Era el invierno del año 1983 y se preveía un aumento de las movilizaciones en favor de la recuperación democrática. Fue en el cumpleaños de un amigo que otro me llamó aparte y me entregó un paquetito prolijamente ensobrado en una hoja de papel de cuaderno sujetado por unas banditas de goma.
Me pidió que no lo abriera allí, y me dijo: “Nos estamos reuniendo los jueves en la casa de fulano, te esperamos”. Apenas llegué a mi casa abrí el paquetito. En su interior había decenas de calcomanías. En fondo amarillo aparecía una bandera de Otorgués y una inscripción que decía “Liberar a Seregni y demás patriotas presos”. El primero fue para el respaldo de mi cama, el resto fueron a ser pegados en la más variada gama de lugares que componían mi cotidianeidad.
Al jueves siguiente estábamos una veintena reunidos discutiendo la reorganización del Frente y la fundación de un comité. Llevó varias reuniones ponernos de acuerdo, pero finalmente, fundamos el Comité Horizontal de Nuevo París – Belvedere, en lo que junto con otros barrios se convirtió posteriormente en la coordinadora E.
Los siguientes años fueron de acumulación, de ferviente militancia y participación política, había decenas de compañeros discutiendo los días de reunión, y de tareas de propaganda y finanzas los fines de semana. Los jóvenes estudiaban y proponían política, se formaban, nos formábamos, en valores; los veteranos que iban saliendo de la cárcel, algunos de treinta años, se integraban y aportaban. Cada uno desde su historia, cada uno desde su origen.
El frente se preparaba para el futuro. Acumulando, paso a paso, construía sus capacidades para ir asumiendo todos los estamentos para el gobierno popular. Y los fue consiguiendo. Primero una bancada legislativa cada vez más numerosa, insoslayable a la hora de la negociación política, la Intendencia de Montevideo y por último el Gobierno Nacional.
Se permitió así avances para el pueblo que marcaron un hito en la historia del país: fortalecimiento de un Estado que quisieron destruir, reactivación de los Entes, salida de decenas de miles de compatriotas que estaban en la pobreza y la pobreza extrema, la comprobación que se podía crecer sin dejar de repartir a diferencia del planteo de la derecha neoliberal, el reconocimiento del concepto ciudadanos de los trabajadores rurales y las trabajadoras domésticas después de 170 años, el aumento de la matriz energética con una presencia preponderante de las tecnologías renovables y limpias, la universalización de la formación en informática mediante el plan ceibal; y así podríamos seguir varias páginas. Una pequeña muestra no de los milagros sino, a decir de las redes, de los mil logros.
Pero además el aporte histórico a un proceso de integración de América Latina en la que seguimos en deuda. Porque es claro la cantidad de contradicciones, avances y retrocesos, y dificultades que se han tenido. Pero, ¿ es posible visualizar el tremendo avance que se ha dado en este sentido gracias a la presencia de las fuerzas progresistas del continente y entre ellas la del Frente Amplio? Sólo consideremos la distancia conceptual entre el encuentro de la OEA en Punta del Este en la década del 60 y el último encuentro de la Celac, la distancia entre las propuestas actuales y la entreguista Alianza para el Progreso. Eso también se construyó históricamente desde la realidad nacional en los comité de base.
No hay sociedades terminadas, hay sociedades en siempre construcción. Esto significa que quedan cosas pendientes, que tenemos contradicciones a resolver, procesos a avanzar, pero seguimos pensando que el Frente Amplio sigue siendo la mejor herramienta política generada por el pueblo oriental en este sentido.
Extrañamos el rol profundamente participativo que conocimos al resurgir de la dictadura. Hay que perderle el miedo a que la gente, formada e informada, sea la que construya las decisiones. Evidentemente hay procesos históricos, cambios culturales, que no es posible volver atrás. Pero sí hacer todos los esfuerzos posibles para la mayor participación de las mayorías. Sin miedo a avanzar desde una democracia representativa a una democracia participativa con un componente cada vez mayor de poder en manos de la gente, en definitiva, en poder popular.
Porque si bien todos los avances recientes en nuestra sociedad son destacables y atribuibles a nuestra fuerza política, no hay mayor avance que el que añoro, de aquellos muchachos, que en el enamoramiento de una sociedad distinta, tenían la participación informada y responsable, la militancia a la sombra de las estrellas, y la rebeldía de faltarle al tiempo el respeto, que promovieron el cambio cultural que permitió hoy tener este pedacito de poder político para así mejorar la vida de los orientales.
Hoy aquél comité está cerrado, pero las huellas en los seres humanos que somos hoy sigue dando farolitos de luz que nos guían.
Por: Andrés Berterreche