Nada mejor que los tiempos electorales para que se hable de grandes temas. Nada mejor que los tiempos electorales para que se hable superficialmente de todos los temas. Naturalmente, se habla mucho de los valores, y escuchando lo que se dice parecería que todos hablan de la misma cosa, que todos defienden y buscan promover los mismos valores. Nada más lejos de la realidad.
Los valores son distintos según en qué parte de la sociedad está ubicado uno. No tienen los mismos valores los asalariados que los capitalistas. No tienen los mismos valores los que no son ni una cosa ni la otra. La política neoliberal de los años ochenta y noventa, aplicada por blancos y colorados, estuvo basada en un conjunto de valores muy distintos de los que fundamentan la política económica y social del Frente Amplio. El aumento de la fragmentación social causada por la política de la derecha y la disminución de la pobreza y la miseria en los dos periodos de gobierno de la izquierda, son expresión de esas diferentes escalas de valores. Hay una diferencia esencial entre la solidaridad y el “hacé la tuya” que acompañaba a aquellas políticas de flexibilización laboral y desregulación, con el Estado bien chiquito y el mercado como un dios que hizo mucho más ricos a los ricos y convirtió a muchos trabajadores en ladrones y mendigos. Se diría que son valores opuestos.
Pero los valores de la izquierda están vinculados con la construcción de una nueva sociedad. Por eso se hacen sospechosos de utópicos para la filosofía pragmática de los que se han criado en esta sociedad capitalista, han absorbido sin mayor espíritu crítico su cultura más reciente y no creen que pueda haber motivaciones libres de egoísmo en el comportamiento humano. Por eso hay muchos que no entienden muy bien los dichos y los hechos de nuestro presidente y la relación entre ambos. No terminan de entender que hay gente cuya preocupación fundamental en la vida es transformar la realidad, no para mejorar su situación personal, sino para construir una sociedad distinta, con otros valores. No comprenden que haya gente que arriesgue su vida por esto, sin buscar una retribución personal. Cuando se dan de narices con el hecho evidente que el presidente no busca beneficios económicos para sí, tienden a pensar que a lo mejor busca otras retribuciones, también personales, como podría ser la fama. No comprenden que alguien pueda vivir y realizarse como persona, simplemente aportando al bien común, “a la pública felicidad”, desde sus capacidades. Menos aún pueden imaginar que alguien vea su propia fama como un instrumento más para la construcción de ese bien común.
Pero hay otros uruguayos, que sí entienden los dichos y los hechos del presidente. Sobre todo se los encuentra entre los obreros más golpeados por el capitalismo. Entre aquellos que han sufrido miles de privaciones y han perdido muchas posibilidades de desarrollo personal y familiar. El capitalismo los golpeó duro, pero no les quitó la capacidad de discernir ciertas cosas. Por inteligencia, por intuición, por instinto de clase, reconocen a sus pares y pueden percibir lo que otros, con necesidades básicas más que satisfechas, pero más vulnerables al bombardeo ideológico de la derecha, son incapaces de ver.
Cuando el presidente se preocupa y opera diplomáticamente para ayudar al proceso de paz en Colombia, no lo hace para conseguir un premio Nobel –que bien poco le importa– sino para ayudar a la paz en Colombia que sí le importa mucho. Cuando gestiona la exportación de carne con hueso a Estados Unidos, no lo hace para quedar en la historia de la industria frigorífica, sino para lograr ese objetivo que es importante para el país que hoy preside. Cuando plantea el cese del bloqueo a Cuba, lo hace porque es muy importante para el pueblo hermano de Cuba y para toda América Latina, que ese bloqueo se termine. Así de sencillo y muy fácil de comprender, para los que siguen creyendo en lo colectivo, en la solidaridad, en la integración social, en una sociedad mejor, en un ser humano mejor y saben que eso no vendrá solo ni rápido, sino que se construye día a día, con desprendimiento, con sacrificio, con humildad y sin premios personales. Por suerte, los que así piensan y hacen son muchos aquí, en nuestra América Latina y en el mundo.
Por: Américo Rocco