@mateamargouy
Denis Merklen
Las formas de movilización actuales son la consecuencia de los fracasos sociales de los últimos años, después de las huelgas y manifestaciones, que movilizaron a millones de personas, en defensa de las jubilaciones, el código laboral o la compañía ferroviaria.
El estado de derecho es consustancial con la democracia, tanto como lo son los movimientos sociales, no cabe duda. Sin embargo, en el momento en que el gobierno busca incrementar el arsenal represivo para contrarrestar ciertos efectos de la movilización social, una confusión significativa se instala e impide ver claramente.
Un movimiento social no se reduce a la manifestación de una idea. El movimiento social debe poder actuar en un doble terreno. Por un lado, se manifiesta en el espacio público para convencer a otros ciudadanos, a la prensa, al gobierno y a otros actores colectivos como asociaciones, partidos políticos, sindicatos, organizaciones de empleadores. Por otro lado, desciende a la arena para defender sus intereses y debe poder establecer una relación de fuerza con otro agente con el cual entra en conflicto : el gobierno, otro grupo social, otro actor más o menos establecido. Por ejemplo, los movimientos ecologistas actúan a la vez sobre la opinión con el fin de hacer tomar conciencia de su causa, y al mismo tiempo bloquean proyectos industriales, agrícolas, gubernamentales. Los agricultores bloquean las rutas y reclaman ayuda para sus actividades amenazadas. Los estudiantes ocupan sus instituciones y manifiestan en la calle en oposición a una reforma.
La huelga, un logro importante de la democracia contemporánea
El movimiento obrero se constituyó manejando esas dos cuerdas y logró integrar esta doble cara de la movilización al derecho: la manifestación y la huelga. Muy temprano, los trabajadores comprendieron que el movimiento de opinión solo no es suficiente. Su causa requiere otro modo de acción. La huelga reconocida por el derecho es una de las mayores conquistas de las democracias contemporáneas. Permite a los trabajadores retirar su contribución a la vida social y a la producción del bien común. Porque logra poner a producción y los servicios en problemas al dejar de trabajar, trabajador puede consigue exigir una retribución más justa. Pero la huelga se fundamenta en la posibilidad de vencer la voluntad del patrón o del gobierno.
Las formas adoptadas actualmente por las movilizaciones sociales son en gran parte consecuencia de las derrotas sufridas en los últimos años por los movimientos sociales. Manifestaciones y huelgas no han logrado detener la reforma del sistema de jubilaciones, o del código laboral, la del estatuto del ferrocarril público o de las universidades, aun cuando han movilizado millones de personas. La debacle del movimiento social se explica por factores económicos y políticos. Entre los primeros, los cambios en la valorización del capital gracias a las evoluciones tecnológicas y a la movilidad resultante de la liberalización de intercambios económicos, han vuelto el capital difícil de alcanzar. Entre los segundos, la determinación de los gobiernos de transferir importantes decisiones a instancias supragubernamentales como la Unión Europea, la imposibilidad de tener en cuenta la abstención electoral y el aumento de la autoridad del discurso tecnocrático por sobre el discurso político. Y cuando la huelga se mostró eficaz, como en el caso de las huelgas de transporte, se llevó a cabo un ataque político directo acusando el movimiento social de «tomar los usuarios como rehenes».
Los chalecos amarillos han tenido éxito allí en donde los suburbios han fracasado
Se aprobaron leyes para limitar la eficacia de la huelga, como la ley n°2007-1224 de 2007 “sobre el diálogo social y la continuidad del servicio público en el transporte terrestre regular de pasajeros”. Allí donde las condiciones económicas no son suficientes para debilitar la huelga, como en la industria, los gobiernos han buscado reducir la eficacia de la acción colectiva. La democracia se pierde cuando se le corta una de las dos alas al movimiento social. Es cada vez más difícil establecer una relación de fuerzas mediante la movilización colectiva. Dejando aparte la huelga, toda otra acción que apunto a establecer una relación de fuerza se ha vuelto ilegal. Los espacios del movimiento social se ven reducidos a nada. Solo la expresión de opiniones en el espacio público parece autorizada. Pero muchos son quienes no se sienten escuchados.
Una de las causas de la violencia que estalla delante nuestro se encuentra en esta cuasi-imposibilidad de establecer una pulseada con un adversario identificado. Ella no es exclusiva de los chalecos amarillos como ya lo habíamos observado en con las revueltas barriales de las “banlieues” y en otros casos. Si los primeros, hasta aquí, han tenido éxito es porque ellos han logrado restablecer las dos vertientes de la movilización: relación de fuerzas y manifestación pública. Como la huelga va perdiendo su efectividad ocuparon el territorio y cortaron las rotondas. La barricada viene a decir, “hasta que no se nos haga un lugar justo y digno en el porvenir, no liberaremos el camino”. Se hacen visibles a través de sus chalecos y manifiestan violentamente en los barrios que representan el lujo y el poder. Sin embargo, como en el caso de las “banlieues”, la violencia aquí tiene una función principalmente expresiva, aunque no está totalmente desconectada de la pulseada. Es por ello que la violencia se manifiesta en los Campos Elíseos y no en los cortes de rutas. Los chalecos amarillos han tenido éxito allí en donde los suburbios han fracasado. Repartidos en todo el territorio nacional han encontrado un símbolo que les confiere una identidad y han designado claramente un adversario (el gobierno, los tecnócratas y los ricos), han inventado un modo de acción que devuelve a la movilización las dos líneas de acción que le son indispensables. Dan la sensación de que la democracia francesa está habitada por un pueblo que debe ser tenido en cuenta.
El gobierno puede poner en peligro la legitimidad de la ley
Incapaz de articular una respuesta política sin abandonar su proyecto de liberalización de la sociedad y del Estado, el gobierno se prepara para redoblar el arsenal represivo. Pero las clases populares, que fueron integradas a la democracia contemporánea gracias a la institucionalización del Estado social, no pueden resignarse a la derrota y a la aceptación pura y simple de un modelo económico, social y político que les es impuesto. El gobierno invoca el Estado de derecho y la democracia representativa. Sin embargo, reduce el derecho tanto como extiende el espacio de lo que es ilegal. Corre el riesgo de lesionar la legitimidad de la ley, de menoscabar la legitimidad del ejercicio de la fuerza pública, de instrumentar la policía en cuerpo de defensa del orden.
Desea reducir la oposición social a la mera manifestación de una opinión y volver imposible toda acción de fuerza. Tal vez gane así la batalla. Pero no sólo condenará permanentemente a los perdedores de la globalización a la derrota sino que, cual aprendiz de brujo, pondrá en peligro la democracia y creará las condiciones de confrontación cada vez más violentas de las cuales será más difícil salir. El espacio de la democracia se cierra frente a nuestros ojos.
Denis Merklen es sociólogo, Universidad Sorbonne Nouvelle.
Traducción de Miriam Ríos de los Santos.
Artículo publicado en el diario Libération del 10 de enero de 2019 bajo el título: La force contre la violence, le mauvais remède à la crise des gilets jaunes. Accesible en https://www.liberation.fr/debats/2019/01/10/la-force-contre-la-violence-le-mauvais-remede-a-la-crise-des-gilets-jaunes_1701934