Por: Ricardo Pose
Dos jóvenes españoles arrastran sus suelas por el sur del continente; son valencianos rebeldes que reniegan de la España centralista post monárquica y franquista, reivindican el catalán y la crisis europea en la que se hunden, justifican sus pensamientos.
Encuentran en Latinoamérica la esperanza de la construcción de una sociedad nueva, al amparo de la profundización del programa de los países donde gobierna la izquierda.
Al sur del sur, casi cayéndose del mapa, llegan por Santa Catalina, en Montevideo, atrás del cerro. Están intrigados por conocer como se construyeron todos estos barrios, asentamientos humanos, nacidos bajo el gobierno comunal de izquierda y les cuesta comprender que en un país donde gobierna la izquierda toda la nación, existan aun esos conglomerados de chapas y maderas y pisos de tierra adentro de los ranchos.
Entonces, sentados bajo el fresno descansado de la recorrida por el asentamiento (¿barrio nuevo?), recuerdo la noche que 80 familias ocuparon estos terrenos, propiedad privada de una sucesión dueña de los campos que oficiaron de viejo saladero y que no se usó nunca más para nada de provecho.
Corrían los fines de los 90 y el fenómeno de las ocupaciones de terrenos productos de las políticas de vivienda (o mejor dicho de estímulo del desalojo) eran llevadas a cabo por miles de familias sin mayor organización que la ocupación de esos terrenos; de diversas organizaciones de izquierda, algunas que habíamos protagonizado ocupaciones de tierras desde el movimiento cooperativo ante la falta de respuestas del Banco Hipotecario del Uruguay y del novel Ministerio de Vivienda, nos sumamos a las ocupaciones intentando aportar organización y cierta orientación a las mismas.
El fenómeno era masivo sin dudas. La organización fundamental era de las 80 familias que ocuparon, que a los tres días ya eran 360. Se debió hacer una lista de espera; con los cerca de 20 y tantos terrenos ocupados solo en la zona del CCZ 17 perteneciente al Cerro creamos el Plenario de Asentamientos. Calculen un promedio de 300 familias por 20, una fuerza movilizada ocupando un territorio específico.
Las comisiones de cada asentamiento distribuyeron terrenos, resolvieron conflictos vecinales, oficiaron de jueces de paz, tribunal de alzada, dirigieron brigadas de auto defensa y seguridad.
Fue un proyecto de vivienda propia pero también una escuela fermental de construcción social; muchos desalojados del sistema cooperativo aportaron a la imprescindible concepción colectiva para que se visualizaran claramente los que necesitaban respuestas urgentes y que eran decenas: mujeres solas a cargo de menores.
La politiquería no se hizo esperar. Cercana a las elecciones internas de los partidos políticos, la coalición gubernamental (segundo gobierno de Sanguinetti) permitía que ediles colorados gestionaran el aprovisionamiento de agua potable a pesar de ser mayoritariamente blanco el directorio del organismo.
Dos canillas para 400 familias y algunos puestos de trabajo a cambio de algunos votos a la edil Cristina Ferro. Costó mucho trabajo de musculo lingual convencer a más de un frenteamplista de no entrar en ese corral, pero muchos que no convencimos aseguran que en la soledad e impunidad del cuarto oscuro, voto al frente.
No éramos los únicos que propiciábamos ocupaciones; la consigna no era ocupar por ocupar y había un buen trabajo previo de levamiento previo; así que cuando se empezaron a ocupar terrenos sobre el borde cañadas, nos alertamos. La respuesta llego rápidamente.
Los blancos desde la dirección del Ministerio de Vivienda y el Programa de Integración de Asentamientos Irregulares organizaban sus propias huestes de ocupantes para luego obligar a la IM a regularizar la situación o correr el costo político por la falta de respuesta, no solo de regularización de servicios sino de un reclamo fundamental y mediato que eran los servicios básicos de alumbrado, caminería y recolección de basura.
Así que el desenmascaramiento de caudillos políticos barriales (punteros le dirían en Argentina) fue un aprendizaje fundamental; el crecimiento político por un lado, permitió ir consolidando la acumulación de la izquierda, pero también el compromiso personal. Muchos vecinos que tenían como única actividad ser amas de casa se involucraron en organizaciones sociales, de alimentación, de salud, de vivienda y alguno de ellos se integraron a algunas de las organizaciones políticas y hoy ocupan puestos institucionales.
A decir verdad en aquellos años, la descentralización municipal reflejada en el funcionamiento de los Centros Comunales y los Concejos Vecinales, era la única institucionalidad estatal confiable, lo que no quiere decir que siempre eficiente.
Y en situación de políticas municipales también debemos hacernos políticamente cargo de no colaborar en el ordenamiento y crecimiento planificado del departamento. Sin embargo se habían cumplido con las consignas de acumulación. Se juntaba una necesidad y un reclamo concreto de la gente con un nivel de respuesta posible y materializable, y los sólidos argumentos de los compañeros de planificación chocaban con otra realidad a la que no podían dar respuesta: ocupar con planificación implicaba no siempre poder llevar los servicios necesarios, pero también es cierto que la IM no poseía una cartera de tierras ni políticas de acceso a la vivienda que diera respuesta a las duras condiciones de hábitat de los más humildes.
Luego la ocupación se fue consolidando y de a poco los servicios básicos fueron llegando. No tuvimos el coraje de plantear medidas alternativas a las respuestas de un estado que excluía socialmente por un lado pero se convertía perentorio volver a él. A saber, el mismo estado que dejaba sin trabajo y sin vivienda excluyendo por miles, era el único destino posible… Taba brava para ser anarquista, pero broma aparte, ninguno de los planes propuestos de auto suficiencia caminó, siquiera el de autoconstrucción, algunas muy monas y ecológicas como en barro, pero si la gente amontonó bloque por algo sería.
También fue una lección de la generosidad como método de la autoconstrucción y la mano de obra benévola y de una concepción de vivienda desde lo municipal que tomó dos resoluciones de justicia: a)expropiar los terrenos de la sucesión por deudas de contribución inmobiliaria y b) régimen de tenencia y usufructo por 20 años a escriturar de futuro. Esto permitió y permite mejorar las condiciones de confort de la vivienda.
Luego lo que todos sabemos; los reflejos de convivencia colectiva se fueron perdiendo a medida que cada uno resolvió su situación de emergencia habitacional (pasó en el cooperativismo) y la necesidad de trabajo volvió a estar en primer plano. Sin embargo esta pobreza del Oeste de Montevideo, al contrario de la del norte que se consolidaba, logró levantar cabeza, resistió y sobrevivió la crisis del 2002 y nuestros amigos gaitas, compartieron una aburrida lección sobre parte de lo que la izquierda construyó.