El Frente Amplio cumplió 43 años. Medido en términos históricos es un período breve. Sin embargo, el impacto, político, cultural (en el sentido más amplio) y social del Frente Amplio en el Uruguay no trasciende largamente esa brevedad en términos históricos.
Hoy es imposible explicar al Uruguay y a los uruguayos sin el FA, de ese calado es su peso y no sólo y exclusivamente porque ha logrado el gobierno. No hay ningún acontecimiento político central del Uruguay en estos 43 años que no haya tenido al FA y a los frenteamplistas como protagonistas de primera línea.
De esos 43 años el FA pasó 12 en la ilegalidad y enfrentó una persecución terrorista, de sus estructuras, sus partidos y movimientos y de sus militantes. La dimensión de esta vivencia se aquilata más si se señala que apenas dos años después de su fundación, el FA, nacido para la acción política y de masas, debió pasar a la clandestinidad y la resistencia.
El FA nació como la esperanza unitaria y organizada de las fuerzas populares para disputarle la hegemonía política a las clases; como una fuerza democrática, defensora de la libertad, antioligárquica y antimperialista (y por lo tanto, en última instancia, cuestionadora del capitalismo). Su nacimiento fue un salto en calidad en el proceso de acumulación de fuerzas del movimiento popular para disputarle el poder a las clases dominantes.
Se nutrió de la experiencia acumulada de décadas de luchas populares, en particular del proceso de unidad de la clase obrera y los trabajadores, que realizaron el Congreso del Pueblo, con un programa alternativo y construyeron la unidad sindical en una central única. Una conquista que trasciende largamente lo reivindicativo y es, en realidad, una conquista estratégica de la clase obrera para aumentar su peso como clase en la sociedad.
Lo nutrieron las luchas juveniles y estudiantiles, la defensa de la Universidad, autónoma y cogobernada, y de la enseñanza pública toda; la experiencia individual y colectiva de los mejores exponentes de la cultura y su encuentro con la lucha popular.
Convocó a los sectores más progresistas de los partidos tradicionales y también a militares demócratas. Pero también es hijo de la identificación de cientos de miles con la solidaridad con las luchas de los pueblos hermanos de América Latina y del mundo entero. No fue, ni puede ser, un proyecto político encerrado en los estrechos límites de nuestro territorio.
El FA fue y es el cauce principal de incorporación a la acción política de los sectores marginados de nuestra sociedad, de los que nunca habían tenido voz, fue y es el amplificador de sus demandas, de sus sueños y reclamos, fue y es, un elemento democratizador del Uruguay.
El FA, y las fuerzas sociales que catapultó a la gran política en Uruguay, trajeron consigo nuevas formas de ver, sentir y hacer política. La acción política permanente, la importancia de las ideas y del programa, la movilización como instrumento clave y la calle como escenario privilegiado de expresión. En ello jugaron un papel central los Comité de Base y la conformación del FA como coalición y movimiento, aspecto distintivo aún hoy con otras experiencias unitarias de izquierda en el mundo.
Todo eso, unido a su conducta en los momentos claves de la historia nacional contemporánea, y la acumulación sacrificada y comprometida de su militancia, lo llevaron hasta donde está: es la principal fuerza política del Uruguay, conquistó y ejerció el gobierno nacional, primero con Tabaré Vázquez, ahora con José Mujica, tiene mayoría en el Parlamento, gobierna cinco de los principales departamentos del país y la capital desde hace 21 años.
Pero antes, fue, con el sacrificio y el compromiso de sus militantes y con Líber Seregni como referente, actor central y decisivo en la recuperación de la democracia.
Los gobiernos del FA han cambiado al Uruguay, lo pusieron de pie luego de una de las peores crisis de la historia nacional, a la que nos había precipitado el neoliberalismo y la incapacidad histórica de la derecha, atacó la pobreza y la marginalidad, mejoró la salud y la educación, derrumbó los cimientos del neoliberalismo en el mundo del trabajo, recuperó los salarios y las jubilaciones, impulsó la Reforma de la Salud y la Reforma Tributaria, impulsó la integración regional, aseguró el crecimiento económico, dio pasos históricos para horadar la impunidad, amplió derechos a colectivos sociales que ingresaron con fuerza a la escena política.
Falta mucho aún, mucho. Hay que avanzar en la distribución de la riqueza, cambiar el modelo de desarrollo hacia uno que apueste al país productivo y termine con la dependencia, profundizar el papel del Estado como motor productivo de la sociedad y avanzar mucho más en el terreno de los derechos e incluso en la modificación de una estructura jurídica que responde aún al modelo de sociedad que pretendemos superar.
Nada de ello será sencillo, las contradicciones con la derecha y la oligarquía y también con el imperialismo se agudizarán, las polémicas ideológicas dentro del FA son y serán complejas, pero hay que afrontarlas con el mismo espíritu que hasta ahora, con altas y bajas, nos ha permitido llegar hasta donde llegamos.
Entre los desafíos para el presente y para el futuro se inscribe construir perspectiva histórica. Una de las victorias ideológicas de la derecha fue quitarnos la noción de historia, instalar un presente perpetuo, donde no tenemos raíces y lo único que nos queda es repetir el presente hasta el infinito, más o menos mejorado. Es una tarea revolucionaria recuperar, para miles, el concepto de proceso histórico. La memoria no es solo pasado y la utopía no es solo futuro, se unen en un proceso único. No hay cambios revolucionarios sin historia y la historia implica el futuro.
Recuperar la perspectiva estratégica implica colocar arriba de la mesa el tema del poder, incorporar conceptos como acumulación de fuerzas, cómo y para qué. Recuperar el cuestionamiento al actual estado de cosas, la crítica al capitalismo y sus lacras, concibiendo crítica como desde una concepción marxista, es decir la superación práctica de la actual situación, con propuestas y con lucha, generando una síntesis nueva y superior.
Desde esta perspectiva adquiere todo su valor la acción de gobierno, en sus distintos niveles. Pero también se vuelve imprescindible recuperar los vínculos orgánicos, en sentido gramsciano con el movimiento popular, en todas sus expresiones, clásicas y nuevas. Es desde este punto de vista que la unidad es estratégica, como una herramienta de lucha para acumular fuerzas en esa perspectiva.
Todo ello es imprescindible pero tiene un primer mojón este año: hay que ganar las elecciones y hay que darle mayorías parlamentarias al tercer gobierno nacional del FA.
Debemos ser capaces de defender, fortalecer y recrear la unidad del FA, en la gestión de gobierno y sobre todo, en la acción política diaria. El FA, su programa de gobierno, el enfrentamiento al proyecto de país de las clases dominantes, necesita pueblo organizado participando y luchando, de mil maneras y formas, pero con protagonismo organizado.
Por: Gabriel Mazzarovich