Mirando hacia adelante, asumimos un compromiso ineludible con un tercer gobierno del FA. Un nuevo gobierno frenteamplista que debemos lograr y construir; lo cual implica mucho más que una responsabilidad electoral, nos obliga a analizar cuánto, qué y cómo hicimos y qué y cómo proponemos a futuro. Ni que hablar si pretendemos cambiar la sociedad. Es ahí, al hacer este ejercicio de valoración, donde a muchos de nosotros nos surge el sabor amargo de lo que faltó o lo que se hizo mal.
Construir un nuevo gobierno frenteamplista requiere sin lugar a dudas cuestionarse y aportar a la construcción de algo nuevo que no lleve a la sociedad hacia una triste elección de “lo menos malo”.
Luego de la experiencia de gobernar el país por dos periodos consecutivos, sumado a los años de gobierno departamental, mucho es lo que podríamos debatir, revisar, rearmar, exigir. Un punto clave creo, en eso de ir sumando hacia relaciones diferentes a nivel social, es el de la participación.
Una y otra vez, cuando tenemos diferencias claras en torno a un tema, a alguna definición de gobierno, en cualquier escala, llegamos a un punto donde vemos que es allí donde están nuestras mayores distancias: en qué se debe hacer o no para que más gente (o no) esté involucrada en los procesos y soluciones de cada situación. Cómo y qué participación promover.
Muchos compañeros lo han señalado una y otra vez; no es lo mismo hacer por los otros que hacer con los otros, y mucho más diferente es hacer entre todos.
Siento la necesidad de reiterar, de repetirnos y repetirme, porque parece que a pesar de la cantidad de tinta usada, las innumerables veces que diferentes exponentes de la izquierda uruguaya lo han planteado, muchos compañeros que ocupan lugares de gobierno no se cuestionan (o nadie les cuestiona) la posibilidad de estar errando en este sentido. Se puede “hacer bien” desde múltiples lugares, desde un cargo o no, desde diferentes responsabilidades. Pero sin lugar a dudas, en esto de pensar la izquierda (así, con negrita), hace mejor quien hace en colectivo.
La sartén por el mango
En junio de este año fue vandalizada una escuela de Flor de Maroñas en Montevideo. La respuesta institucional y sindical fue rápida, se hicieron presentes enseguida, valoraron la situación y en dos días ya había trabajadores organizando la reconstrucción, planificando y viabilizando el regreso a clases. También se hizo presente una brigada del SUNCA, las comisiones de padres las comisiones de padres se autoconvocaron y junto con las directoras y el equipo docente organizaron la participación y apoyo de la comunidad así como de las más diversas expresiones culturales y sociales.
Me interesa mirar este caso puntual desde otro lado. Muchas veces se da una respuesta rápida y clara, se está a la altura de la urgencia, pero se pierde una y otra vez la oportunidad de involucrar a la sociedad en la apropiación del espacio público, sumando cada uno el granito de arena que pueda para que el mensaje y la reconstrucción de eso que es de todos, también sea de todos.
En este caso, la apropiación surgió (y lo aplaudo) de la comunidad involucrada, no de las autoridades, aunque lo tuvieran en el discurso. Si bien fue notorio que en esta ocasión concreta la “interinstitucionalidad” funcionó muy bien, se estuvo presente y comunicando constantemente y hubo una señal clara de apoyo, como en otras ocasiones desde el gobierno se perdió la oportunidad de hacer de otra manera, de cambiar el encare tradicional de los problemas.
Me acuerdo entonces del caso de las escuelas del cerro, y de tantas otras. A veces las obras se demoran, las empresas no cumplen, o lo hacen de mala forma y con pésima calidad. ¿No podríamos, de alguna manera, generar la figura que permitiese el apoyo voluntario de la comunidad involucrándose en el mantenimiento y la reconstrucción? No se trata de caer sobre nuestros compañeros, sino de cuestionarnos de qué manera resolvemos las situaciones a las que la gestión nos enfrenta.
¿No seguiremos alimentando, de la manera en que generalmente hacemos las cosas, eso de que “me tienen que dar”? Sin querer, fortalecemos la idea de que la participación en la democracia es elegir a los mejores que harán que mis derechos sean respetados, que me darán lo que me merezco, que castigarán a los indeseables, que me alejarán de todo mal… sin que yo mueva un dedo en los siguientes cuatro años.
En la construcción de un sistema de educación desde la izquierda, la participación es un punto clave. Si bien se han ensayado algunas experiencias, los mensajes públicos que se envían desde los diversos lugares de decisión son por lo menos errados e insuficientes en este sentido. Como en los ejemplos anteriores, no se ha priorizado en la gestión cotidiana la participación, y a ello se agrega el constante ataque hacia la vida misma de la Educación Pública.
La derecha (y algunos actores del FA seguramente también) critica una y otra vez la presencia de delegados sindicales en los más diversos ámbitos de la estructura del sistema educativo, y es más, acusa al gobierno de la educación (sea cual fuere, ya que han pasado muchos por esos sillones) de estar dominado y casi ser llevados de las narices por los sindicatos. Sin embargo, los que estamos en las aulas podemos asegurar que no hemos logrado realmente la participación de todos los involucrados en las decisiones y en el hacer cotidiano de lo educativo.
De muchos de los programas e iniciativas que hay en danza (promejora, salas, etc) una de las más notorias conclusiones que podemos sacar es que si le damos tiempo de reflexión colectiva y planificación conjunta a los docentes, surgen las ideas, las ganas de hacer juntos, las propuestas, la creatividad. Sin embargo, habilitar esos espacios de encuentro periódicos parece continuar siendo un aspecto lateral de las políticas educativas, cuando quizás sea una de los pilares de un buen funcionamiento institucional.
Para enseñar a participar, hay que sentirse partícipe. Para involucrarse con la comunidad, hay que tener tiempo y espacio para ello. Participar implica no sólo dar una opinión, sino tener también el ámbito donde discutir, la información necesaria para hacerlo y la oportunidad de definir y controlar lo que se define.
En el afán de hacer lo que se está convencido que es mejor, a veces se deja de lado el involucrar al colectivo en las decisiones. Aquella discusión sobre la necesidad de asumir las responsabilidades y agarrar el sartén por el mango. Abrir la cancha y colectivizar las decisiones y los diferentes grados de poder siempre conlleva un riesgo, dado que lo que finalmente surja no necesariamente se ajusta a lo que esperábamos, pero tendrá la riqueza de haber nacido de espacios grupales.
En definitiva, hay mucha cosa que se ha hecho, mucho que se ha hecho bien o mejor que en gobiernos de otro color; pero no me conformo. Hay que dar una batalla clara contra algunas de nuestras propias características y prácticas, ser más claros en la autocrítica. Tenemos que ser capaces de salirnos del mote de “buenos gestores” para construir una gestión colectiva. Por ahora, en la mayoría de los espacios, no hemos logrado trascender esa idea de que las cosas van a ir mejor solamente porque tenemos el sartén por el mango…
Por: Gabriela Dobal