Cualquier monedita no sirve

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Da la impresión de que la ética de la dádiva de Peter Sloterdijk se ha colado en el discurso de figuras de primera línea de la izquierda. En Repenser l’impôt, Sloterdijk problematiza el desequilibrio entre el eros -el impulso erótico de acumular bienes- y el thymos -el impulso a la generosidad, a una dadivosidad que otorga respeto.

Para corregir este desequilibrio, propone tratar a los sectores de altos ingresos no como un grupo sospechoso de resistirse a pagar impuestos sino como dadivosos cuya contribución debe ser reconocida, de modo que puedan estar orgullosos de su generosidad. Más que gravar excesivamente a los ricos, dice Sloterdijk, hay que darles, por ley, el derecho de decidir qué parte de su riqueza donarán al bienestar de la sociedad1«The year of dreaming dangerously». Slavoj Zizek..

Es preocupante descubrir esta idea en algunos planteos de la propia izquierda. ¿O no hay acaso algo de esto cuando se dice que los pocos pesitos más que les pedimos a los propietarios rurales deberían haberlos aportado voluntariamente a la sociedad? ¿No hay algo de Sloterdijk cuando se contrasta la solidaridad de los humildes con el egoísmo de los ricos y se concluye que queda mucho trabajo cultural por hacer?

Por lo pronto, un buen comienzo sería no perdonar tantos impuestos -exoneraciones tributarias-, de modo que los ricos tuviesen mayor margen para la generosidad. Sin embargo, visto el planteo, no puedo más que imaginar una telemaratón movilizadora y/o una catequesis evangelizadora que despierte «un capitalismo de legionarios de la buena voluntad»2«Breve diccionario para tiempos estúpidos». Sandino Núñez.. Algo así como elevar la lógica de Un Techo para mi País a la enésima potencia: como dice Sandino Núñez, «una estructura perversa de donaciones, limosna y caridad apoyada en la alegre utopía de un capitalismo que se redime, que se invisibiliza y se desmiente a sí mismo en sus gestos de solidaridad y ayuda al desposeído»3Ídem op cit..

Y, más aún, como plantea Zizek: ¿quiénes son realmente los ‘dadivosos’? ¿O en la crisis de los derivados de 2008 no fueron los contribuyentes de a pie los que financiaron al Estado para que éste rescatara a ‘triunfadores dadivosos’ como Madoff?

Reciprocidad – Otra idea de moda -que, aunque baja un cambio respecto a la anterior, pretende que existe un capitalismo negociador, pactista- es la de la reciprocidad: los sectores de altos ingresos estarían dispuestos a pagar impuestos si a cambio recibiesen servicios públicos de calidad.

Exageraré, pero creo que es necesario. Una reciprocidad estricta acaba con la redistribución. Si por lo que pago de impuestos debo recibir una contraprestación equivalente en servicios públicos, la política fiscal solo será un do ut des (doy para que me des). Se habrá entronizado el principio del beneficio -contribuir de acuerdo al grado en que se es beneficiado por un servicio público- y matado el de capacidad de pago -quienes tienen mayor capacidad de contribución, pagan más (equidad vertical)-. En el límite, no habrá más impuestos y solo tendremos tasas, pagos por uso.
 
Lo anterior no significa, claro está, que la calidad de los servicios públicos no deba ser una preocupación central de los gobiernos. Pero eso es casi una obviedad, y las varias herramientas utilizadas por este gobierno con ese objetivo son prueba de ello: monitoreo y evaluación de políticas, acuerdos de mejora y compromisos de gestión, sistema de remuneración variable en Empresas Públicas, Sistema Nacional de Inversión Pública (SNIP)-.
 
Y, sobre todo, también es cierto que se debe seguir trabajando, y mucho, en mejorar la calidad de los servicios públicos de modo de fidelizar a la clase media como usuaria de los mismos, entre otras razones porque el consumo de servicios públicos tiene asociados valores -convivencia, respeto por lo público, solidaridad- bien diferentes a los asociados al consumo en el mercado -consumo posicional, diferenciación-.
 
Pero pretender que el 1% de más altos ingresos -que percibe el 7% del ingreso total- o el 10% de más altos ingresos -que percibe una tercera parte del ingreso total-, sectores que ya han ‘fugado’ de los servicios públicos y aspiran a minimizar su carga tributaria para comprar estos servicios en el mercado, pretender -digo- que sean socios naturales en esta propuesta de ‘reciprocidad’ es, como mínimo, una ingenuidad.
 
Lo que la gente demande – En este contexto de la ‘reciprocidad’, el panorama se agrava cuando, ante la necesidad de definir de qué servicios públicos estamos hablando, se responde «los que la gente demande». Esto suena al fin de la política, al fin de los políticos líderes de proyectos que no están en el imaginario de la amplia mayoría de los votantes, que piensan en términos individuales y no de polis y que a lo sumo reclaman gestión, eficacia y eficiencia. Así las cosas, ya no tendremos gobiernos sino deliveries.
 
Pensemos en lo siguiente a la hora de proveer los servicios públicos «que la gente demande». La indigencia y la pobreza en América Latina han estado asociadas a la marginalidad y la exclusión social, es decir, al surgimiento de comunidades excluidas con valores y expectativas diferentes a los de las comunidades integradas. Esta diferencia de valores y expectativas se da particularmente en relación a las modalidades básicas de integración social vigentes al interior del sector integrado de la sociedad: la educación y el trabajo. Mientras que los sectores indigentes y pobres demandan transferencias monetarias para resolver sus problemas más básicos, no necesariamente demandan en la misma medida la provisión de servicios de educación y formación para el trabajo. ¿De qué inclusión y movilidad social vía educación hablan entonces quienes, a la vez, quieren hacer política ofreciendo «lo que la gente demande»?
 
Finalmente, ¿cuántas políticas de amplio consenso teórico y difundida aplicación práctica se han diseñado para prevenir «miopías» de la gente, esto es, para ir precisamente en «contra» de lo que la gente demanda? ¿El ahorro jubilatorio obligatorio no trata acaso de prevenir la miopía consumista de la gente, de suavizar su consumo a lo largo del ciclo de vida? ¿Por qué la educación es obligatoria?
 
Que no quede en el tintero – La izquierda refundó la política fiscal de Uruguay. La reforma tributaria priorizó la capacidad de pago como principio impositivo, terminando valientemente con la inmunidad de algunos privilegiados, como los profesionales. La reforma de la salud universalizó la cobertura y la financió con marcada progresividad. El gasto público social se ha redirigido a los sectores más vulnerables y más jóvenes de la sociedad -y esto pese a que en los últimos ocho años el ajuste automático de las jubilaciones por IMS implicó un plus anual de 0.3% del PIB respecto a si el ajuste hubiese sido por IPC-. La izquierda lo hizo con un lúcido liderazgo y una inquebrantable voluntad política. ¿O ya nos olvidamos de los días en que el diario El País amanecía con hasta ¡siete! artículos contra la reforma tributaria?
 
Ahora bien, a medida que las sociedades avanzan, la definición de justicia social se vuelve una definición colectiva de la sociedad, que exige que determinados bienes y servicios sean de acceso universal y que, solo una vez cubierta esta demanda, haya distinción de acceso al resto de los bienes en función del mérito, del talento de los individuos. En palabras de Bunge: «La solución no es modificar las reglas de la carrera para impedir la derrota del incompetente. La solución radica en no tener que competir por los recursos básicos»4«Filosofía política. Solidaridad, cooperación y Democracia Integral». Mario Bunge..
 
Este escenario plantea a la izquierda el desafío de ampliar la cobertura, tendiendo a la universalización, de los servicios públicos -educación, salud, vivienda-. Plantea el desafío de pasar a una segunda generación de políticas sociales, esto es, transitar desde políticas que miraban hacia atrás (backward looking) para superar la indigencia y la pobreza heredadas, a políticas que miren hacia adelante (forward looking) con el objetivo de no perder un solo niño, de anticiparse lúcidamente a los problemas derivados del envejecimiento del envejecimiento, de lograr la incorporación plena de la mujer al mercado laboral, de completar la reforma de la salud, de acabar con el déficit cuantitativo de vivienda -unas 34 mil viviendas-.
 
No debería postergarse una agenda que amplíe la cobertura de bienes y servicios públicos de calidad y, por tanto, no debería esquivarse la pregunta de cómo se financiará. En este cruce de caminos, ¿cambiaremos y, en nombre de un aggiornamiento ingenuo, vamos a apostar al voluntarismo, a un ‘capitalismo bueno’? ¿O, como antes, con un liderazgo lúcido y una inquebrantable voluntad política, la izquierda decidirá que hay quienes aún deben aportar más al financiamiento necesario para completar la agenda social pendiente?
 
Una alta autoridad de la CEPAL había terminado una presentación sobre pacto fiscal en América Latina cuando se le acercó alguien que, teniendo en mente los varios gobiernos de izquierda de la región, le preguntó: «¿pacto fiscal justo ahora que estamos ganando?»

Publicado en: montevideo.com
 
Por Jerónimo Roca, sub director de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto

 
 
 

Por: Jerónimo Roca

Referencias

Referencias
1 «The year of dreaming dangerously». Slavoj Zizek.
2 «Breve diccionario para tiempos estúpidos». Sandino Núñez.
3 Ídem op cit.
4 «Filosofía política. Solidaridad, cooperación y Democracia Integral». Mario Bunge.

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