Sí, votaré al Frente

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Mate Amargo me invita a explicar mi voto del 26 de octubre próximo. Lo hago con gusto y ánimo constructivo.

Desde la fundación del Frente Amplio (FA) soy votante de esta coalición. Durante largo tiempo, en cada elección tuve que viajar desde Barcelona a Montevideo para poder cumplir no solo con la obligación constitucional de hacerlo sino para sentirme parte activa de un pueblo que aspira a un profundo cambio en muchos aspectos de la vida nacional.

Y aquí arranco con una de las razones de mi voto de ahora. Viven en el extranjero millares de uruguayos como resultado de la diáspora a que obligó la dictadura o de las penurias económicas que durante los años de crisis afectaron a las familias uruguayas. El FA ha hecho propuestas en el Parlamento para habilitar el voto consular de nuestros compatriotas en el extranjero. Sin éxito, pues los demás partidos no aportan los votos necesarios. Saben que la mayoría de quienes viven fuera del país son frentistas. Para que esta inicua situación sea pronto superada, votaré al FA.

Ahora, desde 2010, radico en Montevideo. No estoy afiliado a ningún partido político. Me considero un frentista independiente y desde esta posición he colaborado y seguiré haciéndolo con el FA. Sigo con interés la vida política nacional, con estima y respeto por el tremendo esfuerzo que multitud de dirigentes, funcionarios, ciudadanas y ciudadanos vienen realizando por cumplir los compromisos contraídos a favor del cambio que el país requiere. No se dirá que ellos constituyen una generación perdida (como hemos tenido tantas otras en el pasado) sino una generación que goza haciendo avanzar al país y soporta, a veces con sufrimiento, la crítica no siempre justificada, la calumnia, la indiferencia, la leguleyería capciosa, la ingratitud.

Nada de esto es nuevo para mí. Con más de noventa años encima, lo he visto repetidas veces en América Latina. Los pueblos, cansados de esperar el fin de la explotación, se levantan sea pacíficamente, sea apelando a la rebeldía violenta, y echan los cimientos de nuevas sociedades, imponiendo modelos portadores de justicia social y, desgraciadamente muchas veces, cayendo pronto de nuevo en la subordinación al poder extranjero o a las oligarquías nacionales, siempre sobrevivientes. Son movimientos históricos pendulares, que solo aportan mayor justicia y bienestar cuando las masas se organizan, se politizan, avanzan lo más posible, con altos niveles de conciencia, responsabilidad y autocrítica. No doy nombres de unos y otros países, todos los tenemos presentes.

He aprendido la condición efímera de muchos progresos, el costo que siempre tiene la implantación de la justicia, la imperiosa necesidad de acompañar con acciones la consigna apenas declarativa, cuando no resignada: “la lucha continúa”.

Mi conclusión es que gobernar para todos en la paz y la justicia es siempre difícil y que el FA constituye desde hace cuarenta años la fuerza política que más ha hecho en nuestro país por plasmar en realidades ese objetivo. Tengo muy presente la larga lista de obras, leyes, normativas, cambios en que hemos participado durante estos diez últimos años. Tampoco es corta la relación de dificultades, errores y tropiezos con que nos hemos enfrentado, en parte por la maltrecha herencia que nos dejaron los gobiernos precedentes, en parte por la inexperiencia en el ejercicio del poder, nunca – escribo desde mi propia convicción – con la dolosa intención de medrar en beneficio personal o en perjuicio de la causa del pueblo. Mi balance general de los dos períodos gubernamentales a cargo del FA es, pues, francamente positivo.

Me parece una razón importante y suficiente para poner en la urna mis votos como frentista y, de paso, para negarme categóricamente a respaldar la propuesta de baja de la edad de imputabilidad de los menores. Es necesario que en los años próximos nos apliquemos a profundizar lo realizado y a aventurarnos en lo soñado. El camino para ello es votar al Frente.

Una última consideración: mi profesión es el magisterio. Votaré al FA, también, por ser maestro y esto requiere alguna explicación.

El quehacer educativo está asociado, en general, a la idea de cambio. No educamos a nuestra juventud para perpetuar el statuquo, con sus ingredientes de injusticia, dolor, desigualdad, desencanto. Por el contrario, la acción educadora (que hoy resulta en Uruguay obligatoria para todos desde los 4 a los 18 años de edad) ha de proponerse suscitar en los alumnos el deseo de conocer la realidad nacional e internacional, interpretarla y contribuir a transformarla. No educamos para formar una fuerza de trabajo que se incorpore a una sociedad que produce y consume en beneficio ajeno, sino para hacer de cada niño un ciudadano consciente y crítico, un participante lúcido y éticamente bien equipado, que participe en la tarea pendiente de suprimir todos los obstáculos que hoy todavía frenan la felicidad humana.

Es en las Bases Programáticas del FA que encuentro una visión humanista de la educación, la apertura hacia la continuación del grande y constante debate acerca de los cambios que es necesario introducir en la educación, rechazando la mercantilización, la privatización, la estandarización, la subordinación a fines puramente económicos de la labor educativa.

Votaré, pues, al Frente Amplio, como maestro, y extiendo una invitación a mis colegas a vivir la elección desde esta perspectiva filosófica, política y educacional y a sumarse a la gran mayoría de los trabajadores de la educación que votaremos al Frente Amplio.

Por: Miguel Soler Roca

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