Por Sebastián Vázquez
Hace no tanto, en Colombia, se debatió una segunda vuelta entre Juan Manuel Santos y un candidato de Uribe. Dos candidatos de derecha: más neoliberal uno, más asociado al narcotráfico y al paramilitarismo el otro.
Sin dudas que ni a nosotros ni a toda la izquierda colombiana representa cualquiera de esos dos proyectos. Muy coherente con un discurso sería marcar la distancia ideológica y llamar a la abstención, a anular el voto. Cuestión que vale destacar es casi siempre inadvertida por la prensa mundial y por las opiniones públicas, pero que sigue apareciendo como escenario posible en las izquierdas en general.
Otro ejemplo cercano es Brasil, más cercano en la fecha, cuando Dilma Rouseff se enfrentó a Aécio Neves en segunda vuelta. Con discurso de continuidad de la política progresista, que apelaba a la militancia y se apoyaba en un proceso regional. En lo económico, los últimos años del primer gobierno de Dilma, no estuvieron entre los principales logros de su gestión, y las reformas propuestas que pretendieron dar respuesta a las grandes movilizaciones de 2013 no pudieron concretarse por falta de apoyo político. Sin duda existían elementos para ser críticos.
En Guatemala como en Haití, este pasado 25 de octubre organizaciones del campo popular llamaron a anular el voto, y/o abstenerse. Hay que subrayar la amplia abstención en Guatemala más del 50%. ¿Qué destacó la prensa mundial? El aplastante triunfo de Jimmy Morales, un candidato de derecha, con casi 70%, perteneciente al mundo “no-político”.
Si en algo viene triunfando la estrategia del Departamento de Estado de EEUU en varios países del continente, es de tildar a todos los políticos de corruptos, de que la política está mal, y la promoción en ascenso de la política fugaz, sin mayor contenido y vendida como un producto de mercado.
Tal vez consideremos que en nuestras líneas trazadas nada puede cambiar con nuestros votos y la vía de acumulación por la organización social y el tejido social lo aportamos con un discurso coherente. Eso sí, consideremos que quienes opten por esta vía, resignan la lucha por un espacio de conciliación de clases como es el Estado, donde todos comparten un poco de su poder, y que hoy en día es la primer matrizante de las subjetividades de nuestro pueblo en el entender del poder. También se está resignando el control de la fuerza pública y mucho más aun lejos de disputar el poder militar a la clase dominante.
En otras realidades, algunos pueden entender que las diferencias con otros sectores políticos, con discursos progresistas y acciones de gran ambigüedad, son insalvables. Que sus seguidores así lo han entendido y que por ello somos opción para ellos, que alejarnos de esta posición es alejarnos del discurso de coherencia que nos ha llevado a acumular y por ende se vuelve una cuestión medular.
Pero volviendo a los dos ejemplos, el de Colombia y esa segunda vuelta nefasta, y la segunda vuelta brasilera entre una candidata asociada al ciclo progresista y la peor derecha. En el primero, la izquierda no fue coherente con su discurso cotidiano de rechazo a las políticas de Santos, pero decidió más allá de la represión a la que están acostumbrados, a los intentos de asesinato y asesinatos, a las decenas de dirigentes políticos y sociales detenidos y apresados, priorizar una cuestión estratégica: con Uribe y sus títeres se terminaba el proceso de paz. Hace unos años hubiera sido inimaginable ver a Piedad Córdoba, a Marcha Patriótica, en un frente amplio por la paz y llamando a votar a Santos. Un llamado humilde y sin imposición, porque a veces el dolor puede más. Lo que parece cierto es que hoy con el diario del lunes fue una decisión correcta en relación a una estrategia, una decisión verdaderamente estratégica, que para los compañeros es el camino a cumplir sus objetivos. ¿Qué tanto sirve empezar de nuevo, o alejarnos de nuestros objetivos para salvar un discurso, una táctica relativamente eficaz o que nos permite sobrevivir como colectivo?
Vayamos al segundo ejemplo, Dilma vs Aécio: la segunda vuelta se volvió una gran incertidumbre en su resultado. Todo podía pasar, también vimos quienes llamaron a abstenerse o a votar en blanco. Pero también vimos un papel protagónico de los movimientos sociales clásicos de Brasil, como el MST militando y juntando hasta el último voto, saliendo del apoyo crítico o a veces la indiferencia. De hecho la diferencia no llegó al 2%. Dilma obtuvo el 51,62%, contra el 48,38% del opositor.
Dirían algunos dirigentes, “eso fue una verdadera lucha de clases”. ¿Por qué? Porque si ganaba uno seguro perdía el pueblo, seguro el imperialismo avanzaba a pasos agigantados en la región. La opción que ganó no garantiza la revolución, ni una mayor redistribución de la riqueza, pero lo que sí se parecía a algo, es que por lo menos no se retrocedía, que se sigue apostando a la región, al Mercosur, a defender cuestiones básicas como la educación y la salud.
Hoy parece que esa batalla no está cerrada, que el gobierno no respetó su acuerdo económico por el que llamó a votar. Aún así la plataforma Frente Brasil Popular, sigue defendiendo la democracia y aspira a que el gobierno pueda cumplir su mandato, sin resignarse un milímetro a militar en su desacuerdo con la política económica.
Hoy Latinoamérica enfrenta un escenario inesperado y duro, como lo es la segunda vuelta en Argentina. Scioli vs Macri.
No vamos argumentar por qué Macri es un proyecto neoliberal y funcional al imperialismo, creemos que eso está claro. Lo de Scioli y sus apoyos policlasistas, lo hacen más discutibles y desde visiones súper críticas puede plantearse que sea lo mismo que Macri, y desde visiones más oficialistas que es la continuidad de un proyecto nacional y popular latinoamericano.
Lo que sí creemos que está claro, es que existe una primera diferencia, entre lo que es claro y lo que es discutible. Y que dentro de lo discutible, parece que fuera menos probable dar por abandonado el proceso que seguimos tratando de profundizar, que es la integración regional.
Creemos que el rol de la embajada norteamericana cambiaría rotundamente entre un gobierno Scioli y uno de Macri, y que el neoliberalismo toma fuerza con un gobierno de Macri no sólo como proyecto económico sino político, y que por lo menos en lo discursivo está claro para la opción más nefasta y no para la opción “discutible”.
Más allá de nuestras convicciones sobre el proceso político de los últimos años de Argentina, creemos que hay elementos objetivos para decir que el proyecto político y económico del neoliberalismo tiene en un mes la oportunidad histórica de retomar un gobierno de suma importancia para la región y que de ser así no será sencillo revertirlo.
Y que por lo tanto hasta para los más críticos en caso de que gane Scioli, esa idea es por lo menos discutible hoy; en su gobierno puede sorprendernos o que puede fallar en su coherencia a los compromisos electorales, ese es otro cantar.
Creemos que por lo explicitado, la victoria de Scioli hoy toma un carácter estratégico. Las elecciones se ganan con votos y las diferencias, pueden ser acotadas, todo voto cuenta.
En caso de que tengamos un resultado positivo, Latinoamérica en su conjunto logra, por lo menos espacio más que necesario para analizar donde nos equivocamos para poner en riesgo el ciclo progresista y sus posibilidades de profundización, para pensar cómo seguimos.
Estamos a tiempo.