Sinéad O´Connor: voz y figura

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Por: Edh Rodríguez

A 25 años de El León y la Cobra

Allí se respira la bruma del mar de Irlanda, se puede oír la influencia mística de las canciones de Van Morrison. Late la furia guerrera del primer U2. Ciertamente, cabe la sospecha de duendes y brujas revolviendo en el caldero donde cuece sus canciones.

Fueron años de mujeres en la radio. Al menos tres compositoras con estilos y voces diferentes nos tomaron por asalto a finales de los 80. Desde el 87, el segundo disco de Suzanne Vega, Solitude Standing habitaba horas de radio con Luka.

Luka

La canción narra una historia de maltrato infantil desde la perspectiva del niño golpeado, la envoltura musical contribuía a dejar un triste sabor dulzón, cierta melancolía, donde la dificultad de comprensión de otra lengua nos ahorraba detalles incómodos. De hecho la versión que la propia Vega grabó en español, no tuvo éxito alguno.

Unos meses después, el disco debut de Tracy Chapman, (de título homónimo) ocupaba buen tiempo en las radios y pistas de baile. Las letras, contaban relatos mínimos de perdedores y perdedoras, la clase obrera norteamericana…hombres y mujeres sin futuro, condenados a repetir historias.

Fast car

Pero habría lugar para una tercera voz, bellísima, y de un compromiso político tan intenso como contestatario por momentos. El primer disco de Sinèad O´Connor: The lion and the cobra (Chrysalis records, 1987) no pasó por la pista a la hora de las lentas, y tuvo escasa difusión radial, le llegaría el turno en el año 90, con su segundo disco, I do not want what I haven´t got, famoso por el cover de Prince  Nothing compares 2 U…

El ingreso de esta irlandesa al mundo de la música, traía en sí las marcas que lleva aún hoy, las cicatrices de quien camina entre leones y cobras, la porfía por sobrevivir…y en hacerlo a su modo.  Embarazada, y a los 20 años, rompe con el criterio de la discográfica que pretendía imponerle un disco “a lo celta”  –para entonces Enya arrasaba con Orinoco Flow y sus sonidos ambientales, envolventes- y decide producirse ella misma. Compone y arregla (en solitario o compartiendo créditos en algunos temas) todo el disco, canta todas las voces, y se encarga de las guitarras eléctricas.

Apoyada en su enorme talento para escribir canciones, para jugar su voz, para colgarse una guitarra, y programar bases rítmicas, Sinéad comenzó a hacer camino… 25 años después de su entrada, el mes pasado, declara –con total naturalidad-  luego de un concierto en el cual presentaba su último disco: «Desde el escenario puedo oír llorar a los hombres. Hombres crecidos, además».

Con una voz que parece un don divino, se hace conocida por su imagen, resulta difícil no asociar la cabeza rapada con los registros extremos que alcanza. Talentosa y creadora de un manojo más que interesante de canciones, cobra visibilidad mediática en ocasión de sus excesos o salidas de tono. Por momentos la imagen se la traga, y de hecho, para la mayoría de nosotros, es solo la pelada de aquella canción del 90, y la que rompió la foto del Papa.

Si retornamos a su primer disco, a Jackie, el tema que abre, relata la historia de una mujer, que aún muerta sigue vagando por la playa, como lo hacía en vida, esperando y buscando a su amante, el marino que nunca retornará. En una especie de espera incansable, la música tensa una sucesión de acordes plagados de distorsión. Cada vez más altos e intensos, en un in crescendo lento que no estalla nunca, como el fantasma de Jackie caminando la arena de la playa.

Aún estaba balbuceando la tecnología que se aplicaría a las grabaciones digitales, los sistemas de compresión que permitirían técnicamente las violentas variaciones de volumen características del grunge de los 90’. Sin embargo, la potencia y el registro de su voz le permiten desplazarse desde un leve susurro al más estremecedor aullido.

Mientras la tensión del primer tema se resuelve en un acople reverberante, irrumpe el riff de Mandinka un tema pegadizo, pop rock pleno de ritmo que invita a bailar. Música ligera que le valió un Grammy:

Mandinka 

Jerusalem, Just like u said it would be, y Never get old (donde Enya recita en gaélico el salmo 91, que da origen al nombre del disco) cerraban el lado A. Era la época en que discos y cassettes tenían dos caras.

Troy reúne imágenes de Dublín como una nueva Troya, relata el dolor del amor traicionado:

“ella te necesita como yo?/la amas?/ es buena para ti?/ te abraza como yo lo hago?/me deseas?/ debo irme?” […] “Las llamas quemaron todo/ pero seguís escupiendo fuego”

Troy 

Tras la catarsis, y la autoflagelación, todo parece fluir, relajado, liviano. Quiero tus manos en mí inyecta funky y programaciones, a un disco que de otra forma podría ahogarse en su densidad.  Hay cuerpos celebrándose y reclamando un momento de placer.

Un trago antes de la guerra, invita, en la Irlanda de los 80s, a no seguir recreando infiernos donde sólo hay dolor y muerte. El disco cierra con una melodía extraña, distorsionada y apacible, donde pide que la llamemos Joe.

Luego vino la fama, la sobre exposición de su vida privada, sus opiniones y sentimientos. En un mar de actuaciones y declaraciones se opaca la obra, y hace figura un personaje al que los medios incitan a amar u odiar. En su haber: cuatro matrimonios, abiertamente lesbiana, madre, sacerdotisa de la Iglesia Tridentina (católicos disidentes, que entre otras cosas, admiten mujeres en el ejercicio del sacerdocio), psicodiagnosticada de bipolar, la lista es infinita y escandalosa.

O´Connor es una compositora que no puede evitar dar a luz canciones bellas y desgarradoras. Labra amorosamente un camino propio y lo hace cantando. O tal vez, lo haga para cantar.

El año pasado editó un nuevo trabajo y lo está llevando por los escenarios europeos. Sigue siendo tan conmovedor y pleno de sorpresas como los anteriores. Abre sus presentaciones con un tema del desconsolado John Grant, Queen of Denmark. De vuelta de cualquier viaje posible, se confiesa en dos versos: “Quise cambiar el mundo, y ni siquiera puedo cambiar mi ropa interior”.

Queen of Denmark 

De aquel lejano año 88 quedó un puñado de discos en voces femeninas. The lion and the cobra no será un clásico, ni es perfecto, sino solo la muestra en bruto de lo vendría después. Concentra el potencial que a nivel de la composición desplegaría luego, permitiendo entrever la necesidad imperiosa de cantar, casi como un padecimiento. En el 92 se despachó en un disco con versiones de “las canciones que escuchaba de niña, las que me hicieron querer ser una cantante.”

Hoy sigue diciendo lo mismo, y podríamos creerle «Me gustan los discos, pero en realidad son excusas para dar conciertos. Necesito darlos. Estoy grabando un disco y pensando en qué me voy a poner cuando haga los directos».

Black boys on mopeds y 

I do not want what i haven´t got

del segundo disco

Algunos links de interés,

la revisión del disco por la revista Rolling Stone al editarse en 1988

una crítica retrospectiva de Sputnik hace unos años

Una crónica de la última gira

y una revisión del último disco

o simplemente escribir su nombre en youtube y dejarla cantar…

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