Quizás en estos momentos Cataluña sea la Autonomía más nombrada en España y todo se debe a la propuesta de un referéndum sobre la independencia.
No está de más decir que en los siete millones y medio de habitantes no existe la confrontación que el gobierno central pretende hacer ver. Los catalanoparlantes o los castellanoparlantes han convivido con bastante armonía junto a diferentes nacionalidades.
Cataluña es hermosa y tiene un fuerte componente humano y solidario. Somos testigos, desde diferentes núcleos del exilio uruguayo, del apoyo recibido y de la colaboración de ciudadanos e instituciones en diferentes instancias, con grandes y sinceras muestras de solidaridad, sobre todo en los años de dictadura en Uruguay.
¿Qué ocurre entonces? Con la crisis económica y sus nefastas consecuencias se generó un sentimiento de crispación y de indignación creciente ante la falta de perspectivas económicas y ante el recorte de las conquistas sociales conseguidas por años de lucha. El oportunismo de parte de la derecha catalana, la derecha nacionalista, ha hecho lo posible por canalizar esa crispación bajo el paraguas del sentimiento nacionalista y ha tomado la iniciativa en el enfrentamiento al gobierno central bajo la bandera independentista.
Una parte de la población catalana siempre sostuvo el postulado de ser un país independiente. Por fijar una fecha, 1714 marca un hito donde una derrota pasó a ser la bandera reivindicativa de miles de ciudadanos. La historia, como en todas partes del mundo, es a veces de difícil interpretación para unos y muy entendible para otros.
En 2014 se cumplirán 300 años desde que Cataluña fue derrotada en la lucha por la sucesión al trono de España, entre Borbones (franceses y castellanos) y la casa de Austria (apoyada por ingleses y catalanes).
Las desavenencias entre castellanos y catalanes viene de lejos. Ya en la época de la reconquista se dieron luchas de intereses que se recrudecieron a los largo de los siglos. Castilla se expandió hacia el nuevo continente, Cataluña hacia el Mediterráneo y su desarrollo económico-social también marcó su futuro y sus relaciones. El concepto de nación fue cobrando cuerpo a través de los años.
Llegado el siglo XX, España se vio inmersa en otro momento histórico clave, la guerra civil. Las nacionalidades catalana, vasca y gallega habían ganado cuotas de autonomía durante la República pero catalanes y vascos apoyan al gobierno legítimo frente a los insurrectos y perdido este pulso, serán fuertemente castigadas.
Durante el período de posguerra, ambas regiones tuvieron un desarrollo económico por encima del de la España rural y culturalmente atrasada lo que permitió un gran desarrollo de sus burguesías, mediante la explotación de mano de obra, tanto local como de la masa de inmigrantes que se desplazó desde el resto de España en busca de oportunidades en la red industrial.
Con la transición posterior al franquismo, llevada a cabo por consenso de todas las fuerzas políticas, se acordó pasar página y mirar hacia adelante. Pero la derecha franquista jugó fuerte para que la nueva constitución protegiera la “unidad” de España; se restauró la monarquía y se protegieron las estructuras de poder dentro de las cuales y muy especialmente se encontraban las de la iglesia.
Después de 40 años de dictadura no ha sido fácil la unificación entre vencedores y vencidos. Pero finalmente se pudo formular una Constitución en 1978, de consenso y donde todos aportaron y algunos cedieron más que otros.
Cataluña participó (a través de sus representantes y de destacados juristas de probada formación democrática) y votó a favor de esa nueva Constitución que institucionalizó el estado de las autonomías. En el proceso de los distintos gobiernos que siguieron se fueron incorporando competencias a los gobiernos autonómicos, como la recaudación fiscal, sanidad, educación, policía autonómica, idioma, etc.
El mapa de Europa se fue transformando poco a poco. La OTAN, la Comunidad Europea, la moneda única (Euro), el libre tránsito, etc. La adaptación a los nuevos tiempos, las reivindicaciones de los distintos grupos sociales, la defensa de los derechos humanos, han hecho necesaria la promulgación de nuevas leyes que amparan y defienden la igualdad, que castigan la violencia de género, que normalizan el aborto, permiten el divorcio y reconocen el derecho al matrimonio de personas del mismo sexo, etc.
Desde la transición hasta la actualidad se ha recorrido un largo camino en el que España ha conseguido en ocasiones estar a la cabeza en los logros en políticas sociales como las antes detalladas. El “Estado de bienestar”, la autocomplacencia y quizás la soberbia nos aletargaron y cuando menos lo esperábamos entramos en crisis (en compañía de otros sí, pero en ocasiones liderándola).
Cae derrumbado el Estado de bienestar, el paro alcanza cotas nunca antes conocidas, los recortes y las privatizaciones marcan las políticas de los gobiernos de turno. Se genera una enorme decepción popular contra las políticas neoliberales de los gobernantes y la mediocridad e incompetencia de los partidos.
El Gobierno de Cataluña (Generalitat) no se quedó atrás en la mala gestión y admitamos que en ocasiones tomó la iniciativa en muchas de las medidas regresivas. Sólo hace falta recordar que los trabajadores y estudiantes se manifestaron con tanta fuerza que los políticos tuvieron que entrar al Parlamento en helicóptero para evitar a los manifestantes que fueron duramente reprimidos, con detenidos y heridos.
Desde afuera cuesta ver diferencias sustanciales entre hermanos de clase que utilizan los mismos argumentos, las mismas armas, el mismo estilo voraz y manipulador. Desde adentro tampoco las vemos si somos objetivos. Pero, ¿qué pasa cuándo entre los elementos que se manipulan está el sentimiento de una nación, de su cultura, su lengua, su historia, etc.?
¿Qué pasa cuándo desde el gobierno central se utiliza el ataque a ese sentimiento para esconder los descalabros de malos gobernantes, de políticos corruptos, de saqueo y huida de capitales a paraísos fiscales y de innumerables desastres cotidianos? El gobierno autonómico, que adolece de todas y cada una de estas lacras, se torna defensor a ultranza del sentimiento ofendido y encabeza a su vez el movimiento hacia la separación.
Muchos ciudadanos tenemos dudas con respecto a ese nuevo país que se propone independiente. ¿Será monárquico o republicano? ¿Habrá ejército, y si lo hay, será voluntario u obligatorio? ¿Qué relación habrá con la Iglesia? ¿Las conquistas sociales alcanzadas se mantendrán? La Comunidad Europea ya está enviando sus mensajes en contra de cualquier división. ¿Cuál será nuestra moneda? Muchas dudas, muchas preguntas, grandes incertidumbres.
En el gran teatro de la política unos y otros aparecen como enemigos irreconciliables, haciendo alarde, un día sí y otro también, de intolerancia y falta de respeto. Unos y otros saben que la resolución de este conflicto se dará cuando lo determinen sus propios intereses, los de ambos, que no olvidemos, son los mismos. Cuando no sea necesario seguir distrayendo al personal, bajará el telón y fin de la función. A rendir culto al monarca de turno a mayor gloria de la sagrada institución de la monarquía y la santa iglesia.
¿Y si lo de Cataluña prospera, qué pasará en el País Vasco, o en Galicia, Andalucía, Canarias, Baleares o en otras comunidades?
Hay sobre todo otro elemento sumamente vital y de futuro y es que Europa empieza a moverse y los grandes movimientos políticos en el futuro se harán dentro de marcos más amplios, con más voz pero con menos autonomía. El gobierno de Europa se hará en el marco de ámbitos más complejos, donde los actores nacionales tendrán márgenes más estrechos y locales y donde las comunidades pequeñas, como el caso de una Cataluña independiente, pasarían desapercibidas y totalmente condicionadas al poder de Bruselas.
Queremos a esta Cataluña que nos ha acogido, solidaria, inteligente, culta, con su lengua, su cultura y sobre todo su nivel de convivencia.
Por: Els quatre gats (los cuatro gatos). Barcelona, enero de 2014.