El legado de Miguel Enríquez y del MIR de Chile

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El 5 de octubre próximo se conmemoran 40 años de la muerte en combate de Miguel Enríquez, Secretario General del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) de Chile. Diversos actores de organizaciones populares y colectivos anticapitalistas, incluidos ex militantes de la organización se aprestan a rendir un homenaje a Miguel y a todos los caídos en la lucha de Resistencia antidictatorial.
 
Será un homenaje a la memoria de hombres y mujeres que asumió los desafíos que el devenir histórico de las luchas populares les impuso y que encarnaron en sus vidas de militantes y combatientes las experiencias individuales y colectivas, los conocimientos y aprendizajes teóricos y prácticos, los saberes populares y las voluntades construidas y acumuladas por el pueblo chileno, en una larga historia de confrontaciones sociales y políticas, a veces violentas, en contra del Estado burgués, las oligarquías criollas y sus aliados del Norte imperial.

Un homenaje merecido en momentos en que en Nuestra América, sus pueblos exploran inéditos caminos y nuevos desafíos en la lucha por una sociedad sustentada en la justicia social. Tiempos en que la idea socialista retorna a los debates en búsqueda de una resignificación en el Siglo XXI.
 
 Hablar de  Miguel Enríquez, es  también referirse al MIR,  pues el dirigente que despuntaba ya como jefe de Revolución, es expresión de esa generación integrada por tradiciones revolucionarias, que con matices y énfasis diferentes, que aportaron al nacimiento, al desarrollo y al papel que el MIR jugó en la historia del movimiento revolucionario en nuestros países. El gran mérito de Miguel consistió precisamente en su extraordinaria capacidad de síntesis y de creatividad, lo cual permitió hacer confluir esos aportes parciales de manera integradora en la estrategia, la construcción orgánica y la flexibilidad en el recurso a todas las formas de lucha que le dieron su perfil original al MIR chileno.
 
Miguel Enríquez ya no pertenece sólo al MIR, ni siquiera a Chile. Pertenece a esa familia continental que también integran Luis Emilio Recabarren, José Carlos Mariátegui, Julio Antonio Mella, Farabundo Martí, Ernesto Che Guevara, Fidel Castro, Carlos Fonseca, Roque Dalton, Raúl Sendic, Camilo Torres y tantos hombres y mujeres del campo popular latinoamericano. El aporte teórico y práctico de todos, incluidos los de Miguel, se constituyen en referentes a la hora de reflexionar en torno a la política y la organización populares tras la emancipación definitiva de los pueblos en nuestro continente.
 
Las nuevas generaciones podrán quizás distinguir a Miguel como la imagen simbólica y heroica del joven resistente, armado y rebelde que murió combatiendo, asociándola a la conocida consigna del MIR de “¡Pueblo, conciencia y fusil!”. Los pueblos construyen su memoria mediante símbolos que condensan la esencia de lo que importa rescatar de la historia para mantener vivas las interrogantes fundamentales y necesarias para abordar nuevos y posibles caminos de liberación.
 
Pero tan importante como recordar los símbolos es conocer y comprender cómo éstos nacieron, cómo se forjaron las voluntades, pensamientos y acciones que les dieron vida. Miguel, mucho más allá del ícono, no puede ser entendido sino como  encarnación de una generación de creadores de una historia revolucionaria en el seno del pueblo chileno que es necesario rescatar.
 
Cabe, por lo tanto, hablar de su contribución original y creativa a la formulación de estrategia, a la construcción de fuerza social y militante, y a la ejecución de líneas de acción revolucionarias consecuentes con  las condiciones históricas de los años 60 y 70.  Un contexto marcado por la existencia de una fuerza de contención a la expansión planetaria del capitalismo imperialista, el llamado campo socialista de entonces,  y por un largo periodo de avances de las luchas anti coloniales en la periferia subdesarrollada, mientras en diversos países de América Latina emergían fuerzas revolucionarias que enarbolaban las banderas del socialismo y la lucha armada, como era el caso de, Venezuela, Colombia, Uruguay y Argentina, entre otros países. Estaba presente el ejemplo fresco de la Revolución Cubana y de la gesta del Che y la valerosa lucha del pueblo vietnamita.
 
En Chile, el largo proceso de acumulación de fuerzas políticas y sociales que culminó con la victoria electoral de la Unidad Popular puso a los trabajadores y a los pobres del campo y la ciudad a las puertas de un proceso de avances hacia nuevas conquistas que sobrepasaban el estrecho marco que permitían las instituciones estatales. El MIR evaluó que el impulso alcanzado por las fuerzas populares chilenas no podía detenerse allí,  y ello apuntaba a un inevitable choque frontal con la burguesía y el imperialismo, como se verificó progresivamente  a lo largo de los mil días de la “vía chilena al socialismo”. Se asistía a   un periodo prerrevolucionario concluyó el MIR en la época.
 
Miguel asumió la Secretaría General del MIR en 1967, a dos años de su fundación. Al nacer, el MIR hizo un diagnóstico crítico de la Izquierda chilena donde se señalaron tres grandes problemas que la afectaban: programa y estrategia, métodos de lucha y construcción del Partido Revolucionario. Miguel y su colectivo dirigente fueron los artífices de la transformación del pequeño núcleo ideológico inicial en la incipiente organización de carácter revolucionaria, inspirada en Marx, Lenin y otras vertientes del pensamiento revolucionario, que al crecer de manera sustantiva comenzó a actuar como el MIR que conocemos.
 
Guiado por una estrategia político militar que consideraba el elemento militar como integrante de la lucha política de clases tras el objetivo de la conquista del poder político, el MIR irrumpió en la escena política nacional desde abajo y desde la acción rupturista con la legalidad burguesa, desde y con sectores crecientes  del propio movimiento popular.
 
Durante el gobierno de la Unidad Popular, encabezado por el Presidente Allende, el MIR despliega una política creadora, con enorme flexibilidad táctica, apoyando, de manera independiente toda iniciativa a favor de ampliar la participación de los sectores populares, impulsando simultáneamente una política de unidad de los sectores revolucionarios tras un programa propio del pueblo en aras de constituir el poder popular para asumir los desafíos que los embates contrarrevolucionarios imponían a la lucha popular.
 
Como aporte “poco ortodoxo”, a la vez en lo teórico y práctico, el impulso de esta aguzada capacidad analítica por parte de Miguel –basada en una aplicación renovada y anti dogmática del materialismo dialéctico- permitió mostrar que la acumulación de fuerza social revolucionaria es un proceso mucho más complejo que el simple desarrollo del movimiento de masas, el cual requiere a su vez de un análisis más complejo, no sólo de las clases, sino también de la cambiante representación política de éstas.
 
Cabe entonces hacer resaltar que Miguel advirtió que los protagonistas políticos no “representan” sino expresan fuerzas sociales cuya caracterización no puede realizarse de antemano según categorías rígidas sino que se va obteniendo de manera gradual a través del examen pormenorizado de sus expresiones en el terreno de la lucha de clases.
 
Esto le permitió al MIR proponer y poner en obra un camino de construcción de Poder Popular que fuera expresión de participación popular efectivamente democrática para la superación de los límites impuestos por la institucionalidad. Si bien es cierto que esto sólo se puede lograr más acabadamente en los periodos revolucionarios, la construcción de Poder Popular se constituye en una idea organizativa a rescatar en todas las etapas de una verdadera lucha por la justicia y por la construcción de una sociedad que supere el capitalismo.
 
No vamos a abundar aquí sobre otros aportes teórico-prácticos originales de Miguel Enríquez al pensamiento revolucionario latinoamericano que han sido señalados en una ya abundante literatura disponible en las redes sociales. Queremos solamente llamar la atención de las generaciones actuales hacia la necesidad de abordar el estudio de su obra y acción revolucionarias para extraer de allí las lecciones que estimen adecuadas para replantear un verdadero proyecto revolucionario, aún ausente en el Chile de hoy.
 
La historia del MIR que entre 1973 y 1986 se enfrentó a la dictadura, con sus aciertos y errores,  no ha sido aún escrita del todo. Existen libros y circulan relatos, análisis y balances dispersos, muchas veces contradictorios o marcadamente subjetivos que suscitan poco consenso entre los militantes sobrevivientes que fueron sus actores directos. Lo que si hay que reconocer es que, pese a la síntesis creativa que Miguel y la dirección colectiva, pudieron hacer de los diversos matices y énfasis de más de una tradición revolucionaria al interior del MIR, hasta avanzadas etapas del periodo dictatorial, esta capacidad de convergencia se fue perdiendo como resultado de los elevados costos en vidas y la consecuente pérdida de capacidad política-orgánica-militar que sufrió bajo la represión de la dictadura cívico-militar encabezada por Pinochet.
 
Lo que sigue es historia conocida. Las grandes protestas nacionales antidictatoriales encuentran al MIR disminuido en su capacidad orgánica, prácticamente fracturado en sus vertientes históricas, incapaces de recomponer una síntesis ni de converger en una táctica correctamente vertebrada con su estrategia inicial. Esto significó su desaparición como fuerza política orgánica real. Por sí mismo, este es un grave y singular fenómeno histórico que hay que comprender en su integralidad, pero desde adentro del pensamiento y de la voluntad que le dio origen al MIR, y no desde la perspectiva de sus abundantes comentadores externos.
 
En ese tiempo, dificultades similares afectaron también a las fuerzas revolucionarias que desde 1973 habían conformado la Junta de Coordinación Revolucionaria del Cono Sur (JCR: integrada por el PRT- ERP de Argentina, el Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros de Uruguay, el Ejército de Liberación Nacional (ELN) de Bolivia y el MIR de Chile). Esta instancia fue desarticulada por la represión salvaje de las dictaduras de la región en 1976 y la Coordinación, que fue considerada por Miguel como una condición necesaria para crear una correlación internacional de fuerzas que permitiera resistir más eficazmente y derrocar a las dictaduras en cada país, no alcanzó a surtir efecto. Su objetivo concreto se frustró, pero se debe destacar que la JCR fue planteada también como el  elemento unificador de las luchas políticas populares latinoamericanas en su tiempo, lo que podría considerarse hoy como la antesala histórica y ejemplo de la necesaria unidad de los pueblos latinoamericanos en  sus luchas por su emancipación.
 
Es necesario hablar de las diferencias y similitudes más marcadas entre la década de los años 60-70 y la época actual, pues de esa comparación pueden surgir las preguntas pertinentes que hoy se le pueden formular al pensamiento revolucionario de ayer.
 
Entre las similitudes resaltan: a) la hegemonía del capitalismo imperial en la región; b) la persistencia del carácter dependiente y subordinado de la economía chilena; c) la dominación interna de las oligarquías locales; d) el reformismo de las élites de izquierda se halla aliado a una fracción de la clase dominante para administrar el Estado.
 
Las diferencias residen en las formas y en la intensidad en que se manifiestan estas similitudes que caracterizan una nueva época que llama a crear nuevas estrategias de  emancipación popular. De aquí surgen múltiples interrogantes que no hayan aún respuestas satisfactorias en las experiencias del pasado, lo que lleva a los jóvenes luchadores actuales a considerar de que “hay que pensar todo de nuevo”,  a partir del estudio de lo concreto del presente.

Las diferencias de forma e intensidad en la dominación  se pueden resumir esquemáticamente, a la vez en lo global y lo local, en los siguientes aspectos esenciales:
a) la unificación del capitalismo en un solo modelo de apropiación de plusvalía a la escala planetaria, llamado del neoliberalismo financiarizado, que ha podido expandirse sin contrapesos ni contención alguna desde el derrumbe del otrora campo socialista y que cubre ya a más del 90% del planeta;
 
 b) este sistema de expoliación planetaria funciona coma un gigantesco aspirador de riquezas y ganancias que se van de los países dependientes periféricos a los centros oligopólicos mundiales –con un desvío menor hacia los bolsillos de los oligarcas criollos, no para ser invertidas localmente, sino para participar en la especulación financiera multinacional– en beneficio de menos de un 1% de la humanidad;
 
c) este flujo de riquezas en sentido único tiene, como contrapartida, un sumidero de desperdicios, donde va a parar la calidad de vida del inmenso 99% de humanidad restante que vive de su fuerza de trabajo, aunque la mayoría no lo perciba aún muy claramente debido a la alienación que el mismo modelo produce;
 
d) este modelo impone un modo de vida cada vez más uniforme en todo el planeta, constituido de comportamientos que inyectan una ideología que trastoca los valores de solidaridad de los pueblos, destruye el tejido social, genera comportamientos individualistas que conducen a un consumismo desenfrenado –posible sólo por endeudamiento universal– y hace creer a quienes viven de su fuerza de trabajo, que les conviene convertirse en “emprendedores” individuales compitiendo en el mercado, transformándolos así en precarios vendedores de servicio, no asalariados, desvinculados orgánicamente de su clase social y desprovistos de fuerzas de negociación colectiva;
 
e) el consumismo y el endeudamiento de grandes masas humanas alimenta aún más la financiarización –proceso que privilegia la reproducción del capital mediante inversión especulativa en los mercados financieros, por sobre la inversión en la economía industrial y agrícola tradicionales– lo cual conduce a repetidas y cada vez más amplias crisis financieras globales (como las de 2008);
 
f) el modelo neoliberal financiarizado mundial conlleva la depredación ilimitada de los recursos naturales a escala planetaria hasta el punto de conducir a la disminución drástica de las propias bases materiales necesarias para su reproducción ampliada, en un horizonte de apenas 15 años, pues para mantener en equilibrio la economía capitalista mundializada a su ritmo de crecimiento actual, ésta generará necesidades materiales imposibles de obtener en 2030, cuando se necesitarán 2 planetas Tierra para satisfacer las demandas de energía, materias primas y alimentos, y hayamos sobrepasado ya los 6.800 millones de habitantes previstos para finales de 2020.
 
g) Chile no escapa a la fuerza de succión de esta aspiradora planetaria y para ello las oligarquías locales han optimizado sus prácticas de dominación, imponiendo bajo dictadura e institucionalizando en 1980, un modelo cuya violencia económica seguirá afectando  progresivamente al pueblo de manera cada vez más desastrosa, pues por ser una economía dependiente y ligada estrechamente al círculo de ese 1%, sufrirá inevitablemente los embates de las turbulencias sistémicas que se avecinan.
 
Estos aspectos que caracterizan diferenciadamente por su forma e intensidad, aunque no por su esencia, al Chile de hoy del de los años 70, no se expresan en debates políticos en el seno de las élites de izquierda, ocupados como están en administrar un modelo que pretenden reformar con simples medidas cosméticas.
 
En Chile se oculta deliberadamente que el modelo está intrínsecamente maniatado a las crisis sistémicas del capitalismo mundial. Se oculta o se minimiza el impacto que estas crisis –que ya tienen de rodillas, social y económicamente, incluso a vastas regiones capitalistas centrales, como Europa, por ejemplo– tendrán inevitablemente en los países capitalistas dependientes periféricos, como el nuestro. Se hace creer que la viabilidad del modelo depende exclusivamente de la aplicación doctrinaria dogmática de los preceptos del neoliberalismo, consecuente con sus postulados “teóricos” sobre la “auto-regulación virtuosa” de los mercados. Hasta los mismos reformistas de izquierda sueñan y apuestan al crecimiento de la economía chilena bajo este modelo para “distribuir” migajas que calmen las reivindicaciones populares. Entretanto, los oligarcas se aprestan a tratar de poner a salvo sus fortunas ligándose aún más estrechamente al 1%.
 
Pese a todo, en Chile ya aparecen indicios internos del agotamiento del modelo neoliberal. La presión por cambios viene de abajo, en un rechazo creciente de los movimientos sociales que se activan por reivindicaciones que ponen en jaque sus premisas ideológicas. Pero preocupa que todavía no se genere en Chile una conciencia más  aguda de los factores externos que vendrán a hacerlo tambalear aún más.
 
En Chile se mira como desde una isla protegida las guerras en curso en Irak y Oriente medio y las guerras económicas que se desatan ya entre oligopolios occidentales, rusos y chinos por la ganar hegemonía en el acceso a los hidrocarburos, materias primas y control global sobre la producción alimenticia. Estas son las primeras manifestaciones de una guerra económica mundial que ya ha comenzado y cuyas consecuencias se dejarán sentir pronto en los países periféricos. Esto incluye a Latinoamérica en lo económico, sin descontar la posibilidad de que EEUU decida intentar afianzar aún más su dominación económico-militar sobre lo que siempre ha considerado como su “patio trasero”.
 
Es por esto que hay urgencia en luchar más eficazmente tras modelos alternativos de justicia social y empoderamiento de los pueblos en nuestros países. El tiempo es corto y los mecanismos de avance de los pueblos son lentos. Ya se están pensando nuevas estrategias para impulsar otra salida, proponer otro tipo de equilibrio que suceda a las turbulencias que comience a generar el neoliberalismo antes de su colapso. Estas ideas se están gestando en diversos países del centro y la periferia, como es la visión llamada del “ecosocialismo”, por ejemplo. Lo que está en juego no es sólo la cuestión de conquistar el poder por el pueblo en un pequeño país como Chile, sino la de articularla con la dinámica liberadora ya en marcha en la región latinoamericana.
 
Una gran interrogante queda planteada a las nuevas generaciones de luchadores sociales y militantes revolucionarios chilenos. “Pensarlo todo de nuevo” no significa partir de cero sino reordenar los conocimientos y la experiencia adquirida por las viejas generaciones para contrastarlas con el conocimiento concreto de la realidad actual. Para ello se requiere rescatar las metodologías de análisis, las bases teóricas que ofrece el marxismo y sus evoluciones contemporáneas, las experiencias concretas de lucha incluyendo los errores y aciertos, analizando las derrotas y los triunfos parciales acaecidos en nuestra historia reciente. Esto es tanto más necesario cuanto que se carece de balances “oficiales” de las organizaciones que, como el MIR, se enfrentaron directamente a la dictadura.
 
A los 28 años de su dispersión, es quizá ya tiempo de que los viejos militantes del MIR hagan esfuerzos de contribución para trasmitir ordenadamente un legado político que contenga al menos un cuerpo consensuado de conclusiones, con reconocimientos explícitos de las discrepancias más marcadas, así como con aportes de experiencia y conocimientos prácticos adquiridos en la lucha. Es una historia que, para tener autoridad, debe ser contada por los actores mismos que la vivieron. Esto no se ha dado y muchos piensan que la tarea de reunir a viejos militantes para sistematizar experiencia sería hoy una tarea titánica, casi imposible, utilizando las habituales prácticas de discusión.
 
Sin embargo, es dable prever que, recurriendo a nuevas técnicas de colaboración creativa en una red social específicamente orientada, se pueda suscitar suficiente adhesión a un proyecto de ordenamiento creativo y consensuado como para abordar esta noble y digna tarea en honor a los caídos. Pensamos que esto debería hacerse cotidianamente, no cada diez años de homenaje, al abrigo de cualquier pretensión de instrumentalización política dentro de la institucionalidad del Chile actual: el espacio natural para este empeño se sitúa en el seno de los movimientos sociales en lucha, y no en academias, fundaciones, ni “think-tanks” de las élites. Sería una manera de salir por arriba de la crisis del pensamiento mirista, ampliando las miras de un debate imprescindible para los jóvenes de hoy.
 
Ante la ausencia de balances “oficiales” las nuevas generaciones de luchadores podrán disponer así, en un mínimo ordenamiento de los aportes de los actores de su propia historia, por lo menos un cuerpo de conocimientos sistematizados cuyos elementos sirvan de apoyo a la enorme tarea que les incumbe desarrollar.
 
¿Qué cabida tendrán en este nuevo panorama los aportes revolucionarios de la época de los 70 y las estrategias y tácticas entonces implementadas con tantos y valiosos sacrificios humanos? Sólo las nuevas generaciones de luchadores sociales y políticos del Chile de hoy podrán determinarlo.
 
Por: Vicente Pérez. Ex militante con responsabilidades en el MIR hasta 1986. Ex prisionero político de la dictadura (1975-1976).

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