Cecilia Wernik
La desigualdad de género que vivimos las mujeres impacta en todos los aspectos de
nuestras vidas y nos fragmenta como sociedad. Esta desigualdad es social, cultural y
económica, o sea que es aprendida desde la más tierna infancia, atravesando nuestros
cuerpos femeninos con estereotipos, mandatos sociales y miedos.
El sistema educativo como parte del aparato ideológico del Estado reproduce el
patriarcado desde las instituciones educativas, ya sea con acciones explícitas como
simbólicas. La escuela está contaminadas de prácticas sexistas y micromachistas
escolarizando identidades patriarcales.
Podemos comenzar enumerando algunas muy conocidas y evidentes: la diferenciación
del color de los uniformes (generalmente azul para varones y rosado para niñas), la
práctica de las filas de varones y niñas, el plano de lo simbólico que opera reforzando
los estereotipos de género. El dirigirse a los “padres”, cuando las cifras nos dicen que
son mayoritariamente las mujeres las encargadas de las tareas de cuidado. Las
prácticas educativas tradicionales que cosifican a las niñas, instalan ideales de belleza
a seguir y generan competencias superficiales típicas del consumismo y aliadas del
capitalismo. Semillas que sólo germinan violencia. Las pedagogías excluyentes de los
femenino y de los relatos de las mujeres nos han invisibilizado en la historia,
despojándonos de la categoría de sujeto.
Los medios de comunicación también juegan un papel dominante en la reproducción de
esos patrones culturales , los cuales se ven reforzados por el currículum oculto escolar
para dejar huellas profundas en las niñas, niños y adolescentes.
Estamos en un momento histórico que algunos llaman de “cambio civilizatorio”. Las
instituciones de la modernidad se enfrentan a un montón de contradicciones que no
logran resolver; lo que Bauman llama modernidad líquida. Entre estas contradicciones
que están penetrando los muros institucionales transversalmente se encuentra el
feminismo, entre otras. Ya que el movimiento social, a nivel mundial comienza a mover
los andamios de las viejas formas de los vínculos políticos.
El ideal integrador de la sociedad uruguaya de comienzos de siglo XX que aún persiste
en nuestra memoria colectiva, y del cual la educación vareliana se ha enorgullecido, va
resquebrajándose como el hojaldre mientras se desvelan las diversidades y se
empoderan los invisibilizados.
Philippe Meirieu dijo en la conferencia realizada en IPES (2018) que “hay que trabajar
la dimensión de género en la escuela” porque por un lado deposita en las niñas la
responsabilidad de que sean más ”aplicadas”, pero por otro va condicionando
subjetivamente a seguir algunas áreas y a renunciar a determinados estudios como las
carreras STEM.
La brecha comienza a hacerse más visible en los primeros años de la escuela, cuando
las niñas van apartándose de las ciencias, las matemáticas y la tecnología a causa de
los estereotipos, las presiones familiares, las expectativas, falta de apoyo y modelos a
seguir. Esto tiene como consecuencia directa, la poca participación de las mujeres en
estudios universitarios relacionados con las carreras STEM (ciencia, tecnología,
ingeniería y matemáticas) con una muy magra presencia en computación e ingeniería.
Y quienes se dedican a la investigación, se concentran en las organizaciones sin fines
de lucro, el gobierno y las universidades , no en las empresas.
Como expresamos anteriormente, el feminismo comienza a permear las instituciones
educativas. Y esto sucede, porque hay generaciones más jóvenes de maestras con
clara conciencia de que no es posible la igualdad en la educación y la sociedad sin
mirada feminista. Estas generaciones, que necesariamente llevan las banderas de la
defensa de la democracia y los derechos garantizados en los últimos años, interpelan
tanto patriarcado institucional, como a las acciones que lo instituyen.
La estructura piramidal de la escuela es, en su forma fálica, una expresión del
patriarcado que ejerce el poder en forma autoritaria y vertical y que termina siendo
arbitraria. Sumado a esto, el sistema de antigüedad, formación y puntaje, generó un
engranaje que no permite fluir intersubjetivamente las distintas generaciones en los
espacios de toma de decisión. Esta geometría es antagónica con el feminismo, que
lleva en sus entrañas una manera diferente de vincularnos como sujetos políticos y fluir
el poder; que tiene como horizonte característico la horizontalidad y el cuidado.
El biopoder instalado en el discurso sexista y heteronormativo de la escuela está en
proceso de desagregación, reformulación y reposicionamiento inteligente para
adaptarse. La histórica gobernabilidad de los cuerpos disciplinados se ve desafiada por
la ingobernabilidad de los cuerpos libres y se instala la disputa entre retomar el
disciplinamiento o generar mecanismos emancipatorios.
Las instituciones educativas pueden ser un aparato reproductor o un vehículo
emancipador por excelencia. El lugar del feminismo es feminizar el espacio educativo
para construir nuevas narrativas basadas en la empatía, la corresponsabilidad, el
respeto, la horizontalidad y el amor.
Los vientos de cambio nos invitan a ser parte del presente y del mañana; a conocer el
mundo para transformarlo como nos decía Paulo Freire.