En el otoño de 1993, al inaugurar el año académico en la Universidad Central Europea de Budapest, Eric Hobsbawm advertía sobre algunas amenazas…
«Toda ideología tiende a cuajar en estereotipos y los estereotipos inmediatamente lo son. Es con la realidad moviente con la que hay que estar contrastando, afrontando toda ideología, para que esto no ocurra.»
(De la respuesta de Carlos Real de Azúa a Arturo Ardao en el marco de la polémica sobre el «Tercerismo» en Uruguay).
En el otoño de 1993, al inaugurar el año académico en la Universidad Central Europea de Budapest, Eric Hobsbawm advertía sobre algunas amenazas que se cernían en aquel tumultuoso fin de siglo en relación al rol del historiador en la sociedad contemporánea.
En su conferencia, además de analizar la situación que atravesaban en ese nuevo contexto de transición los países del centro y este europeo, y de destacar el compromiso que como actores de su tiempo deberían tener de ahí en adelante los profesionales de la historia, Hobsbawm recorre diversos temas que conservan plena vigencia. Por un lado, asuntos vinculados a la búsqueda de modelos de desarrollo alternativos, o el creciente riesgo de los movimientos xenófobos, y por otro, aspectos relativos al compromiso que el mundo universitario, en tanto sector privilegiado de nuestras sociedades tiene con los menos favorecidos económica y socialmente.
En nuestro anterior artículo (Brasilia-Pekín-Washington), señalábamos algunos desafíos a futuro para nuestro país en las áreas productiva y financiera, vinculados a su inserción internacional. Una lectura atenta de los temas planteados en la ponencia de Hobsbawm puede, a pesar de su distancia temporal y geográfica, ayudarnos a complementar este análisis aportando elementos que nos interroguen sobre las condiciones actuales de nuestro modelo de desarrollo, y sobre el destino y rol de nuestro país en el contexto latinoamericano y mundial.
Distinguimos en la ponencia de Hobsbawm tres grandes núcleos temáticos que, a pesar de encontrarse claramente diferenciados, guardan un estrecho vínculo entre sí. En efecto, y como señala el historiador: «ha venido a decir tres cosas».
El primer tema nos introduce en la situación que atraviesan los países de Europa central y del este. Esta región, caracterizada por estar a lo largo de la historia en permanente estado de transición o de cambio, se conforma por países «que aún hoy siguen en búsqueda de modelos de desarrollo externos que les permitan salir adelante».
Para Hobsbawm este fenómeno estaría en estrecha relación con un desencanto de estos pueblos con su pasado (y con su presente), lo que lo lleva a afirmar que los habitantes de dicha zona son «ciudadanos de países de status incierto». A lo largo de los últimos dos siglos, dichos países han sido además conquistados, ocupados y liberados en reiteradas ocasiones, cambiando consecuentemente sus límites territoriales.
La falta de «certezas» derivaría de este factor, pero también del problema más general de una identificación colectiva como países atrasados, en relación a una Europa occidental desarrollada y próspera. El relativo retraso económico otorgaría a esta zona de Europa características propias: estamos ante países que nunca se han sentido identificados con su ubicación en ese centro y este europeo, y que han buscado de forma permanente modelos en el exterior de «lo avanzado y lo moderno».
Se suman finalmente otros aspectos como el de la inestabilidad política que sigue a la caída del socialismo real, explicado en parte por «la indiferencia y hostilidad de los ciudadanos comunes», y por el hecho de que «los regímenes habían perdido fe en lo que pretendían estar haciendo».
El segundo tema de la conferencia refiere al rol del historiador en nuestra sociedad. En estrecha relación con el punto anterior, y admitiendo que «el pasado legitimiza», uno de los mayores riesgos que se corre en los países del este y centro europeo sería a su juicio la manipulación e invención de ese pasado. El historiador adquiere así una doble responsabilidad sobre los hechos históricos en general y, en tanto que actor político, como denunciante de los abusos ideológicos que se cometan con su disciplina.
Hobsbawm menciona finalmente la importancia del «mito» en la conformación de la identidad de los pueblos, exhortando al historiador a mantenerse lo más alejado posible de las pasiones que desatan las políticas de identidades. Se dirige así al mundo académico, subrayando la importancia del universitario como actor central en nuestra sociedad, y reclamando no olvidar a esas «mayorías silenciosas y desfavorecidas» que son las que en definitiva más necesitan de su trabajo y compromiso.
Perspectiva histórica, modelos de crecimiento, compromiso social, participación ciudadana, y planificación con visión nacional: podríamos a partir de esos ejes ubicar algunos elementos que nos permitan orientarnos en la búsqueda de nuestro propio sendero al desarrollo, 200 años después de conquistada nuestra independencia:
«El camino es largo y lleno de dificultades. A veces, por extraviar la ruta, hay que retroceder; otras, por caminar demasiado aprisa, nos separamos de las masas; en ocasiones por hacerlo lentamente, sentimos el aliento cercano de los que nos pisan los talones. En nuestra ambición de revolucionarios, tratamos de caminar tan aprisa como sea posible, abriendo caminos, pero sabemos que tenemos que nutrirnos de la masa y que ésta solo podrá avanzar más rápido si la alentamos con nuestro ejemplo» (Carta del Che Guevara a Carlos Quijano, 1965).
¿Cuál es entonces la visión que nos sostiene en ese camino? ¿Qué rol estamos llamados a jugar en el nuevo orden económico internacional? ¿Qué consecuencias tendrá sobre nuestra sociedad la presencia ante nuestras puertas de nuevas potencias que nos sitúen, en algunas dimensiones, aún más lejos de los modelos de desarrollo a imitar?
Estas preguntas nos interpelan en definitiva sobre la necesidad de anclar nuestros objetivos de desarrollo en nuestra propia historia, y sobre el rol que juegan en la definición de esa perspectiva histórica las ideologías que sustentan nuestra acción.
Podrá existir una «nueva derecha», pero solo hay una «izquierda» desde la que tomamos la bandera nacional y popular que nos impulsa a la creación del hombre nuevo, al desarrollo de nuestra técnica, y a actuar con convicción.
Convicción en que la visión de país se construye entre todos, y que los desafíos a futuro deberán ser abordados mediante la planificación de una estrategia de desarrollo nacional que articule y explicite nuestro rol en ese nuevo mundo.
Convicción en que nuestra inserción internacional periférica en el marco de la división internacional del trabajo no es un destino manifiesto, y que una activa política industrial que transforme la matriz productiva será una herramienta indispensable para la construcción de un país cada vez más soberano, y de una sociedad cada vez más justa.
Convicción finalmente en que nuestro proyecto político no es mera circunstancia, y que se encuentra hoy más vigente que nunca.
Publicado en Montevideo.com
Por: Sebastián Torres