Por: Ricardo Pose
Si hay un lugar de Montevideo donde los vecinos no se enteraron de que la policía los podía defender, fue Santa Catalina. La presencia policial custodiando la línea 186, la presencia ante algunas situaciones de emergencia como rapiñas a comercios y otras tantas acciones inherentes a su oficio, quedaron opacadas por dos hechos de brutalidad policial en menos de dos meses, donde a pesar de los procesamientos de los efectivos involucrados, y este artículo intenta ser un aporte en ese sentido, dichos hechos sugieren analizar si estamos ante una brutal extralimitación de la función o hay un objetivo de más largo aliento. En cualquiera de los dos casos y por elevación, aunque las medidas tomadas claramente apuntaron a esclarecer los hechos, el Ministerio del Interior y sus ministros quedan “cuestionados” en su gestión.Un Remanso en el Oeste
Bien detrás del cerro y del populoso barrio Casabó, Santa Catalina se fue conformando con la presencia de algunos pescadores artesanales, algunos soñadores que vieron en esa rada de la costa rodeada de montes, concretar un estilo de vida de cara a la naturaleza y otros que hicieron su casa de esparcimiento, entre ellos varios obreros de los frigoríficos.
Mejorado el acceso de transporte público el “casi” balneario se convirtió rápidamente en un barrio que al igual que el Cerro vio triplicar en poco menos de una década su población, con las consecuencias nefastas de exclusión y marginalidad que engendraron las políticas neoliberales.
Lejos de consolidarse una pobreza estructural como en muchos barrios del norte montevideano, Santa Catalina tuvo importantes sectores de la población pauperizada; sin embargo desde la administración progresista, los signos de aquella crisis del 2002 empezaron como en el resto del país a tener notorias mejoras: obras de construcción paralizadas que son retomadas, viviendas mejoradas, los ómnibus entrando y saliendo llenos de gente a trabajar, el ánimo de la mayoría de la gente acompañando los progresos que le permiten sus ingresos e impactando fuertemente grandes obras de infraestructura e iluminación, caminería, una escuela de tiempo completo, un complejo polideportivo y un enorme salón de uso múltiple que se suma al edificio del Centro Cultural, Parque público en Punta Yeguas, un jardín y una UTU en construcción, las obras de saneamiento, obras que también se han convertido en fuente de trabajo para muchos vecinos, a las que se suman obras de impacto estratégico como la Regasificadora. Una postal del Uruguay en desarrollo es el trajinar constante de maquinaria vial y convoyes de camiones con materiales de construcción y los enormes caños de saneamiento.
Insurrectos en el jardín
En el Uruguay de los 90 ya se podía percibir los efectos devastadores de las políticas neoliberales que se venían aplicando. Fue por aquellos años que Uruguay vivió una ola masiva, espontanea primero y organizada después, de ocupaciones de terrenos ya que junto a la escasez y exclusión del trabajo y pésimos salarios se agregaba la falta de oportunidades para el acceso a la vivienda.
Unas viviendas vacías en Santa Catalina usadas como casa de veraneo fueron ocupadas una noche, y a pesar de que la mayoría de ellas no se mantuvieron ocupadas, dieron origen a una “radicalidad de lo social” que en ese contexto histórico era tolerada.
Al tiempo vino una ocupación de los famosos campos de la sucesión San Martín que duplicó prácticamente a la población.
En ese marco se empieza a dar un proceso político paralelo en la izquierda; por un lado la crisis de participación y de consolidación de las organizaciones de base del Frente Amplio, y un desarrollo de grupos de izquierda que “invirtieron” en la instalación de algunos de sus cuadros en la zona. Anarquistas hereditarios de las viejas tradiciones de los ácratas del Cerro, algunos integrantes de Colectivo Tupamaro, Agrupación 8 de Octubre, Plenaria Memoria y Justicia, Partido de los Trabajadores y otros , van logrando consolidarse desarrollando un trabajo social, entre méritos propios y los espacios “cedidos” por integrantes de la ahora “izquierda institucional”.
Su “petit estrategia de acumulación” que no es el motivo central de este articulo analizar, logra un oxígeno importante al plantearse proyectos en la zona que les permite reagruparse y empezar a manejar propuestas concretas. Todo como “servido” en la puerta del hogar y sin mayor esfuerzo metodológico que militar en el propio barrio.
Lo primero fue la instalación de la policlínica financiada por las maniobras UNITAS que tuvo el tema en el candelero por buen tiempo; más acá en el tiempo la Regasificadora. En el medio la instalación del Puerto de Moon en Puntas de Sayago. A medida que el nivel de calidad de vida de la gente mejoraba eliminando las condiciones objetivas, aparecían estos elementos que permitía una polarización, que aunque poco importe a la capacidad analítica de estos grupos, se daban bajo gobiernos de izquierda.
Fuego desde la Derecha
Como en muchas esquinas de Montevideo, Santa Catalina también tiene sus jóvenes en ellas. Años de exclusión que desintegraron familias, sumados a la inexistencia de espacios públicos de recreación y convivencia, se poblaron las esquinas y como en todo barrio, están los que las usan como elemento de socialización y los pícaros. Por aquí también paso la epidemia de la pasta base.
Todos saben sin embargo que los delitos pesados contra la propiedad son realizados por elementos, también jóvenes y en moto (si algo abunda en Santa Catalina y le da ese toque de pueblo del interior es el impresionante y variopinto parque de bi-rodados) de fuera del barrio.
Tal vez el embarazo adolescente y la violencia doméstica sean los elementos más complicados mirándolos desde una perspectiva de convivencia ciudadana. Así que no hemos hasta hoy comprendido las razones de un constante actuar policial que como en otras zonas de Montevideo (tal vez y sin estigmatizar más conflictivas como el Marconi), los patrullajes preventivos de la guardia republicana son abundantes en anécdotas de constante provocación, y destrato como buscando una reacción de desacato, incluso por la defensa del honor de algunas menores que también debieron soportar acoso verbal.
Será tal vez porque cierta cultura denominada “plancha” es notoria en buena parte de los jóvenes en la calle y cierta dosis de prepotencia policial calme los temores de la histeria generalizada de la sensación de inseguridad. No pecamos de idealismo y sabemos también que debajo del mar de gorras en moto y a pie hay picaros y transas; pero todos saben quiénes son y con un simple trabajo de “inteligencia” policial es posible lograr que no paguen justos por pecadores.
Lo cierto es que en dos procedimientos policiales en menos de dos meses se comete un exceso de brutalidad policial; en uno golpean hasta el hartazgo a un joven luego del asalto a un comercio y en este último caso luego de la rapiña a un comercio (que en el puzzle de contradicciones su dueña es parienta del mítico Pocho Ríos, aquel de la tradicional cantina en Santa Catalina donde supo a la salida de la cárcel estar Raúl Sendic) un muerto.
Una vez más, las condiciones objetivas dan oxigeno y movilidad. Las pintadas anarquistas en el cerro que prometían acción directa contra la regasificadora, encontraron su “ahora”. Tal vez fue una distracción, pero en muchos de estos politizados voceros, no hubo un solo comentario sobre el riesgo de bajar la edad de imputabilidad de los jóvenes.
En llamas
La muerte del joven Sergio Lemos desato una tempestad de distintos sentimientos e intereses políticos de corta mirada que como contenido dentro de una olla a presión se manifestaron.
Con el proyecto de la regasificadora y la reciente Audiencia Pública en la zona que polarizo las opiniones del barrio en un corte horizontal de sectores políticos y sociales, la anterior asamblea y campaña de denuncia de abuso policial y este infame accionar policial que incluyó como en la época de la dictadura “sembrar un arma” como prueba acusatoria ( y que habrá que observar detenidamente para saber si estamos ante una maniobra política de desestabilización), se generó el clima necesario para lo vivido.
Los incidentes empezaron apenas se supo de la muerte del joven y se prolongaron por 48 horas más, donde se expresó la legítima bronca de la agente a pesar de los constantes esfuerzos del Ministerio del interior por aclarar lo sucedido, “los breves ensayos insurreccionales” que atacaron un ómnibus del transporte, una oficina de Gas Sayago y a elementos de la prensa, y jóvenes que se suman a cualquier clima de inestabilidad como solían advertirnos en aquellos manuales sandinistas y salvadoreños, donde se abusa del “poder” obtenido en su capacidad de decidir el paso o no u otras cuestiones que quedan al criterio de su voluntad.
En el medio de todo eso, se “conforma un pelotón” que objetiviza la situación; los que no comprenden por qué siendo ellos vecinos del barrio no pueden acceder en su transporte al mismo o deben caminar más de 8 cuadras para tomar un ómnibus, los que se solidarizan con el dolor de los familiares pero no se dejan utilizar por oportunistas planteos políticos, los que no conciben desatar su bronca contra las cosas que tanto ha costado construir para el barrio.
Son los que marcharon en paz con velas por el barrio.