Por: Magela Fein
Un año más, otro 27 de Junio.
Lo que asocio de inmediato y siempre a esa fecha, es la marcha que sonaba en la radio, esa mañana fatídica. Es un recuerdo angustioso que dispara en mi memoria el día a día, el hora a hora, el cada momento de los tiempos de resistencia que se inauguraron con la marcha “25 de Agosto”.
La “marchita” con la que los golpistas se anunciaban para “comunicarnos” las primeras órdenes; para convencernos de que la de ellos era la única verdad. Los secos comunicados con las listas de requeridos; los no menos insidiosos, con los nombres de los procesados; los odiosos comunicados que no buscaban informar, sino escarmentar y aterrorizar.
Vienen los recuerdos; se mezclan; se atropellan.
Y con esa vorágine entreverada, cada vez más entreverada, me llega también la sensación de estar en falta. Y me digo: “no me tengo que olvidar, no tengo que confundir lo que pasó.”
Porque yo lo viví, y es mi deber, y mi privilegio, el poder contárselo a los más jóvenes. A aquellos que hoy tiene menos de cuarenta años, para los cuales el golpe y sus consecuencias son una etapa de la Historia. Una etapa importante, trascendente, sí, nadie deja de reconocerlo; es que todos ellos son también víctimas, directas o indirectas de la traición, de la barbarie y del miedo de aquellos años.
Para el resto, para quienes vivimos esa etapa, también es una “circunstancia histórica”, pero es, además, una parte de nuestra vida. No sólo nos afectó como integrantes que somos de esta sociedad, sino que, a muchos, nos cortó la vida en dos. Hay un tiempo de antes y un tiempo de después.
Por eso es que a veces me encuentro haciendo ejercicios con la memoria, para ordenar los recuerdos, para que el relato, si bien no pierde la emoción –eso nunca- tampoco vaya a perder la coherencia.
Por eso es que el esfuerzo, la constancia y el compromiso de quienes, en aquellos tiempos y en las peores condiciones, fueron capaces de documentar lo cotidiano, cobra la dimensión de ser un testimonio invalorable.
El soporte de la memoria
El martes pasado, 18 de junio, Jorge Tiscornia nos mostró su obra. Conocimos el Almanaque1José Pedro Charlo, Jorge Tiscornia, El Almanaque, Montevideo, Ed. Yaugurú, 2012..
En hojas chiquititas, unas letras minúsculas, prolijas, dibujadas por el arquitecto que iba a llegar a ser, si no lo hubieran llevado preso. Así dejó constancia de lo que le sucedía a él y a los compañeros del Penal, durante los doce años – cuatro mil seiscientos cuarenta y seis días- en que vivió-sobrevivió en esa paradoja despiadada que se llama “Libertad”.
Todo acontecimiento quedó registrado en las hojitas que Jorge ocultaba en una agujero-cofre-refugio tallado en la madera de los suecos que usaba para bañarse.
¿Por qué, y para qué, registrarlo todo? Todo fue anotado; desde lo anodino a lo trascendental. Porque en aquel mundo distorsionado, imprevisible, no había futuro seguro. No había futuro; sólo el día a día… Y la Esperanza.
¿Cómo saber, entonces, qué cosas eran banales y cuales eran trascendentales? ¿Cómo saber cuales de todas esas pequeñas-enormes informaciones habrían de ser valiosas para el tiempo que habría de venir, el tiempo que guardaba la Esperanza?
Todo podía ser significativo; y todo lo fue. Se guardaron los hechos y las percepciones. Aquellos pequeños sucesos cotidianos y las sensaciones que los acompañaron – agudezas, temores, valentías, solidaridades- que de a poco se van olvidando y que se perderían definitivamente sin esos resortes de memoria que son las marquitas sobre los números del Almanaque.
Todo fue significativo, todo trascendió el tiempo frío de la desolación, y pobló el tibio de la Esperanza; porque un compañero se animó a crear y conservar el testimonio de lo que todos vivían día a día.
Se animó y lo conservó, superando miedos. No era fácil. Estaba la requisa con la posibilidad del hallazgo, y sus consecuencias: la sanción, la “isla” que también conoció, y la segura destrucción del pequeño registro, del Almanaque que lo sostenía, que apuntalaba su espíritu a medida que crecía.
¿Sabe el autor de la magnitud de su obra? Dice Jorge: “Llevo en mis alforjas un montón de pequeños y viejos papeles. Marcas (…) Registros. Hilvanados con empecinamiento. Con premeditación. Con ocultamiento. Cotidianos, sin plena consciencia. Necesarios, sin dudas. Parches al olvido. Sanaciones para la memoria. Lupa antigua para ojos jóvenes2Ibid., p.85..”
Creo que a medida que pasa el tiempo se va dando cuenta de cuanto valió y vale su trabajo, y de lo imprescindible que es.