Por Sebastián Valdomir
Entre 1999, cuando Hugo Chávez gana las elecciones y accede por primera vez al gobierno en Venezuela, y el año 2003 cuando asumen Kirchner y Lula en Argentina y Brasil, se inició un cambio histórico en la región, que se fue consolidando posteriormente con nuevos éxitos electorales en Uruguay, Bolivia, Ecuador y Paraguay. La situación económica regional a principios del milenio no era de bonanza, sino más bien lo contrario.
Fue el cambio político el que posibilitó que se concretara un cambio económico y social, en términos redistributivos, en los países de la región con gobiernos progresistas. Pero aunque nuestros países registraron varios años de crecimiento, en términos económicos la región sigue estando tan dependiente y periférica como hace 10 o 30 años atrás.
¿A qué se debe esto?
En principio, habría que buscarle alguna explicación por el lado materialista estructural del problema. La región se relaciona con el mundo básicamente por la exportación de materias primas y productos primarios. La estructura exportadora está poco diversificada, especializada en recursos naturales y bienes de poco contenido tecnológico, con escasa inserción en las cadenas de valor. Y además, comerciamos relativamente poco entre nosotros (lo que se conoce como “comercio intrarregional”).
Esta característica estructural no se corrige por la acción de un país aislado. El problema habría que ubicarlo en el escaso avance que tuvimos en el terreno de la integración económica, política y productiva. No redujimos la dependencia externa porque no nos integramos lo suficiente en el plano interno de la región. Esta es la tragedia que menciona Pepe Mujica cuando habla de los fracasos de la integración latinoamericana.
La reducción de la dependencia no se da por obra y gracia del buen desempeño económico, sino que se puede dar si existe una acción política deliberada, organizada y consecuente por la cual nuestros países se articulan, coordinan e integran, para plantar posiciones comunes ante los centros de poder económico mundial. Reducción de la dependencia supone ampliar los márgenes de maniobra política, lo que define aquello que se puede y lo que no se puede transformar.
Ese período de cambios políticos asociados al concepto de progresismo, parece estar llegando a su etapa final. Son muchas las transformaciones generadas en beneficio de los pueblos, pero como hablamos en términos históricos, estructurales y societales, tan solo 15 años de políticas progresistas redistributivas son una gota en un océano.
Todavía queda mucho neoliberalismo por desmontar al final del progresismo.
Los aparatos productivos de nuestros países fueron formateados a lo largo de ciclos históricos de alianzas entre el capital transnacional con las élites económicas locales. La concentración de riqueza, la desigualdad en el acceso a los factores de producción y la sub-representación de los intereses populares se encuentran en el ADN de nuestras formaciones socio-económicas.
Todos los procesos políticos progresistas y de izquierda en la región se encuentran en situaciones contradictorias, en crisis más o menos instaladas y con ofensivas de las fuerzas conservadoras de derecha en curso o en pos de retomar la iniciativa política.
Una primera constatación: en los países de la región en los cuales gobiernan fuerzas progresistas, las derechas se han reorganizado y de a poco se consolidan. Aunque no tienen un modelo de desarrollo alternativo, despliegan ofensivas en alianza con los grandes medios de comunicación. En cambio, en los países donde gobierna la derecha, las fuerzas de izquierda aún se encuentran debilitadas, dispersas, fragmentadas, enfrentadas entre sí (Colombia, Perú y Paraguay).
En Ecuador, los movimientos sociales que derribaron 3 gobiernos neoliberales y represores, están enfrentados al gobierno de Correa. En Brasil, los movimientos de masas están enfrentando el paquete de medidas de ajuste que está impulsando el Ministro de Economía del gobierno Dilma.
El ajuste presupuestal realizado por el Ministerio de Economía en Brasil, incluye a todo el funcionamiento del aparato estatal (ministerios, bancos públicos, agencias), freno de inversiones, recorte de políticas sociales y un nuevo aumento de la tasa de interés (una de las más altas del mundo, más de 14%). Hay un recorte de políticas sociales en áreas clave como la reforma agraria, el Bolsa Familia y programas educativos.
Al igual que la mayoría de países de la región, que exportan fundamentalmente productos primarios y materias primas, Brasil tiene un frente externo poco favorable por la baja de los precios internacionales. Las exportaciones han caído y las importaciones de China a precios muy baratos, impactaron en el sector industrial. Sumado a esto, hay desconfianza de los sectores capitalistas por la inestabilidad política, por lo cual retraen la inversión. Todo esto sumado ambienta la tormenta perfecta: aumento de precios en el mercado interno, caída de la actividad económica, sobre todo en la industria y aumento del desempleo (8,3% según datos divulgados en agosto, más de un punto por encima del registro en igual período de 2014). La recaudación del gobierno central del primer semestre de 2015 fue la menor de los últimos cinco años.
El escenario económico sin dudas es grave. La crisis económica amplifica la inestabilidad política del gobierno Dilma y viceversa.
Pero por la propia interconexión de nuestras economías, la situación se agravará aún más si la salida a la recesión en Brasil se confirma mediante una devaluación del real, tal como está pasando en las ultimas semanas. El resultado de ello será que aquellos socios comerciales de Brasil, como Uruguay o Argentina, verán drásticamente reducidas sus exportaciones al mercado brasilero. Estamos integrados pero en el mal sentido del término.
En conclusión, en el momento actual que estamos analizando como la finalización de la etapa progresista, confluyen un poco de las dos cosas: enlentecimiento de las economías y contradicciones en el campo político de las izquierdas. En lo económico, nuestros países son proveedores de materias primas y productos primarios, sobre los cuales no tenemos capacidad de fijar precios. En lo político, tenemos pendiente el planteo estratégico para la etapa que se viene.