Juan Romero – Carlos Pereira das Neves |
En el mundo del conocimiento y de la tecnología aplicada al mismo, parece mentira, pero todavía no sabemos quiénes son los terratenientes que se apropiaron de 37,5% del total de la renta generada por nuestro suelo entre 2000 y 2015.
Apenas unos 5.903 millones de dólares, que tampoco sabemos adónde han ido a parar. Si a los barrios más remotos de Colombes o Amsterdam, o a las 2 millones de hectáreas paraguayas en manos de uruguayos.
No es para enroscarse, pero es necesario volver a hablar de la rosca más importante en nuestro país, la del campo.
Características del proceso
Entre los años 2000 y 2015, nuestro país experimentó un crecimiento económico en estrecho vínculo con el alto precio de los “commodities” y el flujo de capital extranjero recibido. Esto determinó, entre otras cosas, un aumento del precio de la tierra de casi ocho veces su valor.
Los altos precios de las mercancías agrarias posibilitaron el crecimiento constante de las tasas de ganancia sectoriales. Gracias, principalmente, a la fase expansiva de acumulación de capital en China y parte del sudeste asiático, hacia dónde se relocalizó buena parte de la industria manufacturera global; y a una fase particular de la crisis de rentabilidad del capital a nivel global que implicó la migración de formas de capital ficticio (títulos que permiten apropiar plusvalía a futuro) hacia el mercado de “commodities” (Oyhantçabal: “¿Y dónde está la renta? Los terratenientes agrarios en el Uruguay contemporáneo”, 2016).
En definitiva, se articularon dos procesos virtuosos de crecimiento constante de la economía de los países periféricos: reduciendo los niveles de desocupación, elevando los ingresos de los trabajadores, expandiendo el gasto social público y las transferencias monetarias.
Uno de los pilares fundamentales que posibilitó esta particular fase de acumulación en nuestros países fue la renta del suelo. Marcando un quiebre en el proceso de estancamiento dinámico que caracterizaba a la estructura agraria nacional desde mediados de los ’70, consolidando un proceso de crecimiento a partir de la dinámica de los sectores agroexportadores fundamentalmente, de la intensificación del capital constante vía tecnología (biotecnología, genética, fertilizantes, etc), mayor integración al mercado mundial, emergencia de nuevos actores transnacionales, crecimiento de la asalarización rural. En definitiva, profundizando las relaciones sociales de producción capitalista en la sociedad rural uruguaya de inicios del siglo XXI.
Expansión productiva, concentración de la propiedad y extranjerización del suelo
Hablar del crecimiento del sector es hablar de la expansión de nuevos rubros, dos en particular: la forestación y la soja. Sobre todo la soja que pasó de exportar U$S 1,6: en 2001 a U$S 705:, transformándose en el principal rubro agrícola de exportación del país (MGAP, DIEA; 2012).
Este salto pudo ser posible gracias a un fuerte aumento de los rendimientos por hectárea, acompañado de un cambio en el paquete tecnológico, y con una fuerte concentración de la producción. Las chacras mayores a 1000 hectáreas pasaron de ser el 20%, a mediados de la década, a ser un 50% en el 2010 (Gonçalves, G, 2010). Lo mismo sucede en el acopio y la distribución del grano, en donde 5 firmas exportan el 77 % del volumen comercializado.
También otros sectores agrícolas han mostrado un gran dinamismo en la última década, como el trigo, el arroz y la cebada. Determinando que el área agrícola total del país aumentase de 400.000 has. en el año 2000 a 1.200.000 en el año 2011 (Anuario MGAP; 2012).
Lo producción forestal, fomentada en los años ’90 e impulsada en el 2005 con la instalación de una planta procesadora de pasta de celulosa, ocupaba -ya en el 2012- un millón y medio de hectáreas. Las tres principales empresas forestales, con capitales transnacionales, tienen en conjunto más de medio millón de hectáreas de posesión directa (Uruguay XXI, 2013), una concentración de la propiedad de la tierra impensada para la escala uruguaya.
Hoy no podríamos hablar de aquel gran latifundista agropecuario, porque la realidad nos muestra que a los principales dueños de la tierra los podemos separar en cuatro categorías (Oyhantçabal: “¿Y dónde está la renta? Los terratenientes agrarios en el Uruguay contemporáneo”, 2016):
1- Los terratenientes en sentido estricto. Es decir, que solo son dueños del suelo.
2- Los capitalistas agrarios.
3- Los productores mercantiles, con fuerza de trabajo familiar y propia.
4- El Estado, a través del INC y políticas tributarias.
La renta y su distribución (?)
En el mismo estudio, Gabriel Oyhantçabal, sostiene que la renta total apropiada por los dueños del suelo, entre 2000 y 2015, fue de U$S15.762: Repartida de la siguiente manera:
1- Terratenientes: U$S5.903: (37,5%)
2- Capitalistas: U$S7.472: (47,4%)
3- Productores: U$S1.247: (7,9%)
4- Estado: U$S1.139: (7,2% = 89% tributos + 11% rentas INC)
Cabe señalar que en materia tributaria, el Estado pasó de una etapa de “alivio fiscal” en el contexto de crisis (1999-2002) a una etapa de más presión fiscal (2007 en adelante), buscando apropiar el incremento en la masa de renta: Impuesto al Patrimonio Rural (2013), eliminación de la exoneración del Impuesto a la Enseñanza Primaria (2015) y descuento del 18% en la Contribución Inmobiliaria Rural (desde 2016). No obstante, la evidencia indica que la política impositiva de los gobiernos frenteamplistas ha estado dentro de los marcos esperables.
Por otro lado, tenemos a los asalariados rurales con un crecimiento del 76%. El criterio de su participación en la distribución social del ingreso se mide por su participación en el VAB (Valor Agregado Bruto) agropecuario, que rondaba los U$S1.300: promedio entre el 2000 y 2003 y creció a U$S4.500: promedio entre 2004 y 2013. (Oyhantçabal, G. y Sanguinetti, M: “El agro en Uruguay: renta del suelo, ingreso laboral y ganancias”, 2017).
¿Y con esto, qué?
Primero: profundizar en la investigación para conocer más acerca de la distribución de la renta a la interna de capitalistas y terratenientes.
Segundo: fueron las políticas públicas del FA en materia agropecuaria las que promovieron las transformaciones productivas que generaron el crecimiento económico y el aumento de la riqueza. Fueron las políticas públicas del FA que, a través de los Consejos de Salarios y la promulgación de leyes (como las 8 horas para el trabajador rural), mejoraron sustancialmente las condiciones de los asalariados rurales. Pero también fue y es durante las políticas públicas del FA que asistimos a la preocupante diminución de productores familiares.
Tercero: más de realistas que de críticos (que también lo somos) o pesimistas es que sostenemos que, ante una eventual caída de los precios internacionales de los commodities, será el salario del trabajador la variable de ajuste en la recuperación de la tasa de ganancia de capitalistas y terratenientes. Pasó en el 2002-2003.
Cuarto y último: en términos productivos se ha iniciado una “revolución silenciosa” que ha quebrado la tendencia del estancamiento de décadas anteriores, con nuevos actores en materia empresarial capitalista, corporaciones transnacionales orientando las cadenas de producción y extranjerizando la tierra. Pero de ninguna manera hay que olvidar a los “viejos actores” que siguen siendo poseedores de uno de los activos más importantes en el agro: la tierra.
Será necesario plantearse nuevos pactos, alianzas sociales, concertaciones, charlas, que nos devuelvan al “desalambrar”. Un desalambrar que tenga presente este nuevo escenario, para diseñar políticas públicas que sustenten las transformaciones pero reorientando los beneficios a lo nacional, tanto a la industria como a su gente, los uruguayos, nosotros.