Por: Hekatherina Delgado
Advertencia: dudo de la importancia y las repercusiones de emitir mi opinión en la web, sabiéndome en un dispositivo que mediatiza, aliena y usualmente me hace sentir bastante pelotuda.
Me desperté el día después de un acontecimiento histórico con una enorme sensación de extrañeza. Fui a los festejos de la aprobación de la ley de matrimonio igualitario, me encontré con algunas amistades y varixs compañerxs. Gente de la vuelta que ha remado incansablemente por varias luchas y que encuentra en ésta el punto de partida de un proceso importante.
Luego de festejar volví a mi casa pensando en varias cosas. Pensé en cómo se procesa una batalla cultural más allá del logro en la norma legislativa y la visibilidad pública lograda con un tema como éste. Me torne triste, decidí que ya era hora de dormir.
Desperté y pensé en que debía escribir mis reflexiones post festejo, pero se me presentó un conflicto ¿desde dónde escribir respecto a un tema tan sensible?
Podría colocarme desde el lugar académico, hacer un ejercicio de deconstrucción de la serie de argumentos que recorrieron el debate, exponerlos a las discusiones sobre lo hetero y homonormativo desde una perspectiva medianamente crítica, poscolonial y hasta queer.
Podría abordar el tema desde los avances más interesantes de la teoría política contemporánea, desde la incomodidad de mi perspectiva marxista-lacaniana y decir que este problema refiere a las discusiones en tono a la construcción de hegemonía, la problemática de la falta en la novedad política, los movimientos en los límites de inteligibilidad simbólica, lo que acontece cuando irrumpe algo que disloca la realidad, etc.
Podría exponer como operan los dispositivos disciplinantes de los cuerpos en una democracia como la nuestra, dar cuenta de cómo deberían gestionarse algunas políticas públicas para que las cosas no se sigan yendo a la m, aún sabiendo lo que implican la gubernamentalidad y la biopolítica.
Sin embargo, una y otra vez me pregunté: ¿qué pensar a partir de esto?, ¿desde dónde escribir a partir de esto?
Ayer un conocido me dijo: “me chuponee un traba”. Un compañero de militancia dijo hoy: “si conociera una mujer bisexual le propondría matrimonio, le cocinaría y viviría con ella y otra mina solo para mirarlas”. Una compañera dijo hace un ratito: “deja de tener amigos putos que así no vas a conseguir novio”. Una conocida escribió hace varios días: “se debe haber dado cuenta que sos torta”. Hace un tiempo tuve que escuchar decir que “no importa, son lúmpenes, no van a cambiar”.
Finalmente, decidí no hablar desde el lugar académico, pues no hace otra cosa que darme un lenguaje que me queda cómodo pero que reproduce ciertas reglas de un campo de discurso, del que no reniego, pero que no siempre me hace feliz. Decidí poner a jugar mi palabra sabiendo de este habitus, en el riesgo de cuestionar mi propio ejercicio de escritura para que exponga algo de mi sentir, es decir, estoy tratando de escribir con pretensiones un poco más humildes pero con la consciencia de que las puedo sostener.
Me levante peleada con la democracia. No creo que una democracia signifique procesar los cambios únicamente desde las normas legales, pensar que por el simple hecho de hacerlas cumplir (siendo enormemente optimista) se sucederán repercusiones simbólicas hacia un proceso más equitativo, me parece un error.
Los pobres, los excluidos, los parias, los desviados, esos, los otros ¿frente a los que se construye quién?
Puedo escuchar sonar el despertador y no tener ganas de levantarme. Puedo llorar toda la noche reafirmando que no existe la justicia (idea que devino obsesiva): desde que tengo uso de razón veo personas durmiendo en la calle, he conocido tanta gente que no tiene para comer, he tenido que contenerla, decirles que se tranquilicen, que las cosas van a mejorar, tratar de estar bien, creer en unx y en los demás, seguir adelante aún sabiéndose víctimas de las peores violencias del sistema.
Lxs que han pasado hambre, que están expuestxs a múltiples violencias simbólicas, que no se ajustan a la norma, que son discriminadxs sistemáticamente, que se invisibilizan por miedo, que discurren en circuitos de explotación sexual y violencia policial, que son patologizadxs y determinadxs por el discurso medico, que son acosadxs y perseguidxs por nacer en otro territorio. Los otros, esos, los desviados, los parias, los excluidos, los pobres. Esos que si no se levantan todos los días a laburar, en lo que sea y como sea, no tienen para comer, esos, que no son ni víctimas, ni población objetivo, ni sujeto-objeto de estudio. Esos: mis iguales.
Podría hacerme la boluda, tragar la pastilla de que la clase media existe (entelequia de la que nadie quiere hacerse cargo), seguir escuchando hablar de “los pobres” y “los excluidos” todo el día y hacer como si nada pasara. Pero, la verdad es que ese discurso y el de la tolerancia me tienen podrida. Odio la posibilidad de resignarme a que la realidad siempre será así.
La gente que disfruta de x confort pero vende su fuerza de trabajo todos los días no es clase media, simplemente se traga la pastilla que le vendió la burguesía. La clase media no existe. Hay clase dominante y clase dominada. Hay proletarios y hay oligarquía. Esto es el capitalismo y el discurso socialdemócrata al estilo uruguayo.
La gente que tiene las armas, los medios de comunicación, la guita y el poder son los mismos de siempre: los milicos y la oligarquía. No hay que tener miedo a usar las palabras. Hay que hacer el ejercicio de nombrar bien las cosas y hacerse cargo de los conflictos que ello implica.
¿Puedo desear algo tanto y pensar que sí creo fuertemente lo lograré?, ¿puedo aportar a cambiar algo?, ¿puedo hacerme cargo de construir mi futuro? Sí. Necesito tener fe en mí, creer que puedo cambiar aquello que no me satisface, ser mejor persona y creer que los demás también pueden hacerlo. ¿Es un poco estúpido? Puede ser, pero creo que vale la pena (en todo caso depende de quién mida qué es lo estúpido y respecto a mi vida lo hago yo).
Espero no ofender a nadie, pero no creo que los problemas sociales y culturales se resuelvan mediante discursos que sostienen la tolerancia en lo diverso (tolerancia inherente al discurso liberal). Más bien, creo todo lo contrario.
¿Puedo decir lo que pienso? Sí. Estoy en democracia, existen libertades civiles y políticas, las uso pues me gusta decir lo que pienso y hacer lo que quiero, de ser posible también me interesa debatirlo contraponiendo argumentos. Sin embargo, no me interesa que me toleren, me incluyan o me integren. Pretendo que se me respete porque soy una igual, quiero construir mi vida y realizarme libremente sabiendo que no existo sin los Otros, que valen la pena tanto como yo. Trato de hacerme cargo de aquello que puedo aportar para que lxs hijxs de mis seres queridxs vivan en una época mejor a la que me tocó.
Vale la pena trabajar contra unx mismx. Tratar de cambiar aquello que no nos gusta, cortar con lo que nos hace mal, denunciar las violencias, ser-estar en alerta, aunque duela, aunque sea complejo de sostener, aunque tenga avances y retrocesos; el simple hecho de ponerse a prueba todos los días es un acto de madurez, de buscar ser mejor persona, de crecer.
Cada día reafirmo que la verdadera construcción política hacia un cambio radical nace desde la consideración del Otro. No es tarea sencilla pensarse y vivir desde ese lugar, implica un trabajo de crítica constante, de saberse en conflicto en la interacción cotidiana, de sostener el trabajo de ponerse a prueba en los detalles que naturalizamos, en esos mandatos contra los que peleamos día a día.
Creo en la libertad a través de la igualdad: soy comunista.
Una sociedad mejor no se construye en base a mantener solapadas, bajo un silencio cómplice, chantajista y condescendiente, las mentiras del sistema capitalista bajo la apariencia de una democracia hiperamortiguada y nostálgica de la “suiza de américa” que devino profundamente segmentada, conservadora y chauvinista.
Apoyo los cambios normativos, no soy infantil, creo que son una herramienta útil para reconocer algunas cosas, pero no creo que se trate de reconocimientos. Apuesto al trabajo de estar alerta para combatir la naturalización de las mentiras, no conformarse, tratar de mover las estructuras constantemente y eso no se procesa por la vía de las normas legales.
Cambiemos las leyes pero, sobre todo, cambiemos nuestra cabeza porque si seguimos tratando de deducir al Otro en lugar de tomarnos el tiempo de conocerlo y abrirnos a que cuestione nuestras estructuras, dudo mucho que las cosas cambien.
Si continuamos sin cuestionarnos lo más cotidiano va a ser difícil encaminarnos y sostener cambios culturales en el mediano plazo. De lo contrario vamos a, hablando en el lenguaje de la física, rozar los cambios.
Los cambios políticos se construyen desde lo micro, desde la crítica constante a unx mismx.