@mateamargouy
Carlos Pereira das Neves
Es muy cierto, desde lo ingenuo del planteo hasta la molestia que provoca, que nada aportaremos a un cambio general o -por lo menos- a revertir la tendencia fascista mundial, regional, local, si pretendemos justificar nuestras decisiones con el supuesto de estar sosteniendo la menos mala de las opciones. Pero, pasar por alto las condiciones y las condicionantes que permiten, que gestan y que enmarcan el rumbo de lo posible, es librar al azahar nuestra voluntad transformadora. Es propagar un error en una lucha desigual en la que estoy perdiendo, es hipotecar hasta la propia idea del cambio.
“Crear uno, dos, tres Vietnam es la consigna”
El Che era consciente de que una sola victoria en un determinado espacio geográfico y en un determinado momento, no iba a marcar la derrota total de un sistema mundial. Lo dijo allá por el 66’, para intentar contemporanizar esta frase y su marco de acción al complejo entramado que ha desarrollado el poder dominante en nuestro tiempo, tendríamos que hablar de miles, de cientos de miles de Vietnam.
Porque el poder nunca tuvo una sola forma, un solo nombre, una sola expresión. Sobre vuela los conflictos a la espera de que una de las partes aproveche una ventaja predeterminada para imponerse como lógica incuestionable, como si se tratara de una cadena trófica, un designio que no hay que entender sino aplicar.
El poder como una realidad inmaterial, tangible en cada una de las relaciones de las que somos parte, genera esa falsa ilusión de que por un instante ya no somos explotados. Y el sub consciente, en su rol de cuidar nuestras contradicciones internas, no nos deja caer en razón de que capaz hasta estamos siendo un poco explotadores.
El individualismo ha sido, y es, la más chic de las expresiones del aislacionismo. Un cerco programado cuya arma principal de conquista es la sobada continua del ego, que uno no sea capaz de construir en colectivo porque se es demasiado inteligente, comprometido, revolucionario, como para andar perdiendo el tiempo en acuerdos menores. Yo soy el pueblo, yo soy la personificación homogénea de esa masa de diferentes que conforman el pueblo, nadie debiera acumular si no es conmigo.
¿Fue un error la Revolución Cubana? Para nada, el error fue creerla como un fin en sí misma. El error es creer que nuestra lucha particular vale más que todas las luchas del mundo, algo así como auto convencerse de que si yo no estoy no es lo mismo, para terminar desacreditando el esfuerzo de los demás, como lo hacen todos los reaccionarios.
“No sé lo que quiero pero lo quiero ya”
El inmediatismo puede ser una consecuencia de los que ven cómo se agota su chance sin haber logrado todo o algo de lo que se propusieron, pero también tiene que ver con lo que Marc Augé llama “formas de ubicuidad” y esa ilusión parcial de hacernos creer que estamos en muchas partes al mismo tiempo. Con un tweet que resuelva en 140 caracteres lo que nos ha costado años de trabajo y con publicaciones en Facebook que me pinten hermético en mi impolutismo, dando cátedra de todos los temas a la vez.
La realidad se nos muestra infinita, lo infinito nos sabe a desorden y enseguida nos asalta el deseo de control. No podemos aceptar el mínimo cuestionamiento, primero porque sería exponerse a la idea de que la perfección se encuentre fuera de mí y segundo porque sería una pérdida de tiempo, habiendo tantos temas por seguir resolviendo.
La oportunidad del crecimiento se nos vuelve una dificultad, los deseos de ser se acumulan en montones de preguntas sin respuestas y la excusa comienza a adquirir contenido, con un poco de coloquialismo y el visto bueno de -quienes como yo- creen que se puede mejorar sin cambiar el entorno.
La “barra”, esa que nos sobra cuando se vuelve molesta, esa que nos falta cuando nuestra verdad se llena de conceptos sin nadie con quienes compartirlos, mejorarlos. Los que cuestionan, los que discrepan, los que acuerdan, la sola existencia de esos “los” nos interpela. La diferencia pierde la relación de su existencia, es un enemigo en sí mismo, hay que borrarlo del mapa. Cuanto más alto el grito, cuánto más irracional el odio, mejor será el desquite que a esta altura ya ni sé a qué responde.
“…pobrecitos creían que libertad era tan solo una palabra aguda”
No, al final no se puede hablar de la izquierda sin hablar de la derecha. Es el espejo de todo lo que no queremos ser y que de tanto mirarlo, nombrarlo, nos sorprende, nos chamuya, nos disuelve. Somos líquido, pero no río, más bien charco, inmóvil, en un sprint hacia la podredumbre.
Una síntesis que salteando el enfrentamiento que le proporciona su existencia, atenta contra la existencia misma. Una autocrítica que suena linda, hueca, pero linda. Un recuerdo de lo que fuimos hasta que nos cansamos y empezamos a tapar el sudor con desodorante.
Seguiremos lavando el mate hasta la gastritis, leyendo siempre la misma página de un libro en llamas que se propaga. Volveremos a cometer los mismos errores, volveremos a encontrar los mismos culpables, volveremos a sentirnos bien con nosotros mismos, aunque no sepamos quién es esa persona de la foto, que soy yo mismo, en un traje de otro.
¡Vivan los compañeros! Los equivocados, los imperfectos, los que disparan de la comodidad. Con ellos todo.