La historia de nuestro país está indisolublemente unida al tema de la tierra. La Revolución Artiguista fue en esencia la lucha por la conquista de la tierra de los criollos desposeídos. Buena base de las guerras civiles que asolaron al país en casi todo el siglo XIX y principios del XX, tuvieron que ver con el latifundio, los desplazados y el poder en el espacio rural. En la década del 60 fue por la tierra y por las consecuencias de la lucha de clases que se daba en el campo que Raúl Sendic trabajó con los arroceros junto a Orosmán Leguizamón, luego se fue a organizar a los remolacheros, y finalmente terminó peleando por la tierra y por las condiciones de trabajo de los peludos de la caña de azúcar.
Hoy las condiciones son diferentes, el Instituto de Colonización está más financiado y viene, sin pausa, adquiriendo tierras que distribuye entre productores familiares y asalariados rurales. Por primera vez en la historia de este país se ha entregado tierras a trabajadores sindicalizados. Pero además estos tienen las ocho horas de trabajo por ley, por primera vez, junto a las empleadas domésticas, han sido reconocidos en su dignidad de defender sus derechos en los consejos de salarios.
Y hay un sin número de políticas de carácter social, laboral y productivas que promueven la producción familiar.
¿Esto hace que el problema vinculado a la tierra se haya terminado? No, nada más lejos de nuestra concepción pretender que la situación de la ruralidad es la óptima y nos podemos cruzar de brazos a “administrar el sistema”. En el marco del sistema capitalista, la concentración de la tierra sigue siendo una realidad insoslayable y que hay que seguir combatiendo. Aún quedan miles de familias aspirantes a vivir de y en la tierra. La extranjerización como consecuencia directa del efecto concentrador es casi insultante para la soberanía nacional. Es por todo esto que hay que continuar, y profundizar las medidas que se vienen llevando adelante.
Hoy el concepto que se debe de defender es el de desarrollo rural, que trasciende el mero hecho del acceso a la tierra, más bien lo incluye , con todo el resto de los agregados que permitan una ruralidad diferente, con justicia social, inclusiva, que no implique un sacrificio superior sino que la gente que se quiera quedar en esa realidad lo pueda hacer por elección.
Para ello, como dijimos, hay que seguir profundizando lo que se viene haciendo. No sólo más de lo mismo, sino mejor de lo mismo. Hay elementos que se deben de poner como objetivos a llevar adelante.
En primer lugar el concepto de propiedad social de la tierra, donde la misma debe ser de todos los compatriotas y el uso de aquellos que acceden a ella. No la propiedad, sino la posibilidad del uso, que hasta heredable puede ser, siempre y cuando se cumpla con las condiciones que desde la institucionalidad del Estado se pone. Un Estado que da y protege, pero que también exige. Los sistemas de Reforma Agraria de carácter propietarista han demostrado su fracaso cuando ellos se llevan adelante en el marco de un sistema capitalista. Las relaciones de producción de este tipo terminan expulsando a los “perdedores” del sistema y los “ganadores” vuelven a concentrar este preciado bien de producción, muchas veces volviéndolo a convertir en un valor especulativo (más allá que ya nadie deja de producir por especular con la tierra al mismo tiempo). En segundo lugar, sin abandonar el acceso individual o familiar a la tierra, buscar las soluciones de acceso colectivo por la vía del asociativismo. Sin encasillarse en formas o modelos, pero siempre apuntando a sistemas que apunten a formas de economía solidarias, que puedan contener a organizaciones de la agricultura familiar o de los asalariados rurales y que les brinden ciertas ventajas que da la escala productiva.
Tener claro que estas medidas, que se apoyan en el esfuerzo de los trabajadores de toda la sociedad, no es para generar exitosos productores empresariales que subcontratan trabajadores, o sub arriendan a empresas las tierras, o maltratan los recursos naturales, sino que todo esto tiene que apuntar hacia una sociedad rural alternativa, que dignifique el trabajo y la vida en el campo.
A esto deberá de acompañarse con nuevas formas de apoyo y desarrollo de la economía familiar, permitiendo el acceso a las tecnologías apropiadas, así como al crédito en condiciones propias para estos sectores emergentes, con apoyo en la integración de la cadena con posibilidades de acceder a mercados equitativos. Todo esto se debe de llevar adelante desde el Estado, pero no solo desde el Estado. La organización y solidaridad desde las fuerzas sociales se tornan fundamentales a la hora de viabilizar y darle sustentabilidad a estos procesos de desarrollo rural. Esta tarea es de todos y todos nos debemos cargar la mochila para demostrar que es posible. No hay políticas para los postergados del campo si estos no están organizados y se apropian en este sentido de las mismas.
Una buena lección nos están dando los productores de cerdos que se organizaron y lucharon para generar una línea de comercialización al Ministerio del Interior, que al mismo tiempo de viabilizar decenas de productores familiares conseguían abaratar los gastos en proteínas para el Estado. Ejemplo que cundió para que los façoneros, y dos empresas autogestionadas por sus trabajadores, el Molino Santa Rosa y el Molino Caorsi, se sumaran a un proyecto. Productores organizados y Estado receptivo a la propuesta, que no se deja seducir por el canto de sirenas de la concentración.
Buena lección nos están dando los paisanos de cuchilla del fuego, allá por Guichón, que accediendo colectivamente a un campo pelado y duro hoy desarrollan sus actividades y tienen lista de integrantes que quieren ingresar, de la misma manera que la gente de Arerunguá. O los lecheros con sus bancos de forraje, que han permitido que pequeños productores destinados a desaparecer por la falta de “espalda” ante la primer crisis productiva se mantengan y crezcan. Y hay muchos más, pero son más aún los que están esperando para entrar y por ellos se debe de seguir.
Solo si logramos, entre todos, llevar adelante este desafío podremos ser dignos de nuestros antecesores que pelearon y murieron en defensa del reglamento de tierras. Solo así podremos, sin tenerlo físicamente, decirle al Bebe, “De tus manos tomamos la bandera”.
Por: Andrés Berterreche