…Algunos lloriquean piadosamente, otros blasfeman obscenamente, pero nadie o muy pocos se preguntan: ¿si hubiera tratado de hacer valer mi voluntad, habría pasado lo que ha pasado?
Odio a los indiferentes también por esto: porque me fastidia su lloriqueo de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos: cómo han acometido la tarea que la vida les ha puesto y les pone diariamente, qué han hecho, y especialmente, qué no han hecho. Y me siento en el derecho de ser inexorable y en la obligación de no derrochar mi piedad, de no compartir con ellos mis lágrimas…
Antonio Gramsci, febrero de 1917.
Me escriben y me llaman desde la otra orilla. Muchas preocupaciones. Tratar de entender los resultados electorales. Tratar de saber qué va a pasar. Además, preocupaciones por algunas reacciones de compatriotas. ¿Del Partido Nacional? ¿Del Colorado? No… de frenteamplistas.
Casi la mitad de mi vida está ligada al Uruguay. He militado activamente por el triunfo del Frente Amplio desde este lado de la orilla, una experiencia maravillosa que me ha marcado para siempre. Tengo allí compañeras y compañeros, amistades entrañables, más que familia, por decirlo de algún modo…
Preocupa y duele el acto eleccionario del domingo 25 de octubre. También preocupan y duelen esas reacciones. Pienso en cómo explicar lo que pasó. ¿Se puede? ¿Y cómo dialogar a la distancia con ese enorme abanico frenteamplista que tanto quiero? Pasan los días. Hay que tomarse un rato. Un tiempo para poner pelota al piso.
La corporación mediática en ambas orillas tiene fuerza… llega incluso a nuestras propias costas. Las escenografías las conocemos, pero así y todo, siguen teniendo incidencia.
¿Cómo dialogar con aquellos y aquellas frenteamplistas que quizás esbozan una sonrisa o una indiferencia total frente al resultado? Pienso en la política y sus formas. ¿Nos molestan las formas de una persona o un grupo político? ¿O nos diferencian las políticas que se establecen en ambas orillas?
Para ir despejando dudas… Si nos molestan las personalidades y eso es determinante, entonces miremos un rato para adentro. Porque no todos deben estar de acuerdo con las formas y actitudes de Tabaré ¿no es cierto? Pero, incluso, tampoco con las de Pepe o Lucía (por poner en claro ejemplos de personas muy queridas y con las que me siento compañero de infinitas causas comunes). ¿Son las actitudes personales el problema? ¿O son las políticas? ¿Son las formas porteñas de hablar? ¿Las ropas que se utilizan? Y si son las políticas, ¿qué políticas nos molestan?
Casi todas las familias uruguayas tienen amigos y familiares de este lado de la orilla. Les propongo que pregunten no sobre si les gusta Cristina, sino ¿cuál es el modelo de país más justo, inclusivo y latinoamericano en el último medio siglo? Ahí van a encontrar la respuesta de lo que está en juego. No va a haber mediaciones.
Si los sigue atrapando la indiferencia, entonces, difícilmente puedan autodenominarse frenteamplistas, progresistas o de izquierda. O compañeros de causas latinoamericanas. Porque bien sabemos que ser de izquierda es lo contrario a ser indiferente.
Hace un tiempo Víctor Hugo Morales planteaba algo muy interesante, que nos puede servir para interpelar e interpelarnos. Mucha gente que tiene actitudes de derecha o se identifica así, le cuesta reconocerlo públicamente (quizás también en su intimidad) porque significa asumir que estás de acuerdo con una forma perversa de organización del mundo y de tu sociedad. Por estos lados hay un dicho que dice: si es un animal de cuatro patas, mueve la cola, levanta la pata para hacer pis y dice guau es un perro, sin más. Aunque quieras convencerte de otra cosa.
Y esto sí que hay que decirlo. Con bondad, pero decirlo, asumiendo el riesgo del diálogo político y la interpelación. Y asumiendo que podemos estar en desacuerdo con gente querida.
Quienes crean que el camino de Uruguay es salvarse sólo ya saben cuál es el camino a seguir. Quienes crean que lo que suceda en Argentina (y también en Brasil, Bolivia, Venezuela, etc.) no tiene incidencia en la vida del Uruguay también. Y por último, quienes piensen y crean que un triunfo neoliberal en este lado los puede beneficiar en relación a esas ilusiones de “turistas, dólares, etc.” mírense un instante al espejo y asuman la responsabilidad histórica de priorizar intereses meramente personales sobre los colectivos, que claramente no es una actitud progresista y de izquierda.
Estas palabras no tienen ninguna intención de agresión ni descalificación. Sí tienen el objetivo de debatir, interpelar e interpelarnos. ¿Hay acciones del gobierno argentino que pueden perjudicar al Uruguay? Es probable. ¿Y viceversa? ¿Y acciones del gobierno de Brasil que nos complican a ambos? ¿Y del gobierno boliviano? Por ejemplo en relación a la venta de gas. ¿Y de Venezuela?
Claro que hay contradicciones, problemas sin resolución, disputas de intereses. Lo conocemos desde el fondo de nuestra historia. Podríamos pasar tardes enteras frente a la rambla dialogando de esto.
Y sabemos bien que esas contradicciones –además- no se van a resolver en el corto plazo. Pero hoy están nuestros proyectos soberanos y de unidad regional en juego. Bien aprendimos de la historia, que cada vez que un gobierno popular o progresista es derrotado, nunca es por una suerte de mejor opción de izquierda, sino por la derecha. Y que cada vez que esto sucede, los retrocesos son inconmensurables.
En las elecciones presidenciales de Argentina, de un lado está el pasado que intenta enamorar con nuevas formas. Y esto no es agitar fantasmas, son los actos concretos de estos años. Los votos en el parlamento contra las estatizaciones, recuperación de las jubilaciones, ampliación de derechos o matrimonio igualitario. También los pedidos de ayuda a los poderes internacionales para que intervengan en la vida política del país y la identificación con el mundo unipolar liderado por EE.UU. Y además, la gestión concreta de la ciudad de Buenos Aires, con su triplicación de deuda en dólares, presupuestos sub-ejecutados, veto a la ley de medicamentos genéricos, políticas públicas en manos de ONG y el rol del Estado como simple gerente de control de calidad.
Enfrente de estas propuestas no está el paraíso; están las políticas públicas de estos años, que promovieron los mayores niveles de inclusión, justicia social, apertura al consumo y distribución de riqueza del último medio siglo. Están los intentos desmonopolizadores del aparato mediático concentrado, las políticas de defensa de Derechos Humanos, el rechazo al ALCA y las políticas de unidad latinoamericana concretada en innumerables actos y creación de organismos como la CELAC.
Podríamos seguir enumerando logros y también marcando contradicciones. Sería importante intercambiar opiniones, reflexiones, sensaciones e incluso debates más ideológicos. Mientras tanto, que las chicanas, chistes y cinismos los sigamos teniendo como un buen humor para transitar la vida, pero que eso no se convierta en definiciones sobre posiciones políticas, porque se estarían convirtiendo en tomas de posición frente a nuestro futuro político en común.
No hay cuentas para cobrar, hay futuro para construir. Y cómo dice el poeta, acá no hay tango, no hay tongo ni engaño…
Por estos lados no votamos por el mal menor. No estamos en los años noventa. Votamos y apoyamos al modelo que nos asegura un país un poco más igualitario y con ampliación de derechos. Nos gustaría que la ancha y diversa avenida que es el frenteamplismo pueda comprenderlo. Y comprenderlo en estos momentos, que es cuando se juega el partido.
La historia está llena de arrepentimientos por las decisiones inconclusas cuando hay dos futuros posibles. Sería importante no repetir esos viejos errores, que tanto han costado a nuestros pueblos y a nuestro continente. Quienes nos anteceden, nos enseñaron que estas luchas significan embarrarse de por vida, porque las causas más profundas de nuestro transitar no se definen simplemente en las elecciones.
Pero también tenemos claro que las elecciones nos ayudan a definir políticas públicas, mayores horizontes de igualdad y perspectivas de unidad regional. Así de simple. Y el modelo más cercano a nuestros horizontes de igualdad y unidad continental lo representa Daniel Scioli, sin más vueltas.
Quisiera poder seguir dialogando y buscando argumentos. Y polemizar. Pero la hora pide otras acciones. Hay que dialogar e interpelar a los otros y otras que no piensan cómo nosotros y nosotras… tratar de entender y accionar… Nos vemos luego…