Por: Magela Fein
Para 1813, el Artiguismo se había consolidado como corriente política, su proyecto comenzaba a tomar forma, convirtiéndose en una poderosa alternativa al centralismo porteño.
De porqué los delegados orientales no fueron admitidos en la Asamblea General Constituyente de 1813
Los años turbulentos
Ya hacía casi tres años que había comenzado la Revolución. Había sido una conmoción nacida de la orfandad.
Los pueblos debían darse un gobierno cuando el rey no podía reinar; la soberanía debía retornar de esa manera a su origen, es decir: “las villas y los pueblos” del reino. Así estaba establecido desde siempre en la legislación española.
Cuando apenas unos años antes, en mayo de 1808, Carlos IV y su hijo Fernando – “el Deseado” – habían abdicado al trono al que según la tradición tenían derecho, entregándolo al invasor francés y plebeyo, los pueblos de España se habían organizado para resistir. Resistir significaba oponerse al invasor, luchar contra él en guerra de guerrillas, desgastándolo, debilitándolo, con esa tenacidad y heroísmo que templa a hombres y mujeres cuando se les ofende; cuando se les deja solos a su suerte, cuando se percatan que sólo cuentan con su propia determinación.
Pero resistir era también gobernarse a sí mismos, que para eso estaban las Cortes y las Juntas. Así fue que en Cádiz se instalaron finalmente las Cortes, para administrar y para legislar. Y las leyes que se promulgaban tenían perfil liberal. Porque a pesar de que los franceses eran invasores y enemigos, sus ideas –las Nuevas Ideas- se infiltraron “envenenando” el pensamiento de los diputados reunidos en la Asamblea.
De Cádiz salieron rumbo a América, estampadas en libros y cartas, embarcadas junto a los productos que los comerciantes criollos esperaban con algo de fastidio desde que los ingleses demostraron que se podía comerciar con mayores ganancias sin la rigidez del monopolio.
Fue por esas noticias e influencias que llegaban de Europa, que en Buenos Aires, en mayo de 1810, se reunieron los pobladores más notables y decidieron llamar un Cabildo Abierto – otra de las formas de gobierno directo, prevista en la legislación consuetudinaria española- que legitimara la destitución del Virrey Cisneros que ya no representaba a ningún rey, y el nombramiento de una Junta de Gobierno, la que la historiografía llamó: Primera Junta.
Buenos Aires no tenía claro que forma de gobierno darse. Entre quienes integraron esa Primera Junta había monárquicos y jacobinos. Es decir, había quienes querían un rey, o una reina, que para eso estaba Carlota Joaquina de Borbón en Río de Janeiro. Y había quienes entendían que los verdaderos protagonistas y beneficiarios de la nueva situación eran los criollos todos, tanto los ricos como los pobres, y que todos debían estar representados en el gobierno.
Si bien no llegaban a acuerdo en lo relativo a la forma de gobierno, tanto monárquicos como republicanos estaban unánimemente convencidos de que el poder económico y el prestigio político de Buenos Aires le avalaba para centralizar el gobierno de todos los territorios del antiguo Virreinato del Río de la Plata.
A esta convicción se opusieron los intereses y los sentimientos del resto de las provincias, cuyos ciudadanos más ilustres conocían y sostenían que la confederación era la mejor forma de organizar la unión de las provincias surgidas del Virreinato
La Asamblea General Constituyente. Buenos Aires, 1813
Entre mayo de 1810 y abril de 1813, las ideas independentistas y republicanas se fueron consolidando, desplazando definitivamente a las otras opciones surgidas del vacío de poder que siguió a la caída de la administración borbónica.
En los frentes de batalla se sucedieron los triunfos y las derrotas; algunas tan graves que llegaron a comprometer el avance revolucionario y llevaron a tomar decisiones estratégicas que perjudicaron a la Banda Oriental, dejándonos sin más respaldo que nuestra propia capacidad de resistencia.
Cuando Buenos Aires convocó a la Asamblea General Constituyente intentaba legitimar su hegemonía y desarticular, de una vez por todas, las pretensiones federalistas de las otras provincias. Ya se había configurado allí la idea de que la que había sido capital virreinal era, por lógica, la cabeza del nuevo estado: Buenos Aires era la “civilización”, el resto- la campaña- la “barbarie”. Y esta falsa antinomia marcaría el futuro, hipotecando la integración y el desarrollo conjunto de la región.
Cuando Buenos Aires convocó a los diputados orientales, Artigas reunió a los representantes de las “villas y los pueblos” de la Banda Oriental y delegó en ellos la elaboración de las propuestas. En el discurso inaugural del Congreso reunido en el Palomar de Cavia – en el Paraje de Tres Cruces- el 5 de abril de 1813, Artigas anunció a los delegados presentes: “La asamblea general tantas veces anunciada empezó ya sus sesiones en Buenos Aires. Su reconocimiento nos ha sido ordenado. Resolver sobre este particular ha dado motivo a esta congregación, porque yo ofendería altamente vuestro carácter y el mío, vulneraría vuestros derechos sagrados si pasase a decidir por mi una materia reservada sólo a vosotros.” (Oración de Abril)
Quien ya había sido aclamado “Primer Jefe de los Orientales”, les recordaba a los suyos: “Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa por vuestra presencia soberana”.
Pero, ¿fue acaso el lugar de jerarquía en que Artigas ubicó a su pueblo, hasta el más llano, lo que intensificó sus diferencias con los porteños? ¿O quizás, fue la certeza de la ascendencia de este hombre sobre los suyos, luego de que un pueblo entero le siguiera al Ayuí, lo que hizo que le temieran y pretendieran desautorizarle?
Los diputados orientales fueron rechazados en su mayoría. Sólo se permitió el ingreso de Dámaso Antonio Larrañaga y de Dámaso Fonseca, representante por Maldonado y residente en Buenos Aires, que habían sido elegidos en tiempo y forma según estaba prescrito en las disposiciones que las autoridades porteñas hicieron llegar a las distintas provincias. Este argumento no tenía fundamento, porque a otros delegados, que se sabía eran afines al gobierno de Buenos Aires, si se les permitió ingresar, aunque hubieran sido elegidos de forma irregular.
Larrañaga cedió sus poderes a García de Zúñiga, que había participado del Congreso de Tres Cruces; quien de todas maneras se retiró de la Asamblea como protesta ante al actitud de las autoridades.
Felipe Cardozo, el mensajero
El diputado Felipe Cardozo había nacido en Buenos Aires.
Era algo menor que Artigas y como él, había integrado el cuerpo de Blandengues.
Cuando le impidieron ingresar a la Asamblea, se dirigió al norte con el texto de la “Instrucciones” y lo proclamó en Santa Fe y Corrientes, llegando hasta la Audiencia de Charcas en Alto Perú (la actual ciudad de Sucre en Bolivia).
El mensaje federalista, la verdadera razón del rechazo a los diputados orientales, se esparcía incontenible, ante la impotencia del centralismo bonaerense.
Los autoritarios como Alvear no lo podían permitir: se pidió la captura del diputado oriental por actividades subversivas.
Cuando lo apresaron, resolvieron confinarlo en La Rioja, para que cumpliera una pena de seis años.
La presión de Artigas sobre el Directorio, les obligó a liberarlo.
Volvió a Montevideo en 1815.
Un año después moría en su chacra de Canelones.
Las instrucciones del año XIII, son un momento clave en la construcción del proyecto político del Artiguismo y de la lucha por la independencia en el sur de América.