Por: Santiago Alzugaray
La universidad en todo el mundo tiene un rol central. Recibir jóvenes y no tan jóvenes para proporcionarles una educación avanzada. A este rol histórico, a comienzos del siglo XIX, se le suma la investigación. Investigar para enseñar mejor, enseñar para investigar mejor.
La práctica conjunta de estas dos funciones fue y es distintiva de la mayor parte de las universidades del planeta. Más tardíamente, y con diversas vertientes que escapan al fin de este artículo, se suma un “tercer rol” de vinculación con la sociedad. Éste es interpretado en las universidades latinoamericanas (con mayor fuerza luego de la “Reforma Universitaria de Córdoba” en 1918) como colaboración con los sectores más postergados de la sociedad.
La Universidad de la República, en los últimos dos períodos de gobierno nacional (fundamentalmente en el período 2005-2010) ha recibido un muy significativo incremento presupuestal. Como contrapartida ha impulsado un ambicioso programa de obras a mediano y largo plazo, que incluye la construcción de nuevas sedes para varias facultades y servicios, así como de sedes regionales en el interior del país. Ha ampliado considerablemente su oferta de grado y posgrado, embarcándose además en una reforma de planes de estudio en todas las carreras e incrementando sostenidamente los egresos anuales. Ha potenciado sus capacidades de investigación, tanto en infraestructura como en recursos humanos, así como en instrumentos de fomento. Ha ampliado sus programas de extensión y relacionamiento con el medio. Ha dignificado los muy relegados salarios de docentes y funcionarios.
Este proceso no se ha dado exclusivamente en clave de desarrollo institucional. Está profundamente vinculado al proceso histórico tristemente esquematizado en el primer párrafo. Nuestra Universidad, una de las pocas “hijas vivas” de la Reforma de Córdoba, está inmersa en un programa de reforma que toma como principios rectores la revitalización de las fermentales ideas de la Reforma madre, en particular las referidas a la colaboración participativa a la mejora de las condiciones de vida de los sectores sociales más relegados. Asimismo, busca universalizar la enseñanza avanzada, a lo largo de toda la vida y vinculada al trabajo.
Estas líneas iniciales de “estado de situación” cumplen la función de dar un marco a la invitación del título del artículo. La UdelaR es una institución autónoma, y en el uso de su autonomía ha definido -desde largo tiempo atrás- promover activamente procesos orientados a la mejora de los destinos del país, y en particular de las personas más desfavorecidas. El importante aumento presupuestal de los últimos años ha permitido consolidar con fuerza esa vocación.
¿Cómo construye futuro nuestra Universidad? Formando cada vez más pensadores críticos en todas las áreas de conocimientos, con capacidad para resolver problemas de toda índole. Investigando con compromiso de excelencia en todas las áreas del conocimiento, desde las más clásicas hasta las de punta a nivel mundial. Colaborando con la sociedad activamente, tanto con las empresas, como con distintos sectores del Estado, organizaciones sociales o sectores de población, con la meta de lograr un mejor destino para todos. Ejemplos en todos estos sentidos abundan.
Esta construcción, muchas veces invisible a los ojos de las mayorías -y lamentablemente también a los de algunos políticos que las representan- tiene miras de corto y mediano plazo, pero sobre todo puntería de desarrollo sostenido, a largo plazo, inclusivo, soberano y sustentable. Es la autonomía de la Universidad la que permite este tipo de planificación a largo y larguísimo plazo, despegada de los avatares de la política nacional. Es la autonomía la que permite reflexionar sobre las mejores formas de colaborar activamente con el desarrollo del país, y definir acciones en ese sentido.
El lector, si llegó a este punto, estará pensando: “sé que no todo es color de rosa en la UdelaR”, y tiene razón. La Universidad tiene tantos problemas como virtudes: bajo egreso, relativamente baja formación de posgrado en sus recursos humanos, lentitud para la reacción ante demandas de extra muros, masificación de cursos, baja dedicación horaria de buena parte de sus recursos humanos docentes, escaso desarrollo académico en algunas áreas, y muy variados etcéteras. La resolución de muchos de estos está siendo encarada con fuerza, la de otros depende de factores externos o de muy largo plazo.
La sociedad (Estado, sector productivo, organizaciones sociales y sindicales, etc.) debe exigir mucho más a la Universidad en contrapartida de lo que a ella aporta. Pero esta exigencia no debe ser pasiva; no se debe aguardar de brazos cruzados a que la Universidad entregue soluciones autónomamente a los problemas de la sociedad. Las puertas deben ser golpeadas de forma organizada, sistemática y sistémica, exigiendo respuestas, soluciones, aportes, resultados, pero ofreciendo previamente demandas también organizadas, preguntas a responder, problemas a resolver, vacíos a llenar. La Universidad tiene vocación y mandato de conectar su autonomía a los destinos de la sociedad que la soporta. La sociedad debería asegurar que esa conexión sea cada vez más fluida y constante.
La Universidad a su vez debe insertarse con muchísima fuerza y con espíritu colaborativo en la construcción de un verdadero sistema de formación avanzada en el país, con miras puestas en el largo plazo, y manteniendo los principios fundamentales de la construcción de conocimiento avanzado: enseñar para investigar mejor, investigar para enseñar mejor, y conectar enseñanza e investigación con las necesidades de la sociedad. Desde la política se debería apoyar esta(s) construcción(es) con confianza en lo hecho y lo por hacer, y con asignación de recursos acordes al desafío.