Del campo y la escritura

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Por: Hekatherina Delgado

En un escenario gris, me sumerjo en un clima cansino entre las maderas de invierno. De pronto, todo es azul, me pierdo en un sueño. Una pulpería de campaña que recuerda la frialdad de las mañanas que pasé en el campo, la escarcha y la niebla matinal. El rocío que se funde cual espejo en cada una de mis pisadas en el suelo verde. Las notas de cálidas de la cuerda arrastran hacia una atmósfera en la que escribo mientras, otra vez, estoy en el teatro.

De ritmo lento, silencios extraños, un vestuario que remarca la búsqueda de precisión de la dirección por instalar una obra entre realidad y fantasía. Un encuentro con el escritor, un salud al sujeto autoral moderno, hace que comience la función. Función que acontece mientras es escrita, nos detiene entre lo mimético y la imaginación creadora de un autor que se pone en primer plano para desnudar el dispositivo teatral.

La primera historia, el punto cero de la ficción, pero ¿cómo entrar?, ¿cuál es la puerta? Un juego doblemente alegórico respecto a cómo se construye la escritura. Sin embargo, algo me hace mover de la butaca, una forma de tensión deviene en mi cuerpo. Las pretensiones miméticas de la mirada urbana sobre lo rural poco tienen que ver con algo del orden de lo real.

El autor en diálogo con sus personajes, el lugar de creación de ficción es lo que recorre la obra. El bloqueo en la escritura, ese momento donde uno no sabe si escribir u olvidar aquella idea que dio lugar al mandato que impone una primera línea. La soledad en la escritura, una vuelta a la noción medieval de belleza en la creación artística, donde la obra es creatura en la que lo humano tiene su encuentro con la belleza de lo natural. Imaginación, vuelo, melancolía; de eso se trata la puesta en escena.

Pero, ¿qué pasa con la autorreferencia en el recuerdo? Como si toda escritura no fuera autobiográfica. El rol del escritor, como el gran Otro de los personajes, se expone desde una mirada particular del autor. Un autor cuyo escape, goce y encuentro con lo que no acontece en la rutina cotidiana se da a través de la creación literaria. Este tipo de abordaje del tema no hace otra cosa que alejarme de esa mirada que ve en la escritura algo que logra captar lo que el sujeto enuncia. Demasiadas cosas escapan a la escritura, el lenguaje es un dispositivo alienante. El gesto hacia la crítica de artes, al problema de quién construye el discurso del artista en el arte efímero es agradable, deviene una pregunta muy interesante.

Al mismo tiempo, todas las referencias al lugar simbólico de la mujer en el discurso patriarcal generan que mi molestia se exprese en un movimiento recurrente en la butaca. Paradójicamente cómplice, la espectadora contigua no hace otra cosa que reírse de manera impertinente.

La referencia al movimiento de los vientos me lleva a un lugar entre la representatividad propia de una escena moderna, cara a un discurso colonialista sobre la representación teatral y una reflexión sobre las raíces “populares” que expone el propio sincretismo costumbrista y absurdo de lo latinoamericano.

El trabajo de diálogo y la necesidad de escucha de unos personajes que buscan emanciparse en la escritura del autor es, quizá, el juego más absurdo. La ficción deviene una vida en la tensión del recuerdo y el olvido del autor. Una forma de suspender el tiempo, de recorrer el recuerdo y reconfigurar lo pasado en el presente de la escritura como resignificación de la memoria. Nostalgia de buscar un momento de reconciliación con lo humano. Sin embargo, no creo que exista el olvido.

Ficha técnica:

Título: Hay barullo en el resorte

Autor: sobre textos de Julio César Castro.

Dirección: Jorge Bolani

Elenco: Paola Venditto, Moré, Gustavo Bianchi, Carlos Rodríguez, Martín Abdul, Enrique Alvarez, Guillermo Robales, Claudio Castro, XabierLasarte, Pablo Isasmendi, Walnir de los Santos, Ana Lucía Dos santos,

Versión: Eduardo Cervieri y Jorge Bolani

Escenografía y vestuario: Hugo Millán

Música: Álvaro Pérez

Producción: Teatro Circular de Montevideo

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