Las elecciones generales de Brasil serán decisivas para el futuro de nuestra integración regional y la sustentación de gobiernos antineoliberales en nuestro Continente. Con todos sus límites, los gobiernos de Lula y Dilma colocaron en el centro de la política externa las relaciones sur-sur, la integración latinoamericana, el multilateralismo y el apoyo activo a las iniciativas de reforma del sistema internacional.
Una victoria de una candidatura que revierta esa línea representa una amenaza peligrosa, ante el papel económico y político de Brasil.
No será una elección fácil para la continuidad del gobierno del PT. Diversos analistas ya preveen que la candidatura de Dilma Rousseff a la reelección enfrentaría dos nuevos polos de resistencia en el electorado. Primero, la llamada “clase media tradicional”. Al final, fueron los que menos ganaron en los últimos once años de gobierno petista. Este sector social despegó sus ganancias tanto de los más ricos – que elevaron sus ganancias a las alturas – cuanto de los más pobres, que también obtuvieron ganancias, aunque modestas, más suficientes para disminuir la distancia entre la clase media tradicional y la clase media baja. Esa pérdida relativa del poder adquisitivo de la clase media fue el elemento material que condujo a parte de ella a votar en la oposición a Lula y Dilma en las elecciones anteriores. Pero, en estas elecciones demuestran un rechazo y agresividad mucho más grande a las candidaturas del PT. El segundo polo de resistencia, tiene un corte etario, haciendo una intersección con los sectores medios, más, abarcando también, a la clase trabajadora que obtuvo conquistas en los últimos años. Es la juventud. Basta ver que el 40% de los que tienen entre 16 y 24 años evalúan al gobierno como regular y las encuestas indican que es un electorado que exige cambios en la política y en la economía, percibiendo a Dilma o al PT como una mera continuidad, incapaces de cambios.
Hasta recientemente, los análisis afirmaban que la reelección de Dilma estaba asegurada por la fragilidad de los candidatos de la oposición. Mismo con tales polos de resistencia, ninguno de los dos candidatos de la oposición conseguiría atraer suficientemente. El candidato Aécio Neves, del PSDB, heredero del proyecto neoliberal, sin ningún carisma, y Eduardo Campos del PSB, poco conocido y sin una máquina partidaria, no ofrecían una amenaza fuerte. Inclusive, varios arriesgaban prever que ni siquiera habría una segunda vuelta.
El escenario se alteró con la trágica muerte de Eduardo Campos. Inmediatamente la gran media percibió la posibilidad que se abrió y transformó el dolor y el cortejo fúnebre en una evidente proyección de la candidatura de Marina Silva. Es emblemática la tapa de la Revista Veja, portavoz de la derecha, potencializada en carteles por todo el país, con una foto y una pregunta: “¿Marina Silva, Presidenta? Las coberturas exageradas de la Red Globo y de las demás cadenas televisivas traen a la memoria la construcción del “fenómeno Collor de Mello” en 1989, en las primeras elecciones directas después de la dictadura.
Todavía es temprano para afirmar si tal comportamiento deja apenas asegurar una segunda vuelta o si realmente muestra una opción de los sectores conservadores por la candidatura de Marina, abandonando a Aécio Neves. Para la burguesía brasilera nunca faltó el pragmatismo.
A su vez, Marina percibe la oportunidad y lo señala para el mercado financiero. Alude la posibilidad de asegurar la autonomía del Banco Central, hace críticas de carácter ideológico de la política de relaciones exteriores de los gobiernos petistas y coloca como su portavoz en política económica a Neca Setúbal, nada menos que la heredera del Banco Itaú. Reafirma cada más sus compromisos con el cambio fluctuante, metas de inflación y fiscales, aumentando el discurso de Aécio del PSDB. Asimismo, manda un mensaje al agro negocio – sector empresarial que resiste su candidatura – prometiendo medidas que aumenten, además, su productividad y ganancias. Beneficiada por la fuerte exposición en los medios, Marina, rápidamente, no solo recuperó, sino que amplió sus electores históricos. Entre los más jóvenes ya está siete puntos encima de su media; entre los que tienen cursos universitarios, 9 puntos por encima; y entre los que tienen renta más alta, 8 puntos encima. Todo eso exaltado por los grandes medios de comunicación que van construyendo una idea de una “marea invencible”.
Es cada más claro que la candidatura de Dilma precisa apuntar a los cambios y enfrentar problemas estructurales de la sociedad brasilera. Los sectores de la clase trabajadora que ampliaron los puestos de empleo, rentas y consumo en los últimos años, exigen, crecientemente, mejores condiciones de salud, vivienda y transporte. No basta un discurso genérico de cambio. Sin eso será difícil conquistar la juventud de clase trabajadora y podrá perder, asimismo, parte de su base social.
Las manifestaciones de junio 2013 demostraron que la insatisfacción con el actual sistema político estaba presente en millares de pequeños carteles y fue constatada en innumerables encuestas de opinión. En aquel momento, la Presidenta Dilma lanzó una propuesta extremadamente osada, anunció un Plebiscito para la convocatoria de una Asamblea Constituyente Específica sobre el sistema político. La Constitución dice que solamente el Congreso Nacional puede convocar a Plebiscito. Fue atacada por todos lados y retrocedió en apenas 16 horas.
La cuestión es central. Independiente de quién gane las elecciones presidenciales, estudios del DIAP – Departamento Intersindical de Asesoría Parlamentaria, revelan que las elecciones parlamentarias para la Cámara de Diputados y el Senado Federal fortalecerán las bancadas patronales y de los representantes financiados por grandes grupos económicos.
Claro que la mayoría de los parlamentarios del Congreso Nacional, el único que puede convocar al plebiscito legal no tiene interés en cambiar las reglas actuales. La propuesta de Dilma fue rechazada con un estridente alarido de los grandes medios que la llamó “golpismo bolivariano”.
Antes de eso, los movimientos sociales se reunieron y decidieron que ya que ellos se niegan, convoquemos un Plebiscito Popular. Actualmente, 420 de los principales movimientos y organizaciones sociales preparan un Plebiscito Popular que será organizado en todo el país. Del 1º al 7 de setiembre, millares de militantes, voluntariamente, captarán votos en las fábricas, calles, plazas, Iglesias, sindicatos y escuelas, preguntando a la población si concuerda con la convocatoria de una Asamblea Constituyente, Exclusiva y Soberana del Sistema Político.
Se trata de una inmensa campaña pedagógica. Es la oportunidad de construir una amplia unidad entre las centrales sindicales, partidos, movimientos sociales y pastorales, pautando en la coyuntura nacional una propuesta política decisiva, que los grandes medios y los sectores conservadores juegan todas sus energías a ignorar.
Ya contamos con la experiencia de la Campaña contra el ALCA – Acuerdo de Libre Comercio de las Américas, cuando el Plebiscito Popular, con más de 10 millones de votos, tiene un papel decisivo para enterrar la propuesta estadounidense. Ahora, realizar un Plebiscito Popular sobre la Constituyente del Sistema Político, en vísperas de las elecciones generales, es un desafío aún mayor.
Es un año decisivo. El resultado de las elecciones brasileras tendrá un fuerte impacto internacional y nos coloca ante una encrucijada entre el retroceso y la necesidad de avanzar en cambios estructurales. Si Brasil retoma la política exterior de alineamiento automático con las posiciones defendidas por los Estados Unidos y la Comunidad Europea, enfrentaremos un escenario bastante difícil para los demás gobiernos progresistas del Continente, más allá del vaciamiento de las articulaciones como los BRICS (articulación entre Brasil, Rusia, India, China y África del Sur) que recientemente fundaran un banco de desarrollo y un fondo de reservas para hacer frente al Banco Mundial y al FMI, más allá de eso, asistiremos a un probable vaciamiento de mecanismos como la UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas), CELAC (Comunidad de Estados Latino Americanos) y el propio MERCOSUR.
Pero, aún con la victoria de Dilma, sin la construcción de la fuerza social de la clase trabajadora y sus aliados, tendremos un gobierno cada más rehén de las alianzas y de un Congreso Nacional cada vez más conservador. Un gobierno que, peligrosamente, se distancia de la juventud trabajadora.
En cualquier hipótesis, la construcción de una amplia campaña exigiendo la Constituyente tendrá un papel catalizador para construir una solución política al actual impasse histórico, posibilitando enfrentar la cuestión central y decisiva del poder político.
Por: Ricardo Gebrim. Abogado, Consulta Popular.