Por: Sebastián Valdomir
La izquierda uruguaya y las izquierdas en la región se encuentran en un cruce de caminos: avanzar por los caminos aceptados o romper con el statu quo.
La estructura de clases de la sociedad uruguaya se modificó en algunos aspectos relevantes, luego de 9 años de crecimiento macroeconómico. Estas transformaciones no llegan a alterar cuestiones fundamentales de carácter histórico, por ejemplo en términos de la concentración de la propiedad de los factores de producción (tierra, capital, medios, comercio), pero en determinados aspectos son relevantes y requieren ser tenidos en cuenta.
Las transformaciones a nivel del aparato productivo generan cambios a nivel de la estructura social. Eso es de perogrullo. Pero a la hora de analizar la distribución del poder en una formación social y económica determinada como la nuestra, no alcanza solo con enfocar los cambios en el mundo del trabajo y la producción.
En primer término, porque este ciclo macroeconómico se enmarca en un ciclo más amplio de expansión a nivel global de las economías mal llamadas “emergentes”, abastecedoras de materias primas. Las naciones que se insertan en la división internacional como proveedoras de alimentos y de materias primas siempre estuvieron presentes desde que el capitalismo salió de Europa y de la cuenca mediterránea para volverse global. Pero el rasgo más sobresaliente de este ciclo expansivo, radica en que el motor de la economía capitalista global se corrió del centro a las periferias. Si se toma como válido el dato de medida del producto, la economía capitalista global de los últimos años se sostuvo por el aporte que realizan potencias económicas como China, India, Brasil o Rusia.
Los datos que más sobresalen en el escenario económico global es que la crisis iniciada en el 2007 todavía no está terminada, que la recuperación de la economía en Estados Unidos sigue trayectorias erráticas y está lejos de consolidar una tendencia positiva, y en el caso de la Unión Europea, muy por el contrario, los costos de mantener el acuerdo supranacional a toda costa se traduce en nuevos recortes y privaciones para las poblaciones de toda Europa.
En conclusión, este ciclo expansivo, en el cual se inserta el impulso que vive la región, históricamente abastecedora de materias primas y alimentos (donde está Uruguay, a no olvidarse), tiene un punto de origen cruzado por las respectivas crisis del modelo especulativo financiero en Estados Unidos y Europa, con la caída de Lehman Brothers y otras entidades bancarias paradigmáticas. Además no hay que olvidar que en la Unión Europea, la crisis del factor trabajo es anterior y precedente a la crisis financiera, en definitiva, mucho más profunda.
Este contexto no tiene nada que ver con la cuestión del “viento de cola” y la economía uruguaya. El aporte de China e India a la economía capitalista global no es un dato pasajero, sino que pasó a ser constitutivo. Al menos para los próximos 20 o 30 años.
En segundo término, es necesario identificar cuáles son las vías por las cuales este contexto externo, se endogenizó en la estructura de clases uruguaya. Esto no es otra cosa que identificar cuáles son los sectores sociales (cuáles sus características, su composición interna, su distribución territorial, etc.) que fueron desarrollándose en el espacio económico creado por la expansión agroexportadora.
En los complejos productivos de la madera, de la soja, de la lechería, del arroz y de la carne, los componentes del factor trabajo no son idénticos. Se trata de ciclos productivos diferentes con diversa cantidad de eslabones, de componente tecnológico, con diferentes mercados de destino. Por ende, también generan sectores socio-económicos específicos.
En resumen, hoy día tenemos, por fuera del sector público, un conjunto importante del factor trabajo agrupado en torno a las actividades agroexportadoras (madera, soja, carne, lechería, arroz), a las actividades de servicios (turismo, logística), y la construcción.
Estos tres grandes pilares tienen, con sus rasgos específicos, un grado de vulnerabilidad importante. Y solamente uno de ellos, la construcción, presenta rasgos potencialmente rupturistas con la conciencia de la sociedad dominante. Por otro lado, el trabajo en el sector industrial tiene una dinámica distinta que requiere un análisis pormenorizado. Sobre todo porque por falta de una “burguesía nacional” emprendedora, el trabajo en el aparato industrial depende de un rol activo del Estado, lo cual contrasta con la lógica de “dejar hacer” que el Estado aplica en las otras tres áreas mencionadas.
Esa vulnerabilidad externa cala hondo en el factor subjetivo. Y cómo el dinamismo viene de afuera, la noción básica de supervivencia del pueblo trabajador en el adentro, es funcional a la estrategia de no toquetear mucho la economía, ni embarcarse en grandes transformaciones estructurales. Estamos embretados.
El campo de lo subjetivo: la hegemonía
La sociedad uruguaya, por su estructura demográfica y etaria, tiene fuertes componentes conservadores en sus actitudes, comportamientos, maneras de ver las cosas. Claramente la política no está libre de esto, y por ello es importante la cuestión de la hegemonía. No basta con decir que las ideas de las clases dominantes son las ideas de la sociedad en su conjunto: si bien es correcto, resulta insuficiente.
Sucede que un pariente cercano del pensamiento conservador es el pensamiento que le hace de espejo a las orientaciones del poder. Y eso a veces puede jugar a favor de las transformaciones sociales. Si el FA en su conjunto, impulsa desde el gobierno determinadas políticas sin fisuras internas, es muy probable que la mayoría de los sectores de la sociedad apoyen esas políticas. Sean estas relacionadas a la legalización de la marihuana, el casamiento igualitario, los impuestos o una asamblea constituyente.
¿Qué quiere decir esto?
El MPP fue hegemónico en un determinado momento del campo de la izquierda, por la capacidad de colocar temas en la agenda política ganándole de mano a los sectores más “históricos” de la estructura del FA.
Hoy estamos en un ciclo que en el campo de lo subjetivo, podemos llamar de “conservadurismo de izquierda”. Esto no pasa por capricho de la dirigencia, sino que en muchos puntos se relaciona con la evolución objetiva de la estructura de clases arriba mencionada. Va más allá de la predominancia sectorial de cada período.
En este caso, es posible, y necesario, identificar aquellas vetas por las cuales se pueda desarrollar un potencial de transformación social, ligado a aspectos concretos de la estructura productiva. Por ejemplo, pensar en el aporte que le haría a la estructura social, un componente obrero ligado a la siderurgia y la minería de hierro, hoy inexplorado.
La hegemonía consiste en adivinar por donde están esas vetas de transformación objetivas de la estructura social que tenemos actualmente, y desarrollar estrategias específicas para su desarrollo. De comunicación, de formación, de organización, de resistencia.
El contexto regional
En el escenario regional y global que vivimos, el horizonte ideológico por la liberación nacional y el socialismo mantiene su vigencia, y también mantiene consecuencias para la acción de las organizaciones y movimientos políticos. Las definiciones ideológicas implican marcos de referencia para las discusiones estratégicas y organizativas. Para decirlo más claramente, mantener una definición política por la liberación nacional y el socialismo como horizonte estratégico, implica poner sobre en la mesa la discusión sobre el aporte organizativo del trabajo regional e internacional.
Porque hipotéticamente hablando, podríamos liberarnos solos a nivel nacional y tener el rol que juega Suiza para el conjunto del mundo capitalista. Y por otro lado, de la misma manera que no existe capitalismo en un solo país, o en una sola región, es importante tener claro que nunca funcionó en el escenario contemporáneo un planteo de “socialismo en un solo país”. Acá también estamos embretados.
En conclusión, si mantenemos una definición ideológica que plantea la acción política para la liberación nacional y el socialismo, la estrategia correcta tiene que estar planteada en función de la continentalidad de la lucha, del diálogo político con otras organizaciones y movimientos de la región y en función de la comprensión del momento político que vive el contexto regional.
En el contexto actual, una organización o movimiento político que no tenga una estrategia de relacionamiento regional, ya sea deliberadamente o por carencias puntuales, no puede mantener en los hechos un objetivo de liberación nacional.
El modelo neoliberal agrupó a los países en base a características de inserción en el capitalismo global, esto es, en función de las necesidades de los mercados de las economías centrales del norte.
Pero el contexto regional ha tenido varias modificaciones que no son nada despreciables en los últimos años, sobre todo en cuanto a que se ha podido plantear un horizonte de integración cualitativamente distinto al que caracterizó al modelo neoliberal. El principal problema radica en que la política integracionista fue impulsada y protagonizada por figuras visibles, como Lula, Chávez, Kirchner, Mujica y Evo Morales, más que por los movimientos y organizaciones políticas que operan en el plano latinoamericano. Otro brete.
Esta etapa actual es la del planteo de una integración regional más autónoma y soberana, lo cual no es poco. Ahora se hace necesario empezar a pensar la etapa que se viene, y ubicar la estrategia adecuada para esa etapa.
La vuelta del desarrollo
En la senda del desarrollo pueden alcanzarse niveles puntuales a nivel de cada país que le solucionen bastantes problemas a la gente. No todos, pero si algunos. Pero no sería correcto perder de vista que la liberación nacional y el socialismo es otra cosa.
Modelos nacionales de desarrollo, con algunos grados de interconexión productiva mayores que los actuales, con despliegue de fuerzas productivas y de los factores de producción en función de las características del territorio, la población y la soberanía, y con un mayor reconocimiento de la validez de una integración cultural como pueblos del sur, son necesarios y deseables.
Pero aún en estos planteos es necesario considerar las condiciones regionales e internacionales. El planteo de modelos nacionales de desarrollo solo lo pueden realizar fuerzas políticas de izquierda con vocación de integración regional y con la hipótesis de que se trata de una etapa necesaria en la acumulación de las fuerzas organizativas. Implica concretar una etapa que procura dar un salto en las condiciones objetivas y subjetivas para las transformaciones sociales de mayor profundidad.
El dato impertinente de la realidad es que no se acabó la historia cuando fuerzas de izquierda alcanzaron responsabilidades de gobierno en varios países de América Latina. No se acabó la historia cuando se derrumbó el llamado “campo socialista”, ni tampoco se acabó la historia luego de haberse logrado gobiernos de izquierda o progresistas según el caso.
No se acaba la historia quiere decir que las contradicciones se transformaron, se agudizaron en algunos casos, se complejizaron, pero no dejaron de existir. No se terminó el conflicto entre el capital y trabajo. Muchas luchas populares de resistencia se desarrollan aún hoy en países que tienen gobiernos de izquierda. La composición de esos conflictos es diversa.
Las izquierdas latinoamericanas no se encuentran en el mismo estado que a inicios de la década de los 90. Son mayúsculos los cambios registrados a nivel de las bases sociales que acompañan su maduración, así como las capacidades para plantearse objetivos políticos concretos. Las izquierdas latinoamericanas se repusieron a una doble crisis: la ofensiva neoliberal de los 90 y la disolución del llamado “campo socialista”; y en sumatoria, además de estos dos procesos, también se reorganizaron luego de las dictaduras cívico-militares de las décadas precedentes.
La izquierda uruguaya no escapó a esa tendencia, y participó del conjunto de fuerzas que confluyeron en el Foro de Sao Paulo, con protagonismo de su vocación unitaria, plural y de promotora de acuerdos políticos superadores de las diferencias nacionales.
La izquierda latinoamericana (y la uruguaya) tiene un acuerdo político anti-imperialista, forjado a través de las luchas de resistencia antineoliberal, que sirvió (y sirve) para enfrentar a la derecha continental. También tiene un consenso bastante generalizado con respecto a la aplicación de políticas activas para superar la pobreza y la exclusión social.
Pero más allá de esos dos grandes consensos (que no son poca cosa), no hay un acuerdo extendido sobre la necesidad de superar el marco actual de la economía capitalista. Ahora, en el contexto actual, las izquierdas ya experimentan otros tipos de debates y acuerdos para nutrir sus respectivos planteos tácticos en los niveles nacionales.
Resolver estos bretes, optar por un camino u otro, es la tarea de esta etapa.