En su edición Nº 1.765 del 22 al 28 de Mayo del corriente año, el director de Búsqueda Claudio Paolillo, escribe una columna titulada: “De la tatucera al Salón Oval”, donde analiza los avatares políticos de Mujica, desde su época de guerrillero hasta el reciente encuentro con Obama en la Casa Blanca.
Paolillo no es una pluma improvisada; reconocemos su calidad profesional como periodista, para concluir que en sus afirmaciones no hay una sola cuota de ingenuidad o carencia informativa. Reconociendo la convivencia en un sistema democrático de diferentes visiones sobre los más diversos asuntos, la misma es válida en tanto se exhiben todos los elementos que pretendan realizar una exposición seria. En esto Paolillo, sí obra de mala fe.
Comienza citando el Documento Nº 1 del MLN-T, como si el mismo surgiera al igual que las columnas de Paolillo, de una trasnochada motivación intelectual. Y mal cita al documento cuando dice: “En junio de 1967 la dirección del MLN-T distribuyo entre todos sus militantes clandestinos el “Documento Nº 1” que MARCARÍA EL RUMBO para el desarrollo de la lucha armada en el Uruguay.”
“Marcaría el rumbo” va de cuenta del propio Paolillo, que intenta dar la idea de que una dirección política elaboro una suerte de “guía espiritual” para que unos fanáticos con ínfulas revolucionarias lo siguieran a pie juntillas.
El documento en cuestión “fue distribuido a toda la militancia (clandestina y legal) a fin de que sirviera COMO BASE DE DISCUSIÓN de grandes líneas que se hacía necesario acordar; porque el reciente documento hacia a la necesidad de elaboración teórica y definiciones de una nueva organización política, el Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros que se gestaría con esa denominación por esa fecha, y fue el primero de 5 documentos.
Pero lo que Paolillo omite decir es que los tupamaros, el MLN-T y el “temible documento”, no surgieron por la obra de una voluntad divina. (En este punto el director de Búsqueda es más retrogrado que la “teoría de los dos demonios”). Como periodista podría realizar el ejercicio pedagógico de ofrecer a sus lectores un panorama de la coyuntura, sin que ello lo lleve a justificar y fundamentar al movimiento tupamaro. Podría haber mencionado que apenas 15 años antes, bajo gobiernos democráticamente electos fueron aplicadas Medidas Prontas de Seguridad contra los trabajadores bancarios y desatada una brutal represión que desde entonces no tendría pausa contra el conjunto del movimiento obrero organizado, la ilegalización de grupos políticos de izquierda, la aparición de bandas fascistas, los intentos de golpe de estado de ciertas fracciones de las fuerzas armadas 3 años antes de este documento, los militares en el poder en Brasil amenazando con intervenir militarmente en Uruguay si triunfaba las huelgas obreras.
Cuestiona Paolillo las definciones tomadas en ese documento en el año que el pueblo democráticamente ungía al general Gestido. Muerto Gestido, apenas comenzado su mandato asume Jorge Pacheco Areco, que para los “cristales de los lentes de Paolillo” fue el autor de la constante aplicación de las medidas prontas de seguridad, el asesinato de obreros y estudiantes, la ilegalización de partidos políticos y censura de medios de prensa, producto de un malestar digestivo en el medio de aquel paraíso terrenal que era el Uruguay de los 60.
Parece descubrir además, más tres décadas después, la definición de Continentalidad de la lucha tupamara. Si cualquier imberbe puede citar de memoria, u obtener al alcance de cualquier página de internet, el mundo bipolar en que vivía Uruguay, una persona de la responsabilidad del autor no puede realizar afirmaciones de párvulo. No hubo un solo país en América Latina, que no viviera un proceso de confrontación, sea como resistencia a la aplicación de la Doctrina de la Seguridad Nacional, sea como lucha por el retorno a la Democracia formal, ser por el camino de la lucha revolucionaria. Es decir lo que pasaba en Uruguay no era un fenómeno ajeno en un mundo, un planeta convulsionado por luchas políticas.
Y en ese mundo bipolar, un negro como Obama jamás hubiera estado al frente de los Estados Unidos; lo más cercano, por raza y por definición política (Kennedy y Luther King) fueron oportunamente ejecutados.
Todos estos elementos también están contenidos en el Documento N1 pero Paolillo,(flor de pillo) en su afán de demostrar la extraña peripecia de uno de aquellos tupamaros (José Mujica), omite olímpicamente.
Insiste él y varios cretinos útiles en enfatizar el pasado violento del Presidente Mujica; detengámonos porque este punto es interesante; nada menos que el director de un medio de prensa escrita, debe conocer, al menos entre las leyendas entre las bobinas del papel diario, como un feroz debate editorial llevo a don José Batlle a aceptar el reto de Washington Beltrán, a quien termino matando de un certero disparo; los Saravia Blancos prendieron fuego dentro de su estancia a los Saravia colorados y, lamentablemente, el héroe del cordobés, líder de un ejército revolucionario, fue muerto antes de poder siquiera ser posiblemente electo como presidente de la república; don Luis Alberto de Herrera quemó sus cartuchos. Mujica no fue el único Presidente con pasado político teñido de violencia.
Ahora el mundo ya no es bipolar, y aunque Paolillo “chifle para el costado”, América Latina “florece” de gobiernos progresistas, entre ellos el segundo del Frente Amplio con Mujica a la cabeza. Cualquier principiante en estudios de geopolítica, sabe lo que puede representar un dirigente como Mujica, que ha desarrollado un excelente relacionamiento internacional; no es por el tamaño y lo que representa Uruguay en el concierto internacional que el Presidente negro y demócrata de los Estados Unidos le presta atención. Su condición de “líder hemisférico” viene dada por el respetuoso silencio cuando habla en tribunas internacionales, por el enorme Brasil del PT, la Argentina de Fernández, Bolivia, Venezuela, Ecuador, Perú, el actual Chile de Bachelet, digamos, el panorama geopolítico estratégico que el más “berreta juego de War” puede representar.
Y vuelve a jugar confundiendo semántica y contenido; dice en una parte: “solo los gobiernos “cipayos” podían recibir las malditas “inversiones” del imperio que apenas buscaban expoliar en toda la medida a los pobres latinoamericanos”. Que costumbre intelectual de mal uso hacer decir a los demás lo que estos no han dicho. Y que triste papel de mandadero de aquel ex presidente que sigue alentando a que no halla inversiones en el país. Lo que los gobiernos cipayos (expresión no únicamente tupamara por cierto) recibían no eran “inversiones del imperio” sino imposiciones con carácter de inversión que generaban pingues ganancias solo para la “rosca oligárquica” que detentaba el poder en el país. Porque aquellas inversiones de empresas americanas o de alguno de los países que integraban la OTAN también respondían a una lógica geopolítica de confrontación Este – Oeste.
Nada original, Paolillo se suma al coro que exige el “libro de arrepentimiento tupamaro” y como no, multiplica el silencio que aún prevalece sobre la situación de los cientos de detenidos desaparecidos, los integrantes de los Escuadrones de la Muerte, los que ocuparon las bancas de las Juntas Barriales y el Consejo de estado, la prensa oficialista de la DINARP, y otros tantos civiles comprometidos en hechos de violencia y violación de la constitución y las leyes.
Intenta abrir una tercera perspectiva sobre la imagen de Mujica, criticada por sectores de izquierda y de derecha marcando “sombras de la gestión” como por ejemplo: el colapso de la infraestructura( si cuando un país se saca del estancamiento en que lo tenía sumido la aplicación de políticas neo liberales le ocurren estas cosas de que la infraestructura queda chica con respecto a la capacidad productiva),la catástrofe educativa, esa que impide ciudadanos ilustrados que puedan sumarse a garabatear columnas semanales y el “caballito” de la inseguridad, esa que mantiene a Búsqueda ajena de cualquier cosa útil que pueda ser robada.
Como alentando una reacción, y como para hacer sentir mal hasta a la mismísima embajadora estadounidense en Uruguay por haber recibido casi que con honores a tan execrable sujeto, califica a Mujica de mal vestido, con lenguaje del bajo, morador de un rancho, sin uso de corbata (¿Amorín, Pedro, Larrañaga, Luis Lacalle se habrán sumado al estilo informal de Mujica en esta campaña electoral?) de uñas largas y rezongador de colaboradores.
El razonamiento de Paolillo se vuelve estrecho, o a su biblioteca le faltan estantes; aconsejamos agregar el Diccionario del Español del Uruguay para poder interpretar los discursos de Mujica y los de toda una generación de hombres de barrio, de los cuales Paolillo no debe estar generacionalmente muy lejos y el lenguaje le resulta extraño por tener los tímpanos saturados con las “natas” de otra clase, y La República Batllista de don Caetano, que tuvo la osadía editorial prematuramente que Paolillo de describir las raíces de un Uruguay Republicano y Liberal.
Por: Ricardo Pose