Sebastián Valdomir
En agosto de 1996, pasada la movilización del 14 de agosto en recuerdo de los Mártires estudiantiles, cuatro centros de enseñanza secundaria son ocupados por sus respectivos gremios de estudiantes en rechazo a la propuesta de Reforma Educativa que se impulsaba desde el CODICEN bajo la dirección de Germán Rama. Se iniciaba así uno de los últimos hitos de la lucha estudiantil en Uruguay, conocido como “ocupaciones del ’96”.
A los pocos días de haberse ocupado esos cuatro liceos (IAVA, Zorrilla, Dámaso y Liceo 10), decenas de centros de Enseñanza Secundaria y UTU en todo el país, se encontraban ocupados por los estudiantes, apoyados por los gremios docentes. La resistencia contra la Reforma Educativa se concretó no solamente desde las ocupaciones de los centros de estudio, sino también por las diversas movilizaciones masivas, talleres y decenas de actividades impulsadas por un movimiento estudiantil que se constituyó en actor para ser tenido en cuenta en las definiciones de las políticas educativas. Ese 1996 fue para Naciones Unidas, el “Año internacional para la erradicación de la pobreza”. En ese Uruguay, durante el segundo gobierno de Sanguinetti, el poder de clase manifestaba su hegemonía jactándose de no haber “perdido nunca una huelga”, y hacía avanzar a tambor batiente un proceso de desindustrialización, precarización y desregulación laboral. El padre Luis Pérez Aguirre, «Perico», escribía una nota en Brecha titulada «Se va el año y se queda la pobreza»; es que en ese Uruguay se gestaba la fábrica de pobres que haría eclosión en la crisis del 2002.
Ese movimiento estudiantil tuvo particularidades, no solo con respecto a antecedentes próximos en los años anteriores al ´96, sino con respecto a otras campañas de movilización posteriores. Su peculiaridad no solamente estuvo basada en la masividad y expontaneidad, sino fundamentalmente en la ruptura con los moldes organizativos tradicionales. Mientras en buena parte del espectro sindical vinculado a los docentes de Secundaria se discutía durante ese invierno sobre la participación o no en la Reforma Educativa de Rama, por debajo, en los liceos, un amplio movimiento se estaba organizando.
Puede decirse que la masividad de la protesta estudiantil tomó por sorpresa al Codicen, y también a los sindicatos de la enseñanza, que ya habían resuelto oponerse desde 1995 a la Reforma pero no lograban unificar una campaña nacional en su contra. Y hablando de tomados por sorpresa, no se quedó atrás el Frente Amplio de la época: el Gral. Liber Seregni, que había renunciado ese año a la presidencia del FA, dijo respecto a la reforma educativa de Rama que era “no muy diferente a la que propusiera el Frente Amplio”.
Con el tiempo diversos analistas escribieron libros y documentos acerca de la movilización estudiantil del ´96. Sin embargo la significación histórica de esa movilización es algo que todavía queda en penumbras, empezando por el contexto poco analizado en el que esa movilización se produjo. Muchos y muchas estudiantes que protagonizaron la protesta estudiantil fueron sancionados por las autoridades. La movilización masiva se extendió por lo menos hasta la marcha del 10 de octubre, a casi dos meses de que fuera ocupado el primer liceo.
Como resultado de la protesta, el Codicen debió admitir la instalación de un espacio de diálogo (ya que no de negociación) con los estudiantes organizados en la Coordinadora Intergremial de Estudiantes de Secundaria y UTU – CIESU, que se produjo en al menos tres instancias presenciales con representantes de ambas partes. Todo esto, en un marco en el cual la actividad gremial estudiantil en Secundaria se encontraba condicionada por ordenanzas y normativas que obstaculizaban y reprimian la actividad gremial. Luego de roto el díalogo, los estudiantes, con el apoyo de los gremios docentes y de las asambleas de padres, hicieron lo posible por instalar un gran Debate Nacional sobre la Educación Pública, que produjo entre sus actividades, tres encuentros nacionales de delegados en Durazno, Mercedes y Tacuarembó. Ese Debate Nacional fue la respuesta a un gobierno de la educación que resultó torpe y represivo, que pretendió impulsar una reforma educativa sin la participación de los estudiantes y que a poco de instalado el conflicto se descubrió como carente de legitimidad.
En medio del conflicto, y para frenar las ocupación de liceos, el Codicen llegó a aprobar el 3 de octubre un “Reglamento de Comportamiento del Alumno” en el que se calificaba la ocupación como “falta muy grave”, algo que no estaba contemplado en la normativa disciplinaria vigente hasta ese momento desde 1992. Cuando los estudiantes del liceo Bauzá intentaron ocupar su centro, 36 de ellos fueron sancionados primero con 150 días de suspensión y luego de forma “preventiva” les quitaron la calidad de estudiantes. Las autoridades de la enseñanza respondieron a la movilización estudiantil aplicando sanciones a diestra y siniestra: quedaron en falsa escuadra por recursos de amparo presentados ante la Justicia, con el auspicio entre otros abogados de Cassinelli Muñoz, José Díaz y Pablo Chargoñia. Los jueces que acogieron las solicitudes de amparo le dieron la razón a los estudiantes sancionados, restituyéndoles el derecho a estudiar que el Codicen les había quitado. Según consignó en la Brecha N° 571 (8/11/1996) la periodista Carina Gobbi, la sentencia de la jueza Keuroglian indicó que la sanción aplicada fue “evidente la ostensibilidad de la ilegitimidad de que estuvo afectada la resolución….una expresión desmesurada de poder”.
No quedan muchas imágenes de esa expresión de lucha contra el neoliberalismo; todavía no se había masificado el uso de cámaras digitales ni celulares inteligentes, y mucho de su registro pasa por la oralidad y la búsqueda de archivo. A 20 años de aquellos hechos, queda la sensación de que lo más importante sobre su significación aún está por decir, y que esa generación aún tiene mucho camino por andar.