Andrés Pelaez |
En las últimas décadas, la posición de Uruguay en el mundo se ha visto alterada como consecuencia de las profundas transformaciones acaecidas en el entorno nacional e internacional. Pero a pesar de los esfuerzos de adaptación realizados, el Servicio Exterior uruguayo carece todavía de la orientación política, la estructura y los medios necesarios para afrontar los desafíos que le plantea al país el mundo del siglo XXI.
Un claro ejemplo de ello es el marco jurídico que regula la función diplomática. El Decreto-Ley 14.206 de junio de 1974 establece el Estatuto del Servicio Exterior, el cual ha sido modificado con el correr del tiempo en su forma no en su esencia. Así el articulo 2 enuncia que “Los funcionarios del Servicio Exterior son designados para el cumplimiento de la misión que la República les encomiende. Están al servicio de la Nación con entera independencia de personas, grupos políticos o partidos. Su lealtad y obediencia se deben únicamente a la Nación y a su Gobierno conforme a la Constitución, las leyes y los reglamentos y demás disposiciones emanadas del Poder Ejecutivo”.
En este marco, la diplomacia uruguaya ha ido respondiendo a los retos que se iban planteando a lo largo de estos años mediante actuaciones puntuales en áreas concretas, pero estos esfuerzos han sido insuficientes. Si Uruguay quiere contar con un Servicio Exterior acorde con la realidad actual y con capacidad de adaptabilidad y responsabilidad política, es necesario diseñar un esquema de organización global de la acción del Estado en el exterior que proponga soluciones a las carencias y deficiencias estructurales que siguen obstaculizando su plena aggiornamento. Es necesario modernizar el Servicio Exterior, de manera que permita promover más eficazmente los “intereses del país” de acuerdo a fines políticos.
Al respecto, podemos señalar carencias en la calidad del servicio público prestado por el Servicio Exterior, entre los que cabe destacar:
- falta de una planificación integral con implicación de todos los organismos activos en el ámbito exterior. Ésta, a su vez, constituye una condición imprescindible para rediseñar el despliegue de medios en el exterior al servicio de las prioridades estratégicas que se fijen.
- insuficiente coordinación entre todos aquellos organismos públicos con presencia en el exterior.
- disfunciones causadas por la aplicación al exterior de normas pensadas para el ámbito interno.
- insuficiente atención a la gestión de los recursos humanos en cuanto a su adaptación a las nuevas realidades internacionales, la especialización por áreas, etc.
- escasez de medios materiales, la rigidez en su gestión y el desafío que plantean las nuevas tecnologías de la información y las telecomunicaciones.
Pero la problematización de la diplomacia uruguaya no solo debe ser abordada desde la gestión, es decir, no solo su forma sino que más relevante es su esencia, los fines reales que persigue como instrumento del Estado, en tanto aparato reproductor de cierta forma de ver y entender el Uruguay en el mundo y los valores que al respecto se defienden.
En este sentido, los servidores públicos responsables de la política exterior nunca operan aisladamente o toman decisiones como libre pensadores nombrados por su méritos o experiencia. El sistema para desarrollar e implementar la política exterior a través de la diplomacia y las misiones diplomáticas se basa en una diversidad de individuos en diferentes niveles de experiencias que reproducen esquemas ideológicos.
Pero ¿qué es la diplomacia? La misma, como parte de la política moderna, ha desempeñado dos funciones relacionadas derivadas del verbo representar. El diplomático representa los intereses del Estado y desarrolla su actividad oficial en el extranjero. Él o ella también es un ciudadano representativo o sujeto del Estado. Por lo tanto, el papel es representativo y representacional. Así, un elemento clave sobre los diplomáticos como negociadores es que no experimentan la negociación como teniendo lugar en nombre de ellos mismos. Ellos ven su papel como incorporando a su Ministro, su Ministerio, su gobierno, su estado.
Por otra parte, un elemento a destacar del particular funcionamiento de la diplomacia, es la tendencia a mantener su distancia de los términos burócrata y burocracia; de esa forma, los diplomáticos serían diferentes, por ejemplo, de los funcionarios del Ministerio de Desarrollo Social. Es decir que, aunque los diplomáticos como funcionarios son conscientes de que ocupan una posición como burócratas y que también pueden ser vistos como siéndolo, no obstante mantienen distancia negándose a adoptarlo como una autodescripción. La identificación con «el sistema», entendida como burocracia estatal, es simplemente más débil en el Ministerio de Relaciones Exteriores.
Así en términos lacanianos, el diplomático vive una dualidad que se expresa en la oposición entre ser diplomático como significante (un representante oficial) y ser la presencia del Estado que representa. De esta manera lo que se expresa es la función ideológica del diplomático: sólo cuando el Sujeto oficialmente interpela a un individuo para convertirse en un sujeto es que este se convierte en lo que siempre fue. Por lo tanto, no es posible ser un diplomático antes de percibir el llamado de una Nación, pero tan pronto como se escucha el llamado el sujeto siempre fue ya un diplomático, un representante de ese Estado en particular.
Lo que es fundamental aquí es, como subraya Althusser, siempre una forma particular de ideología: a través de una serie de prácticas materiales, la Nación puede utilizar la interpelación para crear un sujeto que ayude a sostener los medios de producción existentes. Este sujeto diplomático, sin importar si se cree en la posibilidad de encarnar esta voluntad de la Nación o no (o incluso cree en su mera existencia o no), debe percibirse en consecuencia en ese llamado para ser diplomático.
Por lo tanto, ser diplomático o ser cualquier tipo de sujeto enmarcado en una ideología es siempre una cuestión de reconocimiento y desconocimiento y, por lo tanto, de lo que Lacan llamaría el imaginario, el reino de la identidad y la identificación. Así, en términos althusserianos la ideología no sólo está presente en el mundo de las ideas, sino que los rituales y prácticas materiales son ideológicos.
Es desde este abordaje ideológico que debemos encarar la transformación radical del Servicio Exterior deconstruyendo su significado como aparto ideológico y encarar su real transformación para que se convierte en verdadera herramienta en función de un proyecto país políticamente acorde a los lineamientos de transformación de la realidad.