Por: Tati Sabini
Las transformaciones que está viviendo la educación, los desafíos que enfrenta en el día a día, las nuevas instituciones que hemos creado, nos ponen en un escenario cualitativamente superior al proceso de deterioro continuo que vivimos en nuestra enseñanza desde 1971.
Si es cierto que tenemos que mejorar los salarios, también es cierto que la recuperación salarial ha sido vigorosa en estos últimos ocho años. Si enfrentamos problemas edilicios (muchas veces por las fraudulentas obras de apenas diez años) por la baja inversión histórica en ese rubro, no menos cierto es que esta postergación se ha ido subsanando, al punto que el reclamo en muchos centros educativos no es la falta de obra, sino la presencia. Pero estos dos aspectos, salario e infraestructura, son la tapa del libro, no la cuestión de fondo. Y a estos aspectos básicos hay que sumarle el número de alumnos por clase, que también ha ido mejorando sustancialmente, quedando aún ámbitos educativos donde preocupa.
Sin embargo, un gobierno de izquierda no debe perder de vista que la inversión en educación debe seguir creciendo, de otra forma no será posible hacer frente a las necesidades que tenemos por delante. Vale decir que en los últimos años la Rendición de Cuentas ha contemplado especialmente la Educación.
Sí es un desafío nacional universalizar el Ciclo Básico y la Educación Media a través de la construcción de centros educativos enclavados en las comunidades, no menor desafío supone que las propuestas pedagógicas desarrolladas por ellos atiendan a esa diversidad de culturas, lenguajes, formas de sentir y ver el mundo que tienen los adolescentes en Uruguay.
Sí queremos que todos los que culminan de estudiar tengan una oferta terciaria y universitaria.
Sí queremos que los futuros docentes tengan verdaderas experiencias ciudadanas. Sí aspiramos a investigar las problemáticas que afectan el desempeño estudiantil.
Sí queremos que la extensión sea desarrollada por los más de 20.000 estudiantes de formación docente a lo largo de todo el territorio nacional.
Una Universidad de la Educación, con un modelo de gestión descentralizado, comunitario y participativo, que atienda a la historia de los institutos y sus especificidades, que articule su diversidad y sea capaz de desarrollar nuevas carreras que necesitamos. Donde estudiantes, docentes y egresados sean protagonistas de la vida educativa, coordinando en un plano nacional con la Universidad de la República, compartiendo recursos, locales, planes y programas, coordinando con la Universidad Tecnológica y con el Plan Ceibal, coordinando con todos los ámbitos del Estado que de una u otra forma están relacionados con la Educación.
Una Universidad de la Educación, autónoma y cogobernada, como la UdelaR y la UTEC, que coordinen en el plano nacional y vaya descentralizando decisiones en las regiones y los institutos, ¿cómo podemos pedir a los docentes que transmitan ciudadanía, si no la ejercen?
La Universidad Educativa no resolverá la variedad de problemas y dificultades que enfrenta la Educación Pública (ni disuelve el flujo de intereses que buscan desprestigiarla) pero estamos convencidos que sin ella no es posible encarar estas gigantescas tareas.