Por: Andrés Peláez
Antes que nada es necesario establecer una distinción entre ética y moral, incurriendo así en la confusión de términos. Pues bien, por moral entendemos una forma específica del comportamiento humano, individual o colectivo, que se da realmente, o que se postula que debiera darse. Y por ética entendemos la atención reflexiva, teórica, a la moral en uno u otro plano (el fáctico o el ideal) que no son para ella excluyentes. Es decir: a la ética le interesa la moral, ya sea para entender, interpretar o explicar la moral histórica o social realmente existente, ya sea para postular y justificar una moral que, no dándose efectivamente, se considera que debiera darse.
Para lograr buenos resultados en la política y en la gestión pública se requiere contar con gobernantes y funcionarios que hayan interiorizado valores y posean una conducta íntegra pues son éstos servidores públicos quienes marcan las directrices y operan las instituciones.
Una deliberación exhaustiva en relación tanto a la manera de frenar actitudes antiéticas en el ámbito público como a la recuperación de la confianza del ciudadano conduce a la idea de que no es a través de controles externos a los individuos que realizan la función pública como se impide que éstos cometan actos ilícitos sino que es a través del desarrollo de la conciencia así como del establecimiento de principios internos en las personas como se podrá evitar la realización de actos contrarios a la ética. Pretender someter a los hombres por la fuerza del poder o de la ley con controles externos no es el mejor camino. “El derecho puede imponerse desde fuera, no así la moral.” “El conjunto de normas y controles no garantizan que el empleado público actúe de forma éticamente correcta. Sólo la fortaleza de las convicciones éticas del empleado puede cubrir el vacío que el contexto produce.”
Al ser las instituciones de carácter público, es importante contar con personal formado en ética, entendida ésta como la herramienta poderosa que forma la conciencia de los hombres y desarrolla plenamente su capacidad de juicio. La formación ética es vital en los individuos pues éstos tienen un carácter eminentemente activo en la marcha y desarrollo de los organismos. Precisamente, una de las causas que ha provocado la desconfianza en las instituciones públicas es la ausencia de principios y valores éticos, lo que da pie al incremento de vicios o actitudes antiéticas tales como la corrupción, el abuso de autoridad, el tráfico de influencias, etc.
La ética para los servidores públicos se refiere a situaciones de aplicación. El bien común, lejos de ser una abstracción, se materializa en cada acto realizado en las múltiples instancias de la Administración Pública. Es la suma de miles de decisiones diarias de los servidores que trabajan en las organizaciones públicas. Cada funcionario se encuentra diariamente con dilemas éticos que unas veces resuelve de manera rutinaria y otras como resultado de una profunda reflexión. Por eso es importante que los servidores públicos cuenten con un marco que les sirva de guía en sus decisiones.
Cuando los hombres públicos responden a una filosofía ética, se autocontrolan al ser responsables de su conducta, y de cada uno de sus actos. De esta manera, la ética es el mejor instrumento porque conlleva el autocontrol mediante el uso correcto de la razón a partir de la idea de servicio colectivo, elemento importante en los servidores públicos.
Cuando se habla de la Ética pública, no es que se trate de una ética especial para los asuntos de la administración pública, se refiere sencillamente a la ética aplicada y puesta en práctica en el ámbito público. La ética aplicada en los servidores públicos implica un cambio esencial en las actitudes de cada individuo, la cual se traduce en actos concretos orientados hacía el interés público.
Las personas que ocupen un cargo público lo hagan con honestidad como resultado de la razón, la conciencia, la responsabilidad y el sentido del deber. Una adopción verdadera de la ética exige un profundo cambio de mentalidad, que logre impedir pensamientos corruptos. Para Hans Kung, el fin de la ética en política es el de “rescatar la dignidad humana”. Al respecto escribió: “El hombre ha de ser más de lo que es: ha de ser más humano. La ética es acción llevando los valores a la práctica.”
La noción de bien común asume la realidad del bien personal y la realidad del proyecto social en la medida en que las dos realidades forman una unidad de convergencia: la comunidad. El bien común es el bien de la comunidad.
Dado que vivimos inmersos desde hace tiempo en una cultura basada en principios de independencia, individualidad y propiedad, se torna cada vez más difícil respetar y practicar principios y valores colectivos como la solidaridad, la cooperación, o la generosidad. Por el contrario, resurge “la ley de la selva” donde impera el más fuerte y “el hombre se convierte en un lobo para el hombre” como decía Hobbes.
El disfrute individual del dinero y los bienes materiales sin duda atrae mucho más que el goce colectivo de los mismos. Pensar en uno mismo y no en los otros es la característica del individuo moderno. Una sociedad sin recursos éticos genera una transformación en la conducta de sus miembros basada en antivalores.
Es importante dignificar a la política y rescatar su verdadero u original significado. La vida pública plantea exigencias de comportamiento ético porque implica conocer y entender el alma humana.
Es importante saber, si se quiere recuperar la confianza en las instituciones, cuales son las causas por las que ésta se ha perdido. En general, hay desconfianza porque se pierde la credibilidad. Cuando se miente, se promete y no se cumple, cuando existen necesidades que nunca son satisfechas el ciudadano deja de confiar. Ante las situaciones de incertidumbre, no bastan las reglas y las recetas miopes, las solas técnicas son insuficientes, es necesaria una ética pública que cuente con el atractivo suficiente como para motivar a actuar según un principio de justicia y de solidaridad universal. “La confianza entre las instituciones y las personas no se logra multiplicando los controles, sino reforzando los hábitos y las convicciones. Esta tarea es la que compete a una ética de la administración pública; la de generar convicciones, forjar hábitos, desde los valores y las metas que justifican su existencia.”
La Ética aplicada a la función pública implica servicio a la ciudadanía, es además un importante mecanismo de control de la arbitrariedad en el uso del poder público, un elemento clave para la creación y el mantenimiento de la confianza en la administración y sus instituciones al elevar la calidad de la administración pública mediante la conducta honesta, eficiente, objetiva e íntegra de los funcionarios en la gestión de los asuntos públicos. En tanto no se logre un cambio verdadero y profundo en el pensamiento no se podrá recuperar la confianza en el servicio público.
Una nueva ética
La crítica al capitalismo tiene un significado moral, aunque ciertamente no se reduzca a él, pues el capitalismo es criticable también por no satisfacer las necesidades vitales de la inmensa mayoría de la humanidad. En verdad, este sistema no ha logrado ofrecer los bienes materiales y sociales para vivir no ya la “vida buena” de que disfruta la minoría privilegiada, sino al menos en el marco de condiciones humanas dignas indispensables en lo que respecta a alimentación, vivienda, salud, seguridad o protección social.
El capitalismo debe ser criticado por la profunda desigualdad en el acceso a la riqueza social y las injusticias que derivan de ella; por la negación o limitación de las libertades individuales y colectivas o por su reducción a un plano retórico o formal; por su tratamiento de los hombres como simples medios o instrumentos. Todo lo cual entraña la asfixia o limitación de los valores morales correspondientes: la igualdad, la justicia, la libertad y la dignidad humana.
Hay en Marx una crítica moral del capitalismo que presupone los valores morales desde los cuales se hace, valores negados en el sistema social que se critica, y propios de la sociedad alternativa que propone para desplazarlo. Con lo cual estamos afirmando la presencia de la moral en el proyecto de una nueva sociedad que, libre de la enajenación y de la explotación del hombre por el hombre, asegura libertades individuales y colectivas efectivas de sus miembros: su igualdad social. La moral es un componente esencial de su proyecto de emancipación social y humana.
Para el marxismo la moral es objeto de reflexión de su ética en un sentido explicativo, o sea: como teoría de este comportamiento específico (individual y colectivo) que se da histórica y socialmente. La ética marxista, o de inspiración marxista, se distingue de las éticas individualistas, formales o especulativas que pretenden explicar la moral al margen de la historia y de la sociedad, o de los intereses de los grupos o clases sociales. Pero la moral no sólo entra en el marxismo como objeto a explicar, sino también en un sentido normativo como moral de una nueva sociedad, justificando su necesidad, deseabilidad y posibilidad, tras la crítica de la moral dominante bajo el capitalismo. Hay, pues, lugar en el marxismo tanto para una ética que trate de explicar la moral realmente existente, como para una ética normativa que postule una nueva moral, necesaria, deseable y posible cuando se den las bases económicas y sociales necesarias para construir la nueva sociedad en la que esa moral ha de prevalecer.
Si se concibe al marxismo como constituido por: crítica de lo existente, proyecto alternativo de emancipación, conocimiento de la realidad y vocación práctica, en su unidad indisoluble y articulados en torno a su eje central: la práctica transformadora (filosofía de la praxis); pues una vez más, como decía Marx, “de lo que se trata es de transformar al mundo”.