Por: Mariana Barboza
La llegada de nuevos sujetos, con sus particularidades, nos plantea uno de los principales desafíos de la educación actual.
Se me ha invitado a reflexionar acerca de la situación actual de la Educación Secundaria en nuestro país. Frente a semejante propuesta aclaré que sólo podría hablar desde mi experiencia de práctica docente y desde la de algunos compañeros con los que tengo la suerte de compartir el desafío diario de trabajar en liceos públicos. Es decir que no soy una teórica de la educación ni intento serlo, sencillamente soy una profesora (ni más ni menos), y desde este rol es que me posiciono. De modo que las ideas que aquí expreso no buscan tener ningún estatus de verdad ni surgen de investigaciones sólidas en el área educativa, sino que pertenecen al terreno del ensayo desde una doble perspectiva: en cuanto modalidad discursiva, y en cuanto “modus operandi” que, junto al error, guía mi práctica diaria en centros educativos de la periferia montevideana.
A los muchachos de hoy no les gusta estudiar…
Esta afirmación no resulta novedosa para nadie, es un “lugar común” que se repite en boca de un sinfín de “ciudadanos comunes”, incluidos los docentes. Ahora bien, ¿qué se esconde tras esta “verdad repetida”? Es decir ¿por qué a los muchachos de hoy no les gusta estudiar?, e incluso antes ¿es verdad que a los muchachos no les gusta estudiar?; y profundizando aún más: ¿es este no-gusto el culpable del fracaso escolar y de la deserción, fenómenos ambos que parecen haberse instalado en nuestra educación secundaria? Y es que el acceso universal a la educación media que se ha registrado en nuestro país en los últimos veinte años no ha implicado necesariamente la universalización del egreso de dicho subsistema.
En mi humilde opinión varios son los motivos de que esto ocurriera. Uno de ellos es que el proceso de democratización del sistema liceal se ha llevado a cabo en forma paralela al empobrecimiento y pauperización de la sociedad uruguaya. Los alumnos provenientes de los sectores más deprimidos se han visto beneficiados por las políticas de universalización pero al ingresar al sistema se han encontrado con una inadecuación simbólica entre el lenguaje y los fines, experiencias y saberes representados por el liceo y su propio lenguaje y vivencias en una comunidad marcada por la necesidad de sobrevivir en el día a día.
Además, no son únicamente estos estudiantes los que expresan su no-gusto por el liceo. También aquellos que han nacido en hogares por fuera de un circuito de pobreza y marginalidad manifiestan, en mayor o menor medida, cierto descontento y poca estimulación frente a la actividad escolar. Y es que las elecciones simbólicas del sistema educativo tampoco se ajustan a aquellas a las que adhieren estos alumnos. Sí se acercan más en el sentido de que no construyen su interpretación del mundo desde una norma tan alejada respecto a la que se expresa en las aulas, pero sus intereses y sus formas de percibir la realidad son, en muchos casos, ajenos a las propuestas educativas.
Cabe aclarar que los motivos del fracaso y de la deserción muchas veces no provienen de dentro de las instituciones educativas pues las situaciones familiares determinan en gran parte el éxito o el fracaso escolar, pero sin duda el perfil institucional es un factor de peso a la hora de no sentirse parte de la propuesta educativa.
Y entonces… ¿Qué se está haciendo?
Deberíamos preguntarnos entonces cuáles son las experiencias que desde el sistema educativo uruguayo se están llevando adelante en respuesta a este estado de cosas.
Siempre haciendo uso de mi reducida percepción de la realidad, y sin ánimo de discutir otra cuestión que no sea la pedagógica y la comunitaria, considero que deben ser tomadas en cuenta tres experiencias, dos de las cuales corresponden a las llamadas políticas focalizadas mientras que la tercera implica un cambio en la tradicional propuesta programática de bachillerato. Por supuesto que quedan afuera de mi selección otras experiencias de mayor y menor alcance que existen en nuestro medio pero, reitero, no es mi intención hacer pensar al lector que esto sea otra cosa que un recorte personal de la realidad; como tampoco pretendo profundizar en el análisis de pro y contras (que las tienen y seguramente son muchas) de las propuestas que mencionaré a continuación, más bien se trata de una descripción liviana.
El primer proyecto que voy a mencionar es el Programa de Impulso a la Universalización del Ciclo Básico, más conocido como PIU. Se trata de una política focalizada porque no incluye a todos los liceos de Ciclo Básico del país y no forma parte del currículo oficial de Educación Media Básica (cuestiones que, a mi modo de ver, deberían ser discutidas). Este programa prevé la permanencia de los alumnos en las instituciones en horario por fuera del curricular con el fin de recibir clases de apoyo en las áreas en que muestran mayores dificultades. Las horas de apoyo se asignan preferentemente a docentes de la institución y se dictan en grupos pequeños, rompiendo con la lógica del grupo-clase y personalizando la trayectoria de los alumnos por la institución.
El segundo programa que voy a nombrar también atiende a la población de Ciclo Básico, pero su alcance es menor que el anterior ya que sólo toma alumnos de primer año, además de que como experiencia se encuentra presente tan solo en 25 localidades de nuestro país. Se trata del Plan de Tránsito entre Ciclos Educativos, programa que apunta al trabajo con los alumnos egresados de las escuelas con población de mayor vulnerabilidad y que tiene como objetivo asegurar la continuidad educativa de esos alumnos tanto en secundaria como en UTU. Entiendo que este proyecto tiene varias puntas innovadoras, como ser el generar mecanismos para la coordinación entre los tres subsistemas de la ANEP, hacer visible a un sector de la población que al no inscribirse en Educación Media pasaba directamente a desaparecer del sistema educativo, constituirse en una vía para el ingreso del eje sociocomunitario en el campo de acción de las instituciones de Educación Media y prever la presencia en las instituciones de docentes que se hagan cargo de articular el eje pedagógico con el sociocomunitario. Nuevamente considero que el reducido alcance de la propuesta, la falta de formación comunitaria de los docentes y las exigencias cuantitativas a corto plazo son los mayores obstáculos para la ejecución del plan.
Para finalizar me gustaría hacer mención a la inclusión, ya desde hace algunos años, de la posibilidad de realizar un Bachillerato Artístico. Su presencia entre los bachilleratos que ofrece secundaria implica una ruptura con la tradicional dicotomía entre mente y cuerpo planteada por la concepción pedagógica racionalista que ha primado en nuestro sistema sin que ello repercuta en detrimento de la calidad educativa. Implica además una atención de la diversidad y de los intereses de los alumnos que solo puede repercutir en beneficio de su apropiación de la propuesta. En este caso las principales dificultades para la implementación han estado en la escasez de recursos para habilitar clases que, entre otras cosas, precisan de una infraestructura diferente; así como la formación y captación de docentes también se ha constituido en un problema.