Los compañeros de Mate Amargo me han invitado a participar de este número con algunas opiniones sobre las perspectivas de la izquierda. Si bien el momento electoral nos demanda particular atención y mucho esfuerzo militante, pensar más allá de la coyuntura es siempre deseable y necesario.
Por eso saludo una vez más el espacio que se abre y aporto aquí unas modestas reflexiones generales, pensadas en clave de proceso de mediana y larga duración y desde una óptica socialista.
Planteo, para comenzar y simplificadamente, tres grupos de afirmaciones, obviamente discutibles y perfectibles en su formulación.
1 – Que la racionalidad instrumental capitalista totalizada, al reducir las relaciones sociales al cálculo, aniquila, deshumaniza, y por tanto se vuelve tendencialmente inviable, y que necesitamos construir una lógica social y económica alternativa centrada en la vida, son dos máximas tan ciertas como contrarias al sentido común dominante. La gran misión histórica de la izquierda es desnaturalizar ese sentido común conservador perforándolo y sustituyéndolo progresivamente por otro, haciendo crecer la cultura, la organización y la fuerza necesarias para producir esa transformación, es decir, gestando otra hegemonía.
2- Que el capitalismo, con su actual modo de regulación, se encuentra atravesando un proceso de crisis y reconfiguración geopolítica, es tan cierto como lo anterior y bastante evidente. Vale complementar esta observación con una obviedad: como siempre, los garantes del sistema buscan y buscarán a cualquier costo el punto de “estabilidad” que les permita maximizar sus ganancias y su poder particular.
3- Que en este contexto buena parte de América Latina avanza en inclusión y distribución a partir de un proceso social y político de ascenso popular, es también un dato de la etapa, como lo es la fragilidad de estos procesos, continuamente amenazados en sus posibilidades de profundización-continuidad por factores estructurales, culturales y políticos endógenos y exógenos.
Hay quien ha resumido algunas de estas afirmaciones en una fórmula breve: más que en una época de cambio, nos encontramos atravesando un cambio de época. Otros han asociado incluso ese cambio epocal, al menos en occidente, a una crisis civilizatoria, es decir, algo así como una crisis global de la relaciones de los seres humanos con los seres humanos, con el resto de la naturaleza, con su producción, con la historia, las tradiciones y los proyectos pensables de futuro. En cualquier caso, estaríamos participando de una especie de transición. Agrego que esa transición sería de incierto derrotero, entre otras cosas porque no está planteada una lucha “sistema” contra “sistema” que permita prefigurar futuros eventuales según quien sea el vencedor. Sobre este tipo de circunstancia histórica, Gramsci decía “lo viejo no termina de morir, lo nuevo no termina de nacer” y acotaba que “en ese claroscuro” surgen muchas veces “monstruosidades”.
En este marco, reivindicar la construcción deliberada del futuro y apostar a la aventura democrática de modelarnos, es ya de vital importancia. En contraposición, la “nueva derecha” sueña con la utopía reaccionaria de una sociedad posdemocrática. Ellos hacen política negándola, reduciendo los debates a gestión y marketing, buscando la indiferenciación. Retacean así a las mayorías la discusión sobre el presente y el futuro para que decidan las élites. Así las cosas, nuestro primer gran desafío es reivindicar la política como construcción colectiva, socializándola, extendiéndola, en una palabra: politizando. Los modos de una politización transformadora, instituyente, de izquierda, son, sin duda, diversos. Es tarea nuestra, en cada escenario y contexto, interpelarnos especialmente sobre como orientar en esa dirección los factores que somos capaces de crear y administrar, produciendo militancia, participación y protagonismo social, en lugar de retraimiento a lo privado y apatía.
Si aceptamos que nos encontramos en una etapa de transición hacia algún lado, y que la discusión sobre el sentido de este cambio es esencialmente política, necesitamos de una construcción intergeneracional capaz de gobernar esa transición desde la visión y el interés de las mayorías. Y en esa construcción las generaciones más jóvenes debemos asumir un papel crucial.
Es que la convocatoria a lo político es hoy una cuestión de vida o muerte, es la disyuntiva entre asumir o no asumir el cambio de época, entre gobernarlo o dejarse gobernar por él, entre la izquierda y la nueva derecha. Resignarse, retirarse, replegarse al espacio privado o plegarse a la deglución de la política por la gestión o el marketing, es decir -como se le atribuye a Luis XV- “después de mi el diluvio”, o sea, “¡que venga lo que venga, no me importa nada!”, que en nuestro caso – el de los sectores populares- es equivalente a “¡qué venga lo que decidan otros!”. Nuestra generación se encuentra en el centro de gravedad de la crisis, radicalmente atravesada por esta tensión. Nos debatimos entre ser expresión egoísta, irresponsable y degradante de la crisis civilizatoria –como quieren estigmatizarnos los mismos que promueven la deriva posdemocrática- o ser su costado constructivo, es decir, portadores orgullosos de política y proyecto.
Pero las construcciones humanas son tan temporales como espaciales, tan inciertas como tradicionales, tan materiales como simbólicas. Y la política, también en el cambio de época, necesita anclajes y relatos que contengan y signifiquen todo eso. Al respecto no quiero terminar estos apuntes sin dejar planteada una idea que reconozco como polémica: mal que les pese a los panegiristas de la globalización como ideología, la categoría moderna de “nación” -que representa además para nosotros un proyecto inconcluso-, y la antigua de “comunidad”, siguen teniendo un enorme potencial. Si queremos hacer política desde los más, deberemos reconstruir también el pasado para fundamentar el presente y el futuro, y seguramente estos conceptos – a caballo de los cuales tanto bien y tanto mal se ha hecho – deberán volver a aparecer en nuestro lenguaje, junto a ideas, valores, principios, pasiones y prácticas que movilizarán acciones colectivas y evitarán, finalmente, que después de nosotros venga el diluvio.
Hoy Uruguay, como la región, se debate entre dos proyectos que reflejan con nitidez la disyuntiva que planteábamos más arriba. El de la derecha necesita despolitizar y deshistorizar para abrirse paso. El nuestro, abrevando en lo mejor y más popular de nuestra historia, la de los orientales y latinoamericanos, debe afirmarse en la política como construcción deliberada de un futuro otro, libre, justo, solidario, que con hechos demostramos estar dispuestos a construir. En el cambio de época, tal encrucijada no es solo ni principalmente electoral, y la comprensión generacional de esto es hoy tan imprescindible como lo sigue siendo la conciencia y la organización de los trabajadores y de todos los oprimidos y desposeídos de la tierra.
Por: Gonzalo Civila López