Por Héctor de la Cueva
Lecciones de Una Lucha Exitosa
Parece increíble, pero el triunfo obtenido hace 10 años en Mar del Plata contra el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) constituyó una enorme victoria que no ha sido suficientemente reivindicada ni valorada en toda su dimensión por el movimiento social y popular o por la izquierda y el campo progresista internacionales. La historia de la lucha y las alianzas que hicieron posible la derrota de uno de los principales proyectos estratégicos norteamericanos es poco conocida, y quizá por lo mismo sus lecciones no se han compartido, reflexionado, apropiado, lo suficiente por el movimiento popular como para darles mayor utilidad en las batallas presentes y futuras. La celebración de los diez años del triunfo parece brindar esa oportunidad.
¿Qué era y qué significaba el ALCA?
Para empezar, es conveniente recordar cómo se gestó y qué estaba en juego con el ALCA. Fue durante el gobierno de George Bush, padre, que Washington lanzó la llamada Iniciativa de las Américas. El objetivo, más que evidente: en el marco de la agudización de la competencia con las potencias europeas y asiáticas por la hegemonía global, consolidar la hegemonía económica y política estadounidense en el continente americano, asegurarse para sí el control y el acceso privilegiado a ese extenso mercado y a sus recursos naturales, usarlo como plataforma de fuerza de trabajo barata en la competencia mundial e, incluso en primer lugar, en la competencia por el propio mercado norteamericano; y, desde luego, garantizar la seguridad política y militar en lo que considera su traspatio.
El primer gran paso para concretar la Iniciativa de las Américas fue la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), un tratado modelo de la globalización neoliberal en muchos sentidos. Un tratado que es un monumento a la desigualdad, signado con reglas “iguales” para países con tan desigual grado de desarrollo como México y Estados Unidos. Un tratado que no es sólo de comercio, pues destacadamente norma la apertura de inversiones y servicios. El TLCAN, casi sobra decirlo, ha tenido sus peores efectos en México, en donde ha sido determinante para el gran desastre social que lo atraviesa, especialmente en el campo, pero también en el ámbito laboral, donde las promesas de más y mejores empleos se han trocado en menos y peores empleos, y la prometida elevación del nivel de vida en una incontenible caída salarial. La precarización de la vida y el trabajo han sido la base además para el horror de violencia e inseguridad que azota hoy al país.
Pero el TLCAN ha representado también una presión hacia la baja para los trabajadores de Estados Unidos y Canadá. De hecho, la pregunta que se hacía al inicio de las negociaciones sobre qué país ganaría y cuál perdería se ve ahora claramente equivocada. La pregunta correcta era: quién dentro de cada país ganaría y quién perdería. La respuesta hoy es evidente: han ganado las transnacionales y unas cuantas familias ricas locales, y han perdido los pueblos trabajadores de los tres países.
Con el ALCA se buscaba asegurar este modelo en un plano hemisférico. En efecto, no bien había entrado en vigor el TLCAN en 1994, cuando Estados Unidos siguió adelante con su estrategia y convocó en Miami a la primera Cumbre de las Américas para formalizar la búsqueda de un Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA). En mayo del ‘97 con motivo de la Cumbre de Ministros de Comercio celebrada en Belo Horizonte, Brasil, serían claras también sus complicaciones, sobre todo por la resistencia del bloque subregional del Mercosur. No obstante, ahí se acordaría realizar la Segunda Cumbre de las Américas el año entrante en Santiago de Chile para dar el banderazo formal de salida a las negociaciones del ALCA.
El ALCA representaba el marco estratégico en el que Estados Unidos pretendía armar el conjunto de las piezas del rompecabezas neoliberal que venía avanzando en la práctica en todo el continente. Estaba siendo diseñado y negociado bajo el modelo que en uno u otro grado siguen los distintos acuerdos económicos regionales y mundiales: a) Bajo la conducción de los intereses de las transnacionales y las grandes potencias e ignorando las necesidades reales de desarrollo y complementariedad de las naciones, b) Al margen de la consulta y participación real de la sociedad, es decir, de manera completamente antidemocrática y c) Ignorando lo que hemos llamado Dimensión Social, es decir, la inclusión de la protección o la satisfacción de las necesidades y reivindicaciones sociales bajo los efectos de la apertura y la integración.
El ALCA pretendía, en síntesis, imponerle al continente una constitución económica supranacional bajo la hegemonía de Estados Unidos, en el marco de su competencia con las otras potencias económicas, y en detrimento de la soberanía de los pueblos y los derechos sociales de las mayorías. El ALCA no significaba otra cosa que la integración subordinada de América Latina y el Caribe a la economía norteamericana, con una apertura indiscriminada a cambio de casi ninguna ventaja, y la estandarización hacia abajo de las condiciones de vida y de trabajo tanto en el Sur como en el Norte.
Cómo se construyó la lucha y la victoria
a) La Alianza Social Continental. Sin embargo, he aquí que en aquél ’97 en Belo Horizonte arrancaría también un proceso social que terminó por entrañar un obstáculo formidable para los planes norteamericanos. De manera inédita, se darían cita ahí algunos de los movimientos y organizaciones sociales más importante del continente, y se plantearían convergencias impensables hasta hacía poco tiempo, en el marco del Foro Nuestra América, organizado por la CUT, el Movimiento de los Sin Tierra y las ONG brasileñas, y de una reunión paralela de lo que fuera la Organización Regional Interamericana del Trabajo (ORIT), por primera vez abierta a organizaciones sindicales y sociales no miembros de esa organización.
La experiencia hecha bajo el TLCAN, tanto en sus consecuencias como en el tejido de redes sociales de resistencia, habían terminado influyendo sin duda. La constitución de redes multisectoriales en Canadá, México y Estados Unidos contra el TLCAN, y su acción trinacional concertada sentó indudablemente un modelo para enfrentar al ALCA y puso sobre la mesa la posibilidad y potencialidad de articular a los movimientos del Norte y el Sur, es decir, para una alianza social verdaderamente a escala continental.
Desde luego, hubo que encarar dificultades para ensamblar tal heterogeneidad de los movimientos. Mientras que el planteamiento de más alcance del movimiento sindical frente al ALCA había sido la exigencia de la inclusión de un Foro Laboral en las negociaciones, las discusiones en Belo Horizonte llevaron a establecer objetivos no sólo de mayor profundidad democrática y de mayor dimensión social, sino al planteamiento de un modelo de desarrollo alternativo. La coincidencia más relevante, sin embargo, fue el llegar a la conclusión común de que la base de cualquier estrategia se encontraba en dar pasos concretos para cambiar la correlación de fuerzas y que esto solo sería posible si se conseguía conjuntar al más amplio y representativo conjunto de fuerzas sociales del continente bajo una agenda y un compromiso comunes de objetivos y acciones. De esta manera, se acordó avanzar en la construcción de una gran Alianza Social Continental como la única forma de levantar un contrapeso social efectivo al avance del “libre comercio” y la integración económica neoliberal.
De ahí arrancó una primera etapa -pasando por diferentes eventos, iniciativas y reuniones en Santiago de Chile, Costa Rica, Toronto, etc.- en la que se fueron definiendo los ejes de la oposición al proyecto del ALCA; se construyeron las bases inéditas de la Alianza Social Continental; se le fue dando a ésta cierta organicidad sin abandonar su carácter abierto, diverso y horizontal; se inició la difusión y educación sobre la amenaza que representaba el ALCA, al que se le fue construyendo un contrapeso social altamente representativo y diverso: por primera vez y de manera exitosa, la Alianza Social Continental conseguía hacer actuar juntos movimientos sindicales, campesinos, indígenas, ambientalistas de mujeres, ONG, etc.; diversidad de culturas y lenguas, organizaciones del Norte y del Sur, por encima de prejuicios y dogmas, de burocratismos, protagonismos, sectarismos y otros ismos.
Además, es importante recordar que a esa gran alianza social se decidió colocarle dos “patas”, dos elementos que ayudarían a cohesionarla y proyectarla: una fue la construcción del documento “Alternativas para las Américas”, es decir, un documento programático que perfilaba a la alianza no sólo en la resistencia sino con la capacidad de proponer un modelo alternativo de integración y desarrollo, documento que además se consideró en permanente construcción pues fue sometido a enriquecimiento en las diferentes etapas y que jugó un rol importante en varios sentidos. La otra era la elaboración de una Carta Social Continental, es decir, el piso básico de derechos sociales que deberían ser garantizados en cualquier proceso de integración; en este caso, aunque hubo varios intentos importantes no se alcanzó a consensuar.
b) Las Cumbres de los Pueblos. No obstante la magnitud que ya tomaba desde su inicio la Alianza Social Continental, en Belo Horizonte mismo se convocó a la celebración de la primera Cumbre de los Pueblos de América en abril del ‘98 en Santiago de Chile, de manera simultánea a la cumbre de los presidentes; si los presidentes tenían sus cumbres a espaldas de sus pueblos, éstos deberían hacerse presentes para decidir sus destinos. La Cumbre de los Pueblos buscaba convocar a una representación social del continente aún más amplia que la propia Alianza y para fundarla no como una organización cerrada, sino abierta e incluyente. Así nacieron las Cumbre de los Pueblos –aunque después se hayan desvirtuado un tanto por el abuso de colocar ese nombre a cualquier evento menor.
La Primera Cumbre de los Pueblos de América en Santiago de Chile se llevó finalmente a cabo de manera exitosa, con más de mil participantes de casi todos los países del continente y de los más diversos sectores sociales divididos en diez foros sectoriales y temáticos, buscando sin embargo la intersectorialidad. La Cumbre colocó, entonces, la construcción de la Alianza Social Continental en una perspectiva viable, no exenta sin embargo de grandes complicaciones dada la enorme diversidad de orígenes sociales, culturales, políticos e ideológicos
La Segunda Cumbre de los Pueblos de América realizada en abril de 2001 en Quebec, Canadá, de nuevo simultánea y confrontada con la de los presidentes, resultó un hito aún mayor. La Segunda Cumbre de los Pueblos significó un salto y alcanzó una enorme representatividad social con la participación de miles de delegados de todos los países del continente. La acumulación de fuerzas seguía avanzando. Más aún, la cumbre terminó conociéndose mejor como La Batalla de Quebec –la más significativa que siguió a la batalla de Seattle–, porque el cuestionamiento del ALCA se llevó intensamente también en las calles. Nos combatieron con tantas granadas lacrimógenas que el gas se introdujo a la sede oficial y casi impidió la reunión gubernamental. Ellos estaban arriba, en la parte alta de la ciudad y la Cumbre de los Pueblos en la parte baja. Fue prácticamente un cerco popular. Literalmente, los de abajo contra los de arriba. Las movilizaciones que se desarrollaron, y que culminaron con una manifestación de más de 60 mil personas, pusieron en jaque a la cumbre oficial. En ese momento, sólo el gobierno de Venezuela, y en cierta medida el de Brasil, hacían contrapunto en la cumbre oficial al hegemonismo norteamericano.
En Québec, en cuanto a la Alianza Social, se consolidó una visión común respecto a que el ALCA no tenía “enmienda”, es decir, una visión claramente opuesta o alternativa a este proyecto hemisférico de “libre comercio” (pues hasta entonces había al menos en el movimiento sindical algunos titubeos). Como se mostró en Québec mismo, creció significativamente la capacidad de acción y la representatividad social a partir de un mayor involucramiento de actores sociales y nacionales que no se habían incluido antes en esta lucha. En los meses que siguieron a Québec esto fue todavía más relevante.
Las Cumbres de los Pueblos de América fueron momentos culminantes en la confrontación y en la acumulación de fuerzas, como lo confirmaría unos años después la de Mar del Plata.
c) La Consulta Popular y la Campaña Continentales. En Québec, no obstante el gran avance que significó, decidimos que no bastaba la alta representatividad alcanzada, sino que había que llevar la información y la lucha contra el ALCA a más amplios sectores de la población, a las bases de las organizaciones, que debíamos estimular una mayor participación de la población para que hiciera oír su voz no sólo a través de los representantes de las organizaciones sociales sino de manera directa. Así, resolvimos lanzar la iniciativa de una Consulta Popular Continental que nos facilitara y al mismo tiempo nos obligara a cumplir los objetivos anteriores, además de ganar legitimidad. Una Consulta Popular Continental para que sean los pueblos, excluidos hasta ahora, quienes decidan.
Al avanzar posteriormente en la preparación de la Consulta quedó claro que no era posible un plebiscito en las mismas fechas a escala continental ni de la misma forma, así que se planteó como un proceso flexible y largo. Al final, el proceso no sólo fue flexible y diverso, sino también muy desigual en sus resultados.
La discusión de esta iniciativa llevó a plantear la necesidad no sólo de una consulta, sino de toda una campaña instrumentada a su alrededor. Ello condujo a lanzar iniciativas organizativas nacionales y hemisféricas que permitieron el involucramiento de más fuerzas sociales en cada país y se reflejó en la creación de la Coordinación Continental de la Campaña contra el ALCA, sobre la base en gran medida de la ASC pero incluyendo a más redes, organizaciones y países, ganando además una dinámica mucho más activa. Al mismo tiempo, sin embargo, esto llegó a provocar durante un periodo un cierto traslape, una cierta ambigüedad o duplicidad, o cierta “esquizofrenia” decían algunos, entre el rol de la Campaña y la ASC.
Puede afirmarse que, a pesar de lo arriba señalado, la iniciativa de la campaña y la consulta sí permitió en este periodo dar un salto en el conocimiento público del tema, ganar visibilidad, llevarlo y hacer participar a importantes sectores populares en muchos países, educar sobre sus alcances y consecuencias, contribuir a la articulación multisectorial, facilitar el pasar a acciones mayores en algunas regiones, conectarlo con otros temas sensibles de las luchas populares, etc. Definitivamente la lucha contra el ALCA ganó una base más sólida y un alcance muy superior al que tenía en el periodo anterior.
d) Los Encuentros Hemisféricos de La Habana y el ALBA. Es importante destacar que, aunado e impulsando lo anterior, después de la cumbre de Quebec y con el lanzamiento de la Consulta Popular Continental, vino a sumarse abiertamente a la lucha contra el ALCA un actor fundamental: Cuba. Durante la movilización tradicional del Primero de Mayo de ese 2011 en La Habana, el Comandante y Presidente Fidel Castro definió públicamente su postura contra el ALCA y se pronunció en respaldo de la Consulta Popular Continental. Al margen o a la expectativa en los primeros años, pues además Cuba estaba excluida de las Cumbres de las Américas, y desde luego del ALCA, Cuba definía no obstante que una vez más su lugar estaba junto a los pueblos del continente también en esta lucha contra un proyecto que liquidaría sus posibilidades de soberanía y autodeterminación. Al mismo tiempo, la resistencia de algunos sectores conservadores dentro de la Alianza a la participación cubana fueron cediendo y, como sabemos, las cosas han cambiado definitivamente.
La entrada de Cuba en la arena significó de inmediato la incorporación activa a la lucha contra el ALCA de amplios sectores sociales que se guían por su autoridad moral y política en muchos países del hemisferio. Junto con ello, Venezuela bajo la dirección de Hugo Chávez, que ya resistía al ALCA dentro de las esferas oficiales, se sumó aún más decididamente. Organizaciones sociales cubanas y venezolanas se sumaron a las filas de la ASC y de la campaña y consulta contra el ALCA. El espectro social y político de la alianza contra el ALCA tenía un nuevo transcrecimiento, abarcando desde los segmentos más moderados hasta la izquierda anti-imperialista.
A raíz de ello, se sumó un nuevo espacio para los movimientos sociales: el Encuentro Hemisférico contra el ALCA, que a partir de 2002 se realizó anualmente en La Habana. Con todas las facilidades que brindaba Cuba, los Encuentros Hemisféricos se convirtieron en el espacio y la oportunidad para los movimientos sociales del continente de intercambiar reflexiones estratégicas y definir las líneas de acción en la lucha continental, más ampliamente que en las reuniones de coordinación y sin llegar al mismo tiempo al esfuerzo que significaban las Cumbres.
Al mismo tiempo, Chávez lanzaba el ALBA (Alternativa Bolivariana para las Américas). Surgida a partir de Alternativas para las Américas de la Alianza Social Continental, el ALBA tomó su propia dinámica y trascendió a convertirse en una plataforma y una convergencia de fuerzas políticas y de gobiernos hacia la izquierda, gravitando alrededor de Venezuela y Cuba, hasta la fecha. Aunque no ha envuelto a todos los gobiernos que en una medida u otra se han apartado de la hegemonía norteamericana, representó la consolidación de un sólido bloque anti-imperial y pieza clave del contrapeso que se logró construir en ese periodo. El ALBA además empezó a pasar de las palabras a los hechos con proyectos económicos y de integración alternativa a lo que era el proyecto del ALCA. Posteriormente, en el marco del ALBA se han hecho intentos de coordinación de movimientos sociales.
Cambios en el Escenario Continental
En este mismo periodo, la campaña contra el ALCA coincidió con una nueva ola de luchas populares y de resistencia a la globalización neoliberal en el continente. La victoria de Cancún contra la OMC en el 2003 logró poner en cuestión la agenda neoliberal de “libre comercio” y sus instituciones. A las contradicciones que venían haciendo de por sí lento el proceso del ALCA, sobre todo entre el Mercosur y Estados Unidos, se sumó el “efecto Cancún”. Ahí, el surgimiento de un bloque de países del Sur mostró, con todas sus inconsecuencias y limitaciones, que era posible no seguir ciegamente los deseos y la agenda de las grandes potencias, y colocaba en un terreno más favorable para los países del sur las negociaciones del ALCA.
En ese contexto, en 2004 se realizó en Miami una cumbre de ministros del ALCA. La declaración que la ASC adoptó en Miami es ilustrativa de lo que estaba pasando:
«La Declaración final de la Octava reunión de los ministros del ALCA en Miami ha venido a confirmar el fracaso del proyecto original del ALCA, no obstante los esfuerzos que se hacen para presentar un supuesto fin del estancamiento de las negociaciones y un éxito de la reunión ministerial, buscando alejar el fantasma de Cancún. La realidad es que la falta de consenso presente en la reunión de la OMC en Cancún también lo ha estado en Miami. Vuelve a constatarse que el gobierno de Estados Unidos no tiene ya más la capacidad de imponer su agenda íntegra como ‘consenso’ general. Ahora se intenta un ALCA ‘lite’ y ‘a la carta’, es decir, un ALCA desprovisto inicialmente quizás de algunos de sus peores aspectos pero finalmente existente en el plazo fijado del 2005 y que además deja abierta la puerta a todavía más desiguales negociaciones bilaterales». Es decir, aunque pretendiendo salvar lo fundamental de su proyecto, se experimentaba ya un retroceso de Estados Unidos y un ascenso de la resistencia de países del Sur.
Porque de lo más determinante en el periodo fue que los avances del movimiento social se fueron traduciendo también en cambios importantes en el escenario político-gubernamental del continente, sobre todo en Sudamérica. En varios países, directa o indirectamente, los movimientos sociales fueron la base sobre la que llegaron al gobierno fuerzas de izquierda, “progresistas”, antineoliberales o, como se llegó a colocar en un documento de consenso en la ASC, “que se alejan de la hegemonía norteamericana” –no viene al caso en este documento meterse en honduras al respecto. A esa ola se fueron sumando, a Brasil y Venezuela, antes y después de Mar del Plata, Bolivia, Argentina, Ecuador, Uruguay, Paraguay (brevemente), Nicaragua, El Salvador y algunos del Caribe. Chile y Perú, aunque surgieron en medio de esa ola, son más bien un capítulo frustrante en esa historia.
El hecho es que esos cambios, el surgimiento del “grupo de los 20” –con todas sus limitaciones–, lo sucedido en Cancún y en Miami, nos indicaban que debíamos hacer en cierto sentido un “giro” en nuestras tácticas y darle una mayor importancia a la incidencia en las negociaciones, sobre todo hacia los negociadores de algunos gobiernos (cosa que en realidad en la práctica ya había venido ocurriendo). Habiendo sido correcto desairar y hasta boicotear los “foros de la sociedad civil” oficiales como lo que son, un ejercicio de simulación, en el último periodo se decidió participar, no como las ONG paraestatales ni reconociéndolas, sino colocando todo el peso de la representación social acumulada para objetar claramente las negociaciones y apuntalar de esa manera los pocos o muchos obstáculos que algunos negociadores colocaban al ALCA.
La Batalla Final en Mar del Plata
Así llegó finalmente la cita de noviembre de 2005 en Mar del Plata, Argentina. En el calendario oficial, la cumbre aparecía como la que aprobaría, de la manera que fuera, el nacimiento del ALCA. Se convirtió en su tumba. La ASC y la Campaña contra el ALCA convocaron a la cumbre de los Pueblos. En pláticas intensas con algunos gobiernos “aliados” se prefiguraba el desenlace. Sin embargo, no dejaba de haber algunas fricciones entre los movimientos sociales y los representantes gubernamentales “amigos” –al fin y al cabo, por más cercanos que sean, la lógica de movimientos y estados no puede dejar de ser diferente.
Así llegó la movilización que precedió al punto final. Un tren lleno de contingentes sociales y personalidades argentinas e internacionales había partido por la noche de Buenos Aires. En Mar del Plata ya se encontraban los convocados por la Alianza Social, tanto de Argentina como de todo el continente. Muy temprano de esa friísima y lluviosa mañana los contingentes se encontraron en la cita de partida de la manifestación. No dejó de haber acaloradas discusiones, jaloneos, disputa por la cabeza de la marcha –unos que si los del tren eran los “oficiales”; otros, que los representantes de todos los países de la Alianza Social Continental que venían luchando desde años atrás contra el ALCA. Con todo, y con todos, de alguna manera, la enorme manifestación salió, combativa, alegre, colorida, multinacional, multicultural, a la cita final con esta historia. El estadio deportivo en el que se concentró la movilización se retacó hasta las últimas gradas y en la cancha. Tiritando de frío y mojada, la multitud escuchó a Silvio Rodríguez, y se encendió cuando Chávez y el Evo, surgido de las filas de los movimientos, anunciaron que la amenaza del ALCA se había acabado, “Alcarajo”. Blanca Chancoso de la CONAIE de Ecuador, en representación de los pueblos originarios y de todos los movimientos sociales del continente, dio la bienvenida a la noticia. Como pocas veces es posible, el mitin se convirtió en festejo de la victoria.
Aunque sin acta oficial de defunción, en la cumbre oficial se dieron por terminadas las negociaciones del ALCA. Ocho años de lucha, de articulación continental inédita de movimientos, países, culturas, ideologías, sociedad civil y gobiernos “amigos”, había finalmente fructificado. Estados Unidos y su ALCA habían sido derrotados en toda la línea. Una gran victoria en las alforjas de la lucha social internacional, de la que hay mucho que rescatar y aprender. Lo que siguió es otra historia.
Lo que Siguió a la Victoria
La victoria contra el ALCA reforzó, al menos en el Sur del continente, el impulso político de gobiernos declaradamente de izquierda o al menos alejándose del control norteamericano y del neoliberalismo, así como un aliento a los proyectos de integración alternativa de países del sur. Especialmente, el ALBA cobró mayores bríos. Y surgiría también la UNASUR.
Sin embargo, el imperio no se resignó. Estados Unidos comenzó a operar inmediatamente una nueva estrategia que sustituía la de colocar a todo el continente en un solo marco bajo su control por otra de múltiples pistas con la negociación bilateral de acuerdos de libre comercio, de seguridad, de impulso de megaproyectos, de nuevas privatizaciones, etc. e incluso extraregionales. El acuerdo transpacífico en curso no sólo persigue objetivos geoestratégicos globales, entre ellos la competencia con China, usando a países latinoamericanos aliados como peones, sino que tiene toda una dimensión contra el bloque de países sudamericanos que han escapado de su control. Junto a ello, en todos estos años Washington se ha dedicado a armar toda una campaña de desestabilización y desprestigio contra esos países.
El hecho es que a 10 años de la victoria del ALCA, Estados Unidos ha conseguido varios de sus objetivos, recomponer la relación de fuerzas en el continente a su favor y levantar amenazas serias contra los procesos de transformación en el Sur del continente –y desde luego reforzar su hegemonía en el Norte. Resultado en parte de esa estrategia, en parte de la crisis económica y en parte de las propias contradicciones de los procesos, pareciera estarse agotando el ciclo “progresista” llaman algunos, de procesos sociales y gobiernos de ruptura con el neoliberalismo, el libre comercio y la hegemonía norteamericana. La moneda está en el aire.
Y un problema serio es que también en el campo social, la victoria contra el ALCA pronto se tradujo en una desmovilización y desarticulación, no visto en cada país donde han persistido luchas y resistencias, sino a la escala continental que había alcanzado. Se han producido algunos intentos de reagrupamiento, pero han sido efímeros o parciales, y no se han encontrado el eje o los ejes comunes, como sucedió en la lucha contra el ALCA, capaces de unificar a la gran diversidad multisectorial y multinacional que se alcanzó en aquellos años. Fue ese impulso sobre el que se erigieron también gobiernos de izquierda o progresistas. Hoy que la crisis y los planes del gran capital amenazan aún más a la humanidad y al planeta, y en particular a los pocos o muchos avances que se dieron en la región, pareciera más urgente y vital reencontrar el camino y las lecciones que condujeron a aquella victoria.