Por: Nora Castro
Es frecuente oir, aun dentro de parte de la izquierda que el desafío de hoy es “profundizar la democracia”, para construir una sociedad justa, solidaria y donde cada ciudadano alcance su más pleno desarrollo. Dicho esto así parece imprescindible señalar algunos “omitidos” que pesan mucho a la hora del análisis de la coyuntura y del delineado de la estrategia.
Seguimos viviendo tiempos de dominación, con mayores atrasos en algunas áreas del relacionamiento humano y algunos adelantos, resultado de la fuerza de los pueblos. El capitalismo ha pasado por diferentes etapas, pero seguimos viviendo dentro de él. Pero uno de los puntos donde reina la confusión es cuando se examinan los diferentes tipos de democracia: republicana, parlamentaria, representativa, etc. Estos dan cuenta de matices en las formas de estructurar sus gobiernos, pero en ninguno de los casos se tocan los pilares del modelo: la tierra, el capital y/o el conocimiento. Todos estos países viven bajo el paraguas imperial que, con algunas variantes, prima en alguna zona o por algún asunto. Usufructúan los beneficios permanentes o circunstanciales y, cuando la gran crisis, como la actual, los golpea, los caminos más frecuentemente emprendidos son: el aumento del endeudamiento externo y la reducción significativa del gasto social.
Por otra parte, en algunos países latinoamericanos como Venezuela, Bolivia, Ecuador, Brasil, Perú y nuestro Uruguay se vienen procesando diferentes transformaciones bajo un horizonte antiimperialista común y, en algunos casos con una voluntad declarada de construir un socialismo de nuevo tipo. Han recibido múltiples ataques desde fuera y desde las fuerzas más conservadoras de sus propios países. Pero es imposible visualizarlos sin tener presente el marco común de integración y el marcado apoyo de los sectores más vulnerados a través del impacto generado por la implementación de variadas políticas sociales.
La pregunta que corresponde hacernos es cuál tipo de democracia hay que profundizar hoy. Si nos referimos a las primeras, la perspectiva es tener más de lo mismo o a lo sumo que aumenten las brechas porque un mayor crecimiento económico sin políticas distributivas y de participación ciudadana resulta claramente reproductiva de la desigualdad sin plantear condiciones para salidas diferentes. Lo que cabe entonces es plantearnos qué sentido adquiere esta misma premisa para nuestras sociedades latinoamericanas. En ellas recientemente se empiezan a construir las bases para sociedades de nuevo tipo, fundadas en una perspectiva de derechos humanos y respeto a la naturaleza, donde crecimiento, distribución y participación marchen hacia el mismo objetivo. Nada de lo que hoy estamos construyendo hubiese sido posible sin tener integradas la fuerza y la experiencia que durante décadas nuestros pueblos acumularon a través de pequeñas victorias y numerosas derrotas. La memoria colectiva ha recogido estas huellas para forjar así el rumbo de las actuales orientaciones.
Y de aquí en más, ¿qué? Fijémonos en cuáles tendrían que ser las características imprescindibles de nuestros hombres y mujeres en un tiempo mediato, que no obstaculicen la posibilidad de construir nuevos futuros superadores de las coordenadas actuales. Básicamente habrán de ser personas capaces de vivir armónicamente con la naturaleza, que desarrollen sanos vínculos de convivencia participativa, con inquietud por conocer y teniendo acceso al conocimiento que proporciona el hacer pensando y el pensar trabajando, capaces de analizar críticamente la realidad, priorizando siempre el trabajo colectivo.
Y para estas tareas es que la educación, como parte de la cultura y donde anida el conocimiento, pasa a tener gran importancia. Para tener en cuenta solo algunos de los grandes escenarios donde tiene anclaje el fenómeno educativo, debemos detenernos para observar qué sucede en las familias, en el sistema de educación formal y en los medios de comunicación. Estos tres ámbitos presentan diferencias entre sí, pero asimismo no solo se relacionan resignificándose a través de sus interacciones, sino que tienen algo en común. En su seno conviven, con mayor o menor énfasis en algunas áreas, tendencias conservadoras tendientes a reproducir las pautas culturales dominantes, junto a instancias innovadoras que buscan el cambio.
En el campo concreto de la educación formal pública tienen que estar claramente definidas la concepción política, la pedagógica, la didáctica y consecuentemente las formas de gestionar. Y para avanzar hacia los perfiles señalados, hay que involucrar a todos los actores de las comunidades educativas, para lo cual resultan una muy buena herramienta los Consejos de Participación.
En este campo de tensiones y de contradicciones se mueve la educación. Y como esto fuese poco complejo, hay que verlo a la luz de las presiones que el propio estado de desarrollo del sistema genera y las resistencias que las demandas de los sectores más desfavorecidos ponen en la escena.
La supuesta neutralidad de la educación es una gran farsa y más aún cuando se la presenta como base imprescindible para mejorar la calidad. La calidad tiene apellido. Es la calidad creciente de la vida humana, de todos los humanos y en relación con el planeta. Ese es el mayor compromiso político cotidiano colectivo. En eso andamos.