Un lugar de México desconocido, que por una atrocidad difícil de magnificar sale a la luz y permanece latente. Se apunta al estado, se apunta al narcotráfico, se apunta a los medios masivos de comunicación…
El esloveno Slavoj Zizek en su obra “Sobre la Violencia. Seis reflexiones marginales” realiza una categorización de la misma explicando que existe una violencia de carácter objetivo (que a su vez se divide en simbólica en relación a los usos culturales del lenguaje y sistémica en relación a las consecuencias del sistema económico, social y político) y una de carácter subjetivo (la violencia visible, tangible, entre sujetos). Acerca de esta última plantea que “el horror sobrecogedor de los actos violentos y la empatía con las víctimas funcionan sin excepción como un señuelo que nos impide pensar”,y es vista además, como un tipo de violencia que irrumpe en un aparente estado de paz. La contundencia de los hechos que nos muestran, que eligen mostrarnos, tornan imposible el poder tomar distancia para poder discernir, estudiar, pensar, ver desde otro/s lado/s. Es así como las imágenes y los sucesos se nos presentan invitándonos a hacer algo ya, hoy, ahora.
Habilitarnos los espacios y tiempos de reflexión no parece ser una de nuestras mejores prácticas. Hace unos meses nos horrorizábamos con la situación de Palestina, hoy con Ayotzinapa…
Está claro que como militantes de izquierda, no podemos estar ajenos a esta realidad que nos da de bruces contra una de las crueldades que más rechazo ha generado por parte de las más diversas organizaciones sociales y políticas en este último tiempo y que ha puesto a miles en las calles a repudiando lo sucedido.
No es esto entonces una invitación a generar una coraza de frialdad ni mucho menos a ser indiferentes ante tamaña injusticia.
Son cuarenta y tres estudiantes que querían ser maestros rurales y ya no están. Dicen que en América Latina la pobreza tiene cara de niño y de mujer, también tiene cara de campesino. Elegir ser maestro en el medio rural en estos tiempos, es una proeza, un ejercicio de conciencia transformado en compromiso, un verdadero acto revolucionario. El proyecto de escuela normalista que sustentaban, ese al que el estado le recorta cada vez más el presupuesto, nos dice mucho. Ocurre que Ayotzinapa es México, pero también es Paraguay, Colombia, son los miles de muertos a causa del terrorismo de estado y el narcotráfico que no vemos, que no nos muestran,que no podemos ver, y que no queremos ver.
Poder pensar en la violencia sistémica, la que genera estas muertes y más, puede ser una opción para poder contextualizar los hechos e ir más allá. No caer en la simple declaración, en la indignación tan de moda en el activismo social europeo, en la inmediatez que la falsa moral que nos venden intenta imponer,puede llegar a generar mínimos marcos para la construcción de un discurso anti capitalista y anti imperialista de corte más ofensivo que por cierto, nos hace falta.
Los liderazgos de vanguardia que tuvimos en América Latina, como el de Chávez o el de Fidel, ya no están para señalarnos al verdugo, para denunciar de modo irreverente, para echar luz sobre aspectos desconocidos.
Es necesario pensar/construir un bloque ideológico que no agote su discurso solamente en la denuncia puntual,en la declaración o el acuerdo. Corremos constantemente el riesgo de la política de slogan y la sensibilidad superficial y pasajera.
Es claro que el trabajo que esto requiere no es una tarea sencilla, no es a corto plazo y requiere tiempos y voluntades políticas genuinas. Las circunstancias, de todos modos, nos obligan a estar a la altura.
Por: Fernanda Cousillas