El último trimestre del 2014 será decisivo para América latina. Los pueblos de tres países de la región acudirán a las urnas para elegir, entre otros representantes populares, a sus Presidentes.
Bolivia, Brasil y Uruguay captarán la atención de las poblaciones y los gobiernos de los países no sólo de Latinoamérica sino del mundo; pues lo que está en juego no es, únicamente, la correlación de fuerzas internas a cada uno de esos países, sino proyecto de integración que pretende dar a los países de la región una voz en el sistema mundo.
Escenarios electorales
De los tres procesos electorales, el boliviano es el que despierta menos incertidumbre, a unos días de la convocatoria a las urnas. Evo Morales y su dupla, Álvaro García Linera, obtendrán una cómoda victoria. Para quienes no desconocemos el peso de la Colonia en la formación de los países latinoamericanos y su atraso, el anticipar que el pueblo boliviano llevará a la Presidencia a un sindicalista indígena, en una fecha que algunos todavía conmemoran como el “Día de la Raza”, no deja de ser profundamente conmovedor. La fortaleza de un modelo económico que ha favorecido la inversión pública y se ha traducido en una disminución drástica de los niveles de pobreza y desigualdad, la solidez de un movimiento popular que ha acompañado a sus gobernantes: son elementos que desarman cualquier propuesta “alternativa” de la derecha boliviana, dividida y desarticulada.
Más hacia el sur, la situación se revela más compleja. En Uruguay, el candidato del Frente Amplio, Tabaré Vázquez, y en Brasil, la candidata del Partido de los Trabajadores, Dilma Rousseff, deben hacer frente a candidatos surgidos en menor o mayor grado, sorpresivamente. Lo que fue un trágico accidente de avión que acabó con la vida del ex candidato a la Presidencia brasileña, Eduardo Campos, abrió la puerta a la que más tarde se convirtió en una seria contrincante de la continuadora de la política de Lula: Marina Silva. Por el contrario, las elecciones internas al Partido Nacional uruguayo dieron el inesperado triunfo a un joven candidato, Luis Lacalle Pou, convirtiéndose en el principal obstáculo al retorno al poder de Tabaré, primer Presidente de izquierdas en la historia democrática de Uruguay. La esperanza que poblaciones enteras y gobiernos hemos depositado en la victoria de los candidatos progresistas en estos ambos países no parece vana, sin embargo.
Y es que, para quienes tenemos presente la memoria de lo que fue el continente, antes de la llegada al poder de los gobiernos progresistas; para quienes no renunciamos a encaminarnos hacia la consolidación de una América Latina unida porque sabemos que la integración no es una cáscara vacía sino una herramienta, quizá la más contundente, para potenciar el desarrollo de los pueblos; para nosotros, la continuación de los procesos progresistas, socorre nuestra esperanza, a veces, mermada, por el retorno de quienes pisotean el interés general con el discurso del elogio a la libertad: la libertad individual, la libre prensa y la libre empresa, el libre mercado.
La nueva derecha continental y el proyecto latinoamericano
Si el cambio de siglo significó la llegada al poder de gobiernos progresistas en la región latinoamericana; también significó, primero, un agazapamiento y, posteriormente, una rearticulación de la derecha a nivel continental. En algunos países, logró conservar el poder; en otros, francamente en derrota, acumuló fuerzas para resurgir, modificando sus estrategias y mudando de piel.
¿Qué comparten Marina Silva y Luis Lacalle Pou? Más allá de la “irrupción” de sus candidaturas en los mapas políticos de sus respectivos países, ambos personifican los reclamos de ciertos sectores que no fueron consentidos por los gobiernos del Partido de los Trabajadores brasileño (PT) y el Frente Amplio. A estos sectores se suman fragmentos de la sociedad cuya memoria no alcanza para revivir las pésimas condiciones en las que se encontraban sus países antes de la llegada de los procesos de izquierdas a los gobiernos.
Los orígenes sociales de Silva y su condición étnica así como su condición de género, su militancia “ecologista” y su antigua cercanía con el PT no han sido, ninguno de ellos, factores que hayan dificultado su adhesión al proyecto neoliberal. Los mercados prefieren a Marina o, como afirma un observador del Instituto de Brasil en el Wilson International Center for Scholars: “Cada vez que Silva sube en las encuestas, sube el mercado de valores de Brasil”. De igual manera, Lacalle Pou ha disfrazado el rechazo a la injerencia estatal en el ámbito económico bajo una vestidura “joven y espontánea”, bajo la cual buscará mejorar las relaciones del gobierno con los grandes empresarios.
Y, mientras para Dilma Rousseff, “acabar con el Mercosur [sería] darse un tiro en los pies”, Marina Silva ha ofrecido disminuir la presencia de Brasil en el Mercosur. Esta apuesta de la candidata verde-socialista, no sólo marca una distancia respecto de los acuerdos e instituciones desarrolladas y creadas en los últimos años a nivel latinoamericano (UNASUR, CELAC), sino también de los acercamientos Sur-Sur. Significa, tal vez, revivir el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos que Lula bloqueó a su llegada al poder.
En Uruguay, mientras el programa del Frente Amplio menciona como vectores principales a UNASUR y MERCOSUR, Lacalle Pou ha hablado ya de la necesidad de una profundización de los vínculos con la Alianza del Pacífico, la respuesta norteamericana a los procesos de integración después del fracaso del ALCA .
En suma, las victorias de Silva en Brasil y de Lacalle Pou en Uruguay implicarían un serio cuestionamiento de la construcción latinoamericana que, con tanto esfuerzo, los gobiernos progresistas de la región han impulsado. Significaría otorgar una importancia menor al Banco del Sur, al Consejo Sudamericano de Defensa, a la UNASUR, a la CELAC. Significaría dejar en suspenso la iniciativa de construcción de una nueva arquitectura financiera para la región. Significaría abandonar al acercamiento con los BRICS y renunciar, tal vez, al Fondo de Reservas que prevé socorrer a los países de la región que se encuentren con problemas de divisas. Estos no son más que unos ejemplos concretos de cómo la construcción latinoamericana se vería comprometida si, sobre todo, el gigante latinoamericano experimentara un cambio de gobierno.
Perspectivas
Así, las elecciones brasileñas, bolivianas y uruguayas son elecciones que sentimos como nuestras. Sabemos la importancia de su definición. Los procesos electorales de la región tienen implicaciones directas en la geopolítica regional y mundial y ésta, a su vez, no es en lo más mínimo ajena al porvenir de los pueblos latinoamericanos.
Las sociedades han cambiado, indudablemente. Ciertos problemas que encontraron los gobiernos de izquierdas de la región al llegar al poder están muy bien encaminados hacia su resolución. La nueva derecha continental tiene la responsabilidad de reconocer, por lo menos, los avances sociales orquestados por los gobiernos progresistas de la región. Nuevas demandas y nuevas preocupaciones han surgido. Retomando las palabras de Tabaré Vázquez: “Cambió el mundo, la región, el país. Uno de los grandes desafíos del sistema político es interpretar esos cambios, diagnosticarlos, asumirlos y adaptar la acción política a la realidad. Con el corazón en la utopía, pero con los pies en la tierra.” Coincidimos con Tabaré Vázquez en esta afirmación. La continuidad de los proyectos de las izquierdas: sí; pero, también la adaptación de estos gobiernos a la cambiante realidad de nuestros pueblos. Pues también para ello fuimos elegidos.
Por: Gabriela Rivadeneira Burbano
Presidenta de la Asamblea Nacional del Ecuador
Septiembre 2014