencia, la búsqueda de sentido si la revolución se filma?
No faltan alusiones a la división campo-ciudad en una atmósfera opresiva propia de una modernización que, desde una mirada snob, pretende enarbolarse de estética neohippie. Pero cabe preguntarse ¿hay Modernidad en el Conosur o asistimos a una suerte de forma fragmentaria como pretende encasillarnos el pensamiento colonialista?
Se abren algunas preguntas: ¿podemos ponerle nombre a lo que sucede en nuestro presente?, ¿existe algo tal como lo propiamente latinoamericano?, ¿vivimos en una democracia endeble?, ¿tenemos pánico a la posibilidad de hacernos cargo de construir nuestra época?, ¿el diálogo permite la posibilidad de reflexión y el perdón o hay irreconciliables que no pasan por el discurso?, ¿por qué la autenticidad se expone en situaciones límite?
La pieza abre varias preguntas relacionadas a la política y las subjetividades contemporáneas. Eso es más que suficiente para decir que es un buen trabajo, una muy buena obra de teatro y, por tanto, una buena exposición de, al decir de Ranciére, la política que comporta toda ficción. No es una obra interesante, es una obra que me gustó.
Ficha técnica:
Texto y dirección: Santiago Sanguinetti.
Actúan: Carolina Faux, Alejandro Gayvoronsky, Bruno Pereyra y Josefina Trías.
Diseño de iluminación y escenografía: Sebastián Marrero y Laura Leifert.
Diseño de vestuario: Florencia Rivas.
Diseño gráfico: Federico Silva.
Realización audiovisual: Natalia Villalobos.
Producción, prensa y difusión: Andrea Silva.
Coproducción del Teatro Solís en el marco de Montevideo Capital Cultural 2013.